PINCHO DE TORRILLA Y CAÑA

La ley entra en la charcutería

Estamos en manos de un obseso del poder que hará lo que sea con tal de conservarlo.

Sánchez, ayer en La Toja Efe

No sé en qué estaría pensando el canciller de hierro cuando dijo que «con las leyes pasa como con las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen» . Tal vez se inspiró en el recuerdo de su propia charcutería. Cuando un político obsesionado ... con el poder decide componer su propia música, hastiado de que la maquinaria administrativa se interponga a sus deseos, acaba haciendo que atronen los instrumentos de percusión de la orquesta. El otro día, un magistrado del Tribunal Supremo me dijo: «Un país donde el derecho fundamental a la libertad de movimiento es suspendido por una resolución administrativa de un secretario de Estado, la más ínfima norma, es un país que decepciona». Traté de decirle que lo decepcionante no es el país, sino la impunidad con que algunos malhechores de su clase dirigente campan por sus respetos, pero él objetó que en realidad estamos ante una tiranía aceptada mansa y sumisamente por unos vasallos que, sustituyendo a los caballos de tiro del carro, vuelven a gritar «vivan las cadenas»

Al principio, la conversación con el juez me sumió en una profunda tristeza, como si acabara de escuchar el diagnóstico de una enfermedad que no tiene cura, pero luego caí en la cuenta de que no estamos, al menos todavía, ante el pronóstico de una afección que sea necesariamente irreversible. Después de todo, pensé, el Estado de Derecho tiene mecanismos suficientes para impedir que el concepto de ciudadanía se deteriore hasta el punto de derivar en vasallaje . Aunque la elocuencia del gurú de una gran secta apocalíptica fuera capaz de lavarle el coco a casi todos los españoles para que renunciaran sin rechistar a su condición de seres libres e iguales, la musculatura de la ley puede impedir que se perpetre ese horrible suicidio colectivo. Todo ello, claro, siempre que la ley no sea destripada por el charcutero de turno y que sus guardianes (los de la ley, no los del manipulador del fiambre) cumplan con su obligación de mantener a raya a los políticos que quieren componer su propia música.

Los jueces son la última ratio frente a la embestida del Gobierno contra el orden establecido. Por eso es tan determinante, se mire por donde se mire, el duelo al que estamos asistiendo estos días entre unos y otros. El Pleno del CGPJ, que lleva en funciones dos años porque la falta de acuerdo parlamentario ha impedido su renovación, desoyó las indicaciones del Gobierno y cubrió las vacantes en el Tribunal Supremo que Sánchez quería demorar hasta que la nueva mayoría progresista se hubiera instalado en el Consejo. Casus belli. Ante la intolerable desfachatez de los vocales insumisos, incapaces de aceptar la supremacía del poder político sobre el judicial, el ministro de Justicia ha puesto en marcha una reforma legislativa para que los 12 miembros del órgano de gobierno de los jueces que proceden de la carrera no tengan que ser elegidos en Las Cortes por una mayoría de tres quintos, un umbral inalcanzable sin el concurso del PP, sino por mayoría absoluta. Si la iniciativa prospera, Frankenstein tendrá las manos libres para mangonear el Consejo a su antojo.

Hasta donde yo sé, la red europea de consejos de justicia lleva varias semanas cruzando informes sobre las propuestas que ha hecho el Gobierno de Polonia, que está en manos de la ultraderecha, y la opinión de los expertos es que la que maquina el tándem Sánchez-Iglesias supera con creces lo que se está haciendo allí. La nuestra supone la voladura de una pieza clave de la arquitectura constitucional, la del Poder Judicial y su gobierno, y además resulta difícilmente compatible con los principios que justifican la permanencia de España en la Unión Europea. Cualquier presidente sensato se tentaría la ropa antes de cruzar ese límite, pero me apuesto pincho de tortilla y caña a que, si se trata de elegir, el nuestro prefiere la resistencia a la cordura. Estamos en manos de un obseso del poder que hará lo que sea con tal de conservarlo.

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