ASÍ LO VEO YO

MUTILADOS

Para el Teniente Agustín Gras Baeza y la soldado Jennifer García López

MARÍA DEL PINO FUENTES DE ARMAS

TRAS un atentado con una potente mina que destrozó su blindado Lince y dejó otros tres heridos, dos soldados españoles resultaron mutilados en Afganistán el pasado fin de semana. Uno de ellos con empleo de soldado y con apenas veinticinco años; el otro, un teniente ... de veintiocho, ambos pertenecientes al Regimiento de Infantería Soria 9, con sede en la isla de Fuerteventura. Hasta aquí la noticia —una de las tantas de la larga lista de titulares que recoge, diariamente, el latir de un país que sufre significativas convulsiones sociales—, que ha sido destripada y analizada por las mentes preclaras del momento, muchas de las cuales insisten en denunciar los riesgos que sufren nuestras tropas al participar en una guerra que no es la nuestra. Otros, en cambio, califican la labor del contingente español en Afganistán de necesaria, señalando la misión de dura y peligrosa, propia del oficio del soldado, caracterizada por una serie de riesgos inherentes a la naturaleza de una profesión que, sin duda alguna, tiene una pizca de vocación y un mucho de sacrificio personal.

Decía don Benito Pérez Galdós que por doquiera que el hombre fuera llevaba consigo su propia novela. En este sentido, los militares escriben los capítulos de la suya a diario, ofreciendo, como en este caso, su juventud a la muerte, ahogando el gemido de la melancolía, teniendo presente que los horizontes están para soñarlos y para esperar de ellos los deseos que se anhelan con más entusiasmo, pues, por encima de todo, el soldado debe mantener la ilusión de ayudar a las misiones de paz sin tener en cuenta el elevado riesgo que asume. No le importa mucho el lugar donde sea destinado, pues allí donde esté, la vida se le muestra como es: una sucesión de días con mares en calma y muchos otros en los que tiene que luchar, por no zozobrar, en medio de olas que amenazan con hundir profundamente todas sus ilusiones. Y es, en esa soledad de amor herida, cuando se cuentan las ausencias y se derraman las lágrimas de la impotencia, rebuscando en el horizonte de destino de la Misión el entendimiento de los pueblos que, como todos los horizontes, se aleja cuando parece que está casi al alcance de la mano. Se sueñan finales que pocas veces se concretan, pero no por ello se deja de seguir oteando el paisaje más allá de donde alcanzan sus propias miradas, protegiéndose de los enemigos de la paz, abriendo los caminos a la imaginación, volviéndose universal en su pensamiento, siendo consciente de lo efímero de su paso por esta larga novela que es la vida misma.

El soldado, ser humano al fin y al cabo, no puede evitar lo imposible, sabe del riesgo de quedarse en el camino y de no llegar a ninguna parte, es consciente de que las guerras están para librarlas, que aunque no reconozca los paisajes ni las cadencias en el habla, frente a sí tiene a otro ser humano que lo mismo se aleja que se acerca, que tiene sus mismos miedos, que tal vez sienta impotencia a la hora de manejar las mareas de su alma, de sus credos, algo que muchas veces va más allá de lo despejados que puedan estar sus horizontes de vida, pues a menudo no le importa el no llegar a ningún puerto. Por eso, porque la vida está para navegarla en busca del necesario entendimiento y porque la muerte acecha expectante en cualquier recodo del camino, manifiesto, una vez más, mi admiración por el papel que desempeñan las Fuerzas Armadas Españolas, solidarizándome con el dolor de las familias de los heridos, de los militares que por pura casuística han sido mutilados por una carga explosiva. El destino, voluble y cruel a veces, en esta ocasión no ha puesto el punto y final a la novela de sus vidas, para ellos sigue habiendo esperanza.

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