Los retratos de Pepe Castro: Rufino Miranda

Los retratos de Pepe Castro: Rufino Miranda PEPE CASTRO

TEXTO: MARÍA JOSé MUÑOZ

Rufino Miranda Calvo. 89 años. Guía turístico, historiador y académico toledano. Por sus ojos parece verse el tiempo, ese que pasa inexorable entre los siglos de la ciudad milenaria. En su mirar se aúnan múltiples miradas, la de aquella mujer boquiabierta y temerosa que vio ... pasar a caballo al rey Alfonso VI tras liberar la ciudad; o la de ese niño que recorre con sus compañeros de clase las naves de la catedral primada y se detiene, alucinado, bajo el Transparente. Lo mismo hizo él hace ya muchos años, cuando con su familia vivía en la Plaza Marrón y se pasaba el día de acá para allá pisando los viejos guijarros de las calles. El destino quiso que el gran Guerrero Malagón fuera vecino suyo, y que surgieran lazos de amistad entre ambas familias. Sin duda, la cercanía de aquel genio pintor amante de Toledo influyó para que la ciudad se le fuera metiendo más y más dentro al pequeño Rufino hasta aprendérsela de memoria.

PEPE CASTRO

Posa en el estudio del fotógrafo con chaqueta, jersey y camisa con corbata, que ahora hace frío, y más en el cercano pueblo de Cobisa, donde desde hace dos meses vive con su hija Mari Carmen tras la muerte de Esperanza, su esposa, su primera novia, su «único amor», compañera de la vida y testigo cercano de la ascendente carrera de su marido en una profesión que ha ejercido con éxito casi medio siglo y con la que alcanzó fama nacional. A él y a su hermano José, militar e historiador, el Ayuntamiento les concederá el 23 de enero próximo el galardón de «Hijos Predilectos» de Toledo por su gran labor de investigación sobre la historia de la ciudad.

Él se siente muy honrado con el reconocimiento de su perfil de erudito, pero se le nota en el habla y en la cara que lo suyo siempre fue el contacto con la gente, con esos grupos de turistas o toledanos que le seguían por las calles; que escuchaban atentos sus explicaciones al entrar en tal o cual monumento, y que rompían en risas cuando Rufino soltaba una de sus típicas bromas para amenizar el relato. «¡Pero cómo puede saber tanto este hombre!», exclamaban muchos de ellos, mientras él aseguraba que el color de la capa de la Dama del Armiño era rosa el día en que fue a encontrarse en secreto con el Greco.

Aunque ha explicado la ciudad al Rey Juan Carlos, a otros monarcas y a innumerables mandatarios internacionales, él prefiere acordarse de las más de doscientas amas de casa que un día desfilaron por las rutas del programa «Conocer Toledo» y a las que con su aguda elocuencia hacía fácil el relato de una Historia cargada de fechas y batallas.

Sin su ciudad no habría sido el mismo, dice, y se aplica para sí el eslogan de «Toledo y el Greco, un binomio indisoluble» porque «esta ciudad me ha moldeado». Como el barro de aquel alfarero a cuyo taller Rufino llevó a Arthur Kornberg, Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus descubrimientos sobre el ADN humano. Y el nobel se le echó a llorar allí mismo al traducirle al inglés la leyenda de un azulejo que hablaba de Dios, del barro y del origen del hombre.

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