Un pedazo de historia

Cuántos sentimientos, lágrimas, emociones; cuántas oraciones en voz baja, abrazos, ausencias y reencuentros. Cuánto trabajo, cuánto ir y venir de camareras, floristas, cotaneros; cuántos nervios antes de la procesión, cuánta tensión si venía nublado por las Pajarancas, que en Zamora es lluvia segura; cuánto cansancio en esos últimos metros de la rampa, cuando los cargadores se crecen en el último baile y el corazón galopa; cuánta solemnidad al paso de Cristo Muerto, cuánta ternura al paso de la Madre y ese runrún esperando la procesión.

Cuánto esfuerzo, cuánta generosidad la de Eduardo Pedrero, el gran presidente que tuvo la Semana Santa, y toda su Junta de Gobierno para adquirirlo en los 90 y ampliarlo. Cuántos desvelos de directivos de todas las cofradías y todas las épocas, de jefes de paso; cuántas sonrisas de los niños, cuántas preguntas, cuántos besos acompañados de una flor.

Cuántos acordes primeros y últimos de las bandas, cuántas voces ya en el aire, cuántas invisibles presencias bajo las mesas. Cuántas horas sin tiempo entre esos muros que pronto serán solo memoria para dar paso a un nuevo museo del siglo XXI.

Un museo que tiene nombre de mujer, del empeño férreo de Isabel García Prieto, presidenta de la Junta de Cofradías, inmarcesible al desaliento, a las piedras y zancadillas del camino, incluso al propio recelo de los zamoranos, ya tan descreídos de todo, acostumbrados a convivir con el gran «buraco» del teatro del CEI, la vergüenza de las obras inconclusas.

Pero a veces sueños y promesas se cumplen y ya hay plazo para el inicio de obra. Con el cierre del Museo se abre un tiempo nuevo. Mañana cerraremos un capítulo de nuestras vidas y abriremos la puerta al gran proyecto que comienza ahí mismo, la casa de la Semana Santa del futuro.