El discurso del Rey el 3-O: seis minutos, una Corona en juego

Diez años de reinado

Felipe VI lo tuvo claro: el símbolo de la unidad y permanencia de España no podía callar ante el desafío secesionista. Sabía que cuando hablara ya no habría marcha atrás. Y no le tembló el pulso

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Independentistas siguen el discurso del Rey por televisión Foto: Pep Dalmau / Vídeo: Javier Nadales y David del Río

«Ante esta situación de extrema gravedad, que requiere el firme compromiso de todos con los intereses generales, es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de derecho y el ... autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su estatuto de Cataluña».

Eran las nueve de la noche del 3 de octubre de 2017 cuando Felipe VI pronunció estas palabras en un discurso televisado. Las calles de Barcelona estaban prácticamente desiertas. La resaca del referéndum independentista del 1-O aún lo impregnaba todo y el ambiente opresivo contra la 'disidencia' había llevado el pesimismo a una población dividida, pero sobre todo huérfana de liderazgo. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no había conseguido desactivar el 'procés' ni unir al constitucionalismo; pero en el lado secesionista, en apariencia eufórico por los acontecimientos, tampoco las tenían todas consigo.

En medio de tanta confusión había un actor principal, por prestigio y por responsabilidad institucional, que hasta ese día y esa hora no se había pronunciado: Su Majestad el Rey. Fue un discurso televisado de apenas seis minutos que escucharon en directo casi 12,5 millones de españoles, lo que suponía una cuota de pantalla del 76,6 por ciento.

Video. Discurso de Felipe VI a los españoles el 3 de octubre de 2017 Casa de S. M. el Rey

«Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones»

Felipe VI

Discurso del 3 de octubre de 2017

Cuando el himno nacional cerró la intervención de Felipe VI todos sabían que los independentistas podrían redoblar su apuesta –así lo hicieron días después con la aprobación de una Declaración Unilateral de Independencia durante unos segundos–, pero que nunca iban a lograr su objetivo; al menos, mientras la Monarquía no fuese derribada, y eso eran palabras mayores.

Las contundentes palabras de Felipe VI, como era previsible, entusiasmaron a los constitucionalistas e indignaron al independentismo, que al verse derrotado pasó a situar al Rey como su principal enemigo, con la ayuda inestimable de una extrema izquierda siempre atenta a colaborar con quienes quieren acabar con el Régimen del 78. Sin embargo, y a pesar del indudable coste en imagen que supuso el discurso en un amplio sector de Cataluña, después de esos seis minutos televisados la sensación mayoritaria en España era que Don Felipe había superado con éxito su particular '23-F'.

Un Rey observador y bien informado

Felipe VI está muy lejos de ser un hombre impulsivo; muy al contrario, se trata de una persona observadora, muy bien informada y con una sólida preparación. Por eso, el primer discurso que pronunció fuera de Madrid, sólo unos días después de su proclamación, fue en Cataluña, en la entrega de los premios Princesa de Girona. Entonces habló de esa comunidad, de su cultura y de la importancia de sus instituciones. Y en diciembre, en su primer mensaje de Navidad, volvió a referirse a ella: «Es evidente que todos nos necesitamos. Nadie en la España de hoy es adversario de nadie», dijo entonces.

Desde el primer día Don Felipe fue muy consciente de lo que sucedía en Cataluña, donde tiene relevantes interlocutores en distintos ámbitos –también en sectores nacionalistas–, que le mantenían, y mantienen, al día de lo que sucede en esa comunidad. Vio muy claro lo que podía venir y se ofreció a Rajoy para, sin salirse un ápice de su papel como Rey constitucional, tratar de mediar para evitar que la situación se desbordase. El entonces jefe del Ejecutivo lo descartó.

El último acto amable del Rey en Cataluña se celebró el 25 de julio de 2017. Ese día se conmemoraba el aniversario de la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 y tanto Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, como Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, posaron sonrientes junto a un Don Felipe que aprovechaba la efeméride para poner en valor lo que «podemos conseguir juntos».

La última señal de alarma

No fue hasta después de los atentados yihadistas en Barcelona, el 17 de agosto de ese año, cuando se dio cuenta de que no había posibilidad real de marcha atrás en un independentismo cada vez más radicalizado. Don Felipe y Doña Letizia suspendieron sus vacaciones ese mismo día para ir a Barcelona y visitar a los heridos.

Esa primera estancia transcurrió con normalidad y contó con el apoyo de los catalanes, que apreciaron la cercanía y sensibilidad de los Reyes. Pero cuando regresaron a la Ciudad Condal 48 horas después para asistir a la manifestación en recuerdo de las víctimas vieron que todo había cambiado. El secesionismo, con la Generalitat a la cabeza, había decidido dejar atrás el luto para convertir esa convocatoria en un acto secesionista y hostil contra los Reyes. Una encerrona en la que lo de menos, para los organizadores, era el recuerdo y la solidaridad con las víctimas, y lo importante aprovechar la oportunidad para hacer una demostración de fuerza ante el mundo entero.

La sensación de Don Felipe fue que el choque de trenes era ya inevitable

La sensación de Don Felipe, por tanto, fue que el choque de trenes era ya inevitable y que la presencia del Estado en Cataluña era residual, lo que hacía la situación enormemente compleja. Y comenzó a lanzar mensajes inequívocos.

A la vuelta del verano, el 5 y el 6 de septiembre el Parlamento de Cataluña intensificaba su desafío independentista al aprobar las llamadas leyes de desconexión, incluida la que iba a permitir convocar el referéndum del 1 de octubre. La Cámara catalana, como la sociedad, quedó partida en dos y la tensión ambiental comenzaba a ser más que preocupante.

Video. Felipe VI, flanqueado por Mariano Rajoy y Carles Puigdemont durante un minuto de silencio por las víctimas de los atentados en Barcelona y Cambrils el 18 de agosto de 2017 Foto: Efe / Vídeo: Europa Press

Una semana después, el Rey aprovechó el primer acto del nuevo curso, la entrega de los premios Nacionales de Cultura en la catedral de Santa María y San Julián de Cuenca, para referirse «a la situación que estamos viviendo en Cataluña». Era su primera advertencia pública a los independentistas, y fue inequívoca: «Ante quienes se sitúan fuera de la legalidad constitucional y estatutaria y fracturan la sociedad, estoy seguro de que los derechos que pertenecen a todos los españoles serán preservados; de que las libertades de todos los ciudadanos serán garantizadas y protegidas; y de que, como ya he tenido ocasión de afirmar, la Constitución prevalecerá sobre cualquier quiebra de esa convivencia en democracia».

El secesionismo hizo caso omiso y el Gobierno no estuvo a la altura para impedir el 1-O. El fracaso del aparato del Estado fue evidente y los independentistas se envalentonaban cada día más, mientras la sociedad española en su conjunto asistía con estupor primero, y tristeza después, a la falta de una respuesta adecuada por parte de las autoridades.

La sociedad española vio cómo el jefe del Estado ejercía un liderazgo tranquilo, pero firme

Don Felipe era muy consciente de ello y llegó al convencimiento de que la Corona no podía ser mera espectadora. El día 3 el presidente Rajoy acudió al Palacio de la Zarzuela para despachar con el Rey. Nada más entrar en el despacho Felipe VI le dio unos folios y le comunicó su decisión de dirigirse esa misma noche a la nación. El jefe del Ejecutivo no puso objeción alguna ni tocó una sola coma del discurso. Sólo le preguntó si iba a pronunciar parte en catalán. Pero esta vez Su Majestad el Rey prefirió hablar en castellano. Al fin y al cabo, se trataba de unas palabras dirigidas a todos los españoles, no a una parte de ellos.

El efecto del discurso fue inmediato. La sociedad española vio cómo el jefe del Estado ejercía un liderazgo tranquilo, pero firme. La democracia estaba a salvo. En Cataluña, las calles quedaron en silencio. La huida hacia delante del secesionismo continuó, aun a sabiendas de que estaba abocada al fracaso. Felipe VI había estado a la altura de la historia.

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