VÍA PULCHRITUDINIS

Los García

Los diez primeros apellidos del ranking se repiten en todas las capitales y, por mucho que algunos se empeñen, eso demuestra buena parte de lo que somos

Miércoles de ceniza

M. B.

Estoy por independizarme y pedir que el Estado asuma todas mis deudas y, además, me conceda una pensión vitalicia porque «yo lo valgo». Si, como lo escuchan, en este país enloquecido cada uno se agarra a lo que cree conveniente para demostrar su singularidad y ... su idiosincrasia ultrajada. ¿El motivo de mi decisión? pues que sólo comparto apellido con otros 715 paisanos en este país.

La deliciosa pieza de Luis Cano en el ABC del pasado viernes sobre los 101 apellidos más comunes en nuestro país me sugirió la histriónica idea con la que arranca esta columna. En nuestro país, los García, Rodríguez y Fernández son la abrumadora mayoría pero es que, además, ganan por goleada en la mayor parte de nuestros municipios incluidos Barcelona, Bilbao o Madrid. Los diez primeros apellidos del ranking se repiten indefectiblemente en todas las capitales y, por mucho que algunos se empeñen, eso demuestra buena parte de lo que somos. Un pueblo unido por migraciones interiores, hambrunas periódicas o revoluciones industriales que nos convirtieron en un crisol donde lo que siempre ha reinado ha sido la convivencia pacífica de los españoles aunque el poder se ejerciera con acento.

¿Para quién gobiernan los que se apellidan diferente? En cualquier democracia que se precie, la defensa de las minorías es una máxima que debe ejercerse sin contemplaciones pero cuando algunos hablan de la singularidad del pueblo que dirigen o pretenden dirigir deberían mirar hacia abajo y preguntar a sus conciudadanos cómo se llaman. No es que apellidarse García sea sinónimo de nada pero apellidarse Puigdemont u Otegui, tampoco.

Gracias a esa diversidad a la que tantos se aferran para defender su elitista posición, los Garcia nos llevaron a tener gobiernos de derechas, izquierdas y hasta de centro. Esa es la verdadera diversidad de un país en el que ahora tiene un plus añadido blandir un apellido sin «n» al final o que termine en «rreta». Los Fernández y Martínez nos han hecho lo que somos y, aunque algunos lo quieran negar, no nos ha ido mal. No importan las clasificaciones de universidades extranjeras, aquí se vive bien y sino que se lo pregunten a los que, por desgracia, se tienen que ir. Las minorías han de protegerse porque para algo son minorías pero eso no se puede confundir con que un tipo por llevar un apellido, una condición o un sentimiento menos habitual tenga derecho a imponerse a todos los garcías de este país y que, además, tengamos que pedirle perdón.

Garcías, Fernández, Martínez…. disfruten de su apellido y no se preocupen por su «normalidad», gracias a ustedes y a lo diferentes que son en la tan depauperada igualdad algún día podremos volver a disfrutar de todo cuanto nos une y lo poco que nos separa.

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