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RUIDO BLANCO

La cabina

El cine le debe un homenaje a la cabina. Uno honorífico y póstumo

Homenaje a la cabina telefónica instalado en Madrid, obra del escultor vallisoletano Juan Villa EFE
Jorge Francés

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Nuestras cabinas telefónicas no son como las de Londres, rojas y elegantes. Deseadas por los turistas y queridas por los británicos. Tan símbolo de una ciudad que no han perdido su atractivo a pesar de que allí también resulten inútiles. Tan imprescindibles en sus calles ... que se han reconvertido en pequeños invernaderos, minúsculas bibliotecas y su versión de bolsillo sigue vendiéndose en las tiendas de recuerdos. Tan cúspide del diseño patrio como los toros de Osborne en nuestros horizontes ocres de carreteras interminables. Aquí las cabinas han sido populares como una papelera, mero mobiliario urbano lienzo de graffitis que se renueva o retira sin que los vecinos se den cuenta. Las pocas que nos quedan, estériles y abandonadas, aguantan en las esquinas de las plazas como vagabundos maltratados por un presente que no les pertenece. Esta lenta agonía de las cabinas telefónicas (muchas incluso huérfanas de teléfono) debería sin embargo despertarnos ternura.

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