Petra y Suso, palmeros que vieron cómo la lava engullía sus hogares: «Lo único importante es la vida»

Él, voluntario que ayuda ahora a sus vecinos, tuvo que realojarse con su esposa, enferma de cáncer, en un sótano de alquiler tras perder su vivienda. Ella invirtió todo, dinero e ilusiones, en el solar heredado de su padre, pero la colada lo devoró

Suso y Petra han perdido sus hogares en La Palma ÁLEX DÍAZ / Vídeo: Los desalojados y damnificados de La Palma continúan a la espera de ayudas - Atlas

Laura Bautista

A Germán Jesús Hernández todo el mundo le llama Suso. Lleva 46 años al servicio de la gente como voluntario de Cruz Roja. La erupción le sorprendió mientras ayudaba a una señora mayor a evacuar su casa en la aldea de El Charco, en ... lo que en aquel momento era una acción preventiva. Una llamada desde su domicilio le avisó: « Ha reventado el volcán pegado a casa» y en ese momento empezó todo.

«Me quedé paralizado, se me nubló la mente», rememora. «Es que a mí eso no se me pasaba por la cabeza y lo único que pensaba era en cómo estaría mi familia y si les habría pasado algo», afirma. Su madre y sus hermanos viven aún más cerca del volcán que él. «Desde ahí y hacia arriba –señala a lo lejos– somos todos una familia».

Aun así Suso siguió ayudando, es su forma de vida. Este hombre es camionero, pero ahora se queja del poco trabajo que hay por los continuos cortes de carretera debido a la acumulación de lava y ceniza. Estar echando una mano a los demás le sirve de distracción. «Hay que estar ocupado para no pensar», asegura. Su casa también está bajo la lava. Él vivía en una vivienda canaria, la típica con su patio y un huertecito en El Paraíso, explica, y ahora está bajo veinte metros de lava, porque colada tras colada han acabado con lo que fue su hogar toda la vida.

ÁLEX DÍAZ

«Mi casa se la llevó dos veces –recuerda–, con una colada que entró por el garaje y se llevó una parte. La segunda la arrasó por completo». La lava estaba «a un kilómetro y medio por lo menos, no pensé que llegara», dice. Se le pregunta por el lugar del que es, dónde nació e indica: «Por donde está pasando la lava ahora mismito».

El trágico día de la erupción del volcán de Cumbre Vieja, el pasado 19 de septiembre, sintió un temblor fuerte mientras ayudaba a los vecinos a arreglar sus tejados. «Cuando salí para fuera vi la tierra», entre la montaña Vicente Bruno y Los Campanarios, comenta. Y temió lo peor. «Va a reventar por ahí», pensó. «Se notaba mucho el calor de la tierra, era como una olla de agua hirviendo bajo los pies ».

«Dejamos la vida entera»

Cuando él cerró la puerta de su casa el último día no se imaginó que no volvería más. Fue a «dar de beber a los pajaritos» y allí mismo cogió algunas cosas y le pasó la llave a la puerta. «Ni en una maleta, en una bolsa de basura logramos guardar algunas cosas y nos fuimos, dejando atrás la vida entera». Perder su casa le pesa, pero le duele más por su mujer. «Eso me mata más a mí que cualquier otra cosa y es que ella siente que esa casa era su nido, su casita y su refugio». Además, a su esposa esta situación se le suma a su batalla diaria contra el cáncer. «Saqué poca cosa, ahora están en un garaje en El Paso y los armarios se quedaron allí, la cocina entera...». Aunque pudo recoger algunas cosas de su casa en otra entrada habilitada decidió que era más importante ayudar a los vecinos.

«Tras la erupción, te preguntas: ¿y ahora adónde voy?». En su caso, este matrimonio fue a vivir con su hija y la pareja de ella en la casa que comparten. «Éramos cuatro en 37 metros cuadrados, así no se puede vivir», lamenta Suso.

Para evitar la situación, aprovechó que tiene un terreno prestado con cosas para arreglar: «Siempre he sido mañoso con las máquinas y eso me entretiene la mente, igual que estar de aquí para allá». Hace unos días encontró un sótano de alquiler en Los Llanos al que se ha mudado y aunque «vive bajo tierra», bromea, es más cómodo y se siente agradecido.

Ahora solo quiere «un poco de tierra en El Paso para construir una nueva casa y empezar de cero», de verdad y desde los cimientos. Aunque tiene familia en Ferrol (La Coruña) y no le importaría ir para allá y empezar una vida allí, apostilla: «Mi familia y mis raíces no las dejo por nada». Entiende que hay gente que se quiera mudar a otros municipios o a otras islas, pero no es su caso. «Yo si puedo me quedo aquí». Tiene dos familias, dice con orgullo, porque a su familia de sangre y apellido se suma la gran familia de la Cruz Roja, en la que lleva toda la vida y que le ayuda mucho en este trance. También confía en el seguro de su hogar: «Menos mal que nunca me di de baja, a diferencia de otros», pero añade, «da igual cuánto te paguen, no es lo mismo».

«Esas puestas de sol...»

Petra María Rodríguez recibió un solar en herencia de su padre donde empezó a construir su «casa de revista». Cuando habla de ella se le iluminan los ojos, y es que «era un sueño, esa casa de estilo nórdico que siempre quise», añora. El volcán de La Palma truncó su proyecto y apenas a una semana de entrar a vivir, se la llevó la lava. «Cuando pasan cosas así te das cuenta de que lo material no vale nada, mi hija me dice que lo importante es la vida y tiene razón».

Llevaba meses construyendo su casa en el barrio de El Paraíso. «Inviertes dinero, lo mejor de lo mejor, porque piensas que es para toda la vida, y para dejar a tus hijos. Con esas vistas, ¿cómo no vas a poner ventanales?», se pregunta en este momento. La casa y las ilusiones ya no están, yacen sepultadas bajo la lava antes de que fuesen siquiera estrenadas. Le duele, lo confiesa, «era precioso y ya no se ve nada». «Para qué lamentarme ahora, eso ya no suma, ya no hay casa por la que llorar», agrega. Ella es fuerte, y saldrá de ésta, pero le cuesta creerlo a veces.

El día de la erupción estaba con su madre, que «estaba muy nerviosa por los temblores», y no era para menos. «Temblaba la tierra como si fuese un parto, cada tres minutos», y eso inquieta a cualquiera. Ahora ya se ha acostumbrado. «Decían que iba a estallar más abajo, yo creo que nadie, en la vida, se pudo imaginar que fuese a estallar aquí», a apenas unos metros de su casa sin estrenar.

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Cuando se lleva una casa en El Paraíso «no solo arrastra las paredes, se lleva el hogar de tu hermano, el de tu madre, el de tu primo, y es que en estas zonas todo es así, vivimos juntos». Eso es algo que va a extrañar en el futuro. «No creo que se pueda dar allá donde nos mudemos». Sonríe al pensar en su vecina a la que visitaba en bata y en ‘babuchas’ y es que la relación en el barrio es cercana, asegura. Lo dice con nostalgia, ya hace casi dos meses que la historia de El Paraíso cambió, aunque muchos de ellos siguen en estrecho contacto. «Aquí no es como una ciudad, que cada uno tiene un piso –prosigue–, todos teníamos una casita, algo plantado».

Desea poder recuperarlo alguna vez, en el futuro, en el lugar donde vuelva a construir su vida con su familia. «Esas puestas de sol...», solloza, en vilo. Petra se ha realojado con su familia en casa de su suegra y aunque admite que no es fácil adaptarse a una casa nueva, «cuando ya tienes una mecánica de familia, te sientes afortunada», dice.

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Lo que peor lleva, asegura, «es la gente que mira con pena, con lástima», ya que, aunque sabe que no es con mala intención, «hace que te sientas muy chiquita». Su otro momento de debilidad es «la noche». Con decisión, afirma: « Es el momento de estar fuerte, de trabajar la mente, porque eso es lo más importante».

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