PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
El escaño vacío
A estas alturas de la película ya no se sabe qué es peor, si la desfachatez antidemocrática, la ignorancia legal o la palmaria inoperancia de la clase política
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Iniciar sesiónAh, desde luego que sí: la imagen del escaño vacío de Pedro Sánchez durante la infame declaración de un estado de alarma que además de inconstitucional es manifiestamente chapucero retrata a la perfección la conducta de un perfecto sinvergüenza. Que lo explique quien lo entienda. ... El Parlamento se toma medio año sabático mientras el Gobierno jibariza los derechos fundamentales de sus representados, y el caudillo de ese golpe institucional ni siquiera se molesta en dar la cara. No se me ocurren demasiados precedentes de una desfachatez de semejante envergadura. Y para colmo, tan baladí.
El decreto que el presidente le endilgó a sus señorías, cual cucharada de ricino, se reveló ineficaz a los diez minutos de su entrada en vigor. Según los expertos, avanzamos a marchas forzadas hacia un confinamiento domiciliario que el bodrio jurídico perpetrado el jueves con premeditación y alevosía no contempla. Será necesario corregir el error en las próximas horas si, como parece, la curva epidemiológica sigue encabritada y hay que recurrir -Castilla y León, Cataluña y País Vasco ya lo están reclamando- a medidas restrictivas de mayor cuantía. ¿A nadie se le ocurrió ponderarlo a tiempo?
A estas alturas de la película ya no se sabe qué es peor, si la desfachatez antidemocrática, la ignorancia legal o la palmaria inoperancia de la clase política. El conjunto es demoledor, desde luego, propio de un país bananero, pero, puestos a elegir la peor parte del trinomio, la palma se la lleva la ineficacia. Para medirla no hace falta cualificación jurídica, basta y sobra con el sentido común. Su evaluación está al alcance de cualquier ciudadano. Que cada día estamos peor, que la política va muy por detrás de la letalidad virus y que España milita en el pelotón de los torpes es un axioma evidente.
Estamos a un cuarto de hora de que el hartazgo social rompa las costuras de la paciencia. No es la confianza en el sistema lo que lleva a los ciudadanos a respetar las normas sanitarias. Es el miedo. Ese ha sido, hasta ahora, el muro de contención de la conciencia cívica. Pero no aguantará. Cada vez hay más idiotas que se creen invulnerables y, por si fuera poco, la falta de ejemplaridad de la clase política está promoviendo una oleada de indignación social difícilmente soportable. La fiesta de «El Español», o las copas a deshora de Francina Armengol, han disparado el cabreo de la gente.
El espectáculo es grotesco. Un alcalde invita a los vecinos de su localidad a salir a la calle durante el puente para ayudar a los bares a sobrellevar la crisis y el viceconsejero de salud de su Comunidad, para más inri de su mismo partido, pide por favor que nadie salga de su casa. Hay presidentes autonómicos dispuestos a poner barricadas en su perímetro fronterizo y otros que se declaran abiertamente partidarios de la libertad de movimientos. ¿En qué quedamos? Los responsables públicos van como pollos sin cabeza, de un lado a otro, mientras los ciudadanos asisten atónitos a la ceremonia de la confusión.
¿Y qué hace entretanto el director de orquesta? Nada. Miren su escaño y lo encontrarán vacío. Lo asombroso del asunto es que los líderes parlamentarios no parecen demasiado enfadados por ese insólito ejercicio de escapismo presidencial. El plan de Sánchez de utilizar a Illa como escudo humano y de fragmentar el mando único en 17 taifas durante seis meses, en plena vorágine de la segunda ola, ha recibido el aval de 194 diputados. Solo 54 votaron en contra. El PP, después de poner el grito en el cielo, se abstuvo. Qué extraña manera de ejercer la Oposición.
Vivimos tiempos difíciles en que las tácticas pueden más que los principios. Sánchez ve en la pandemia la ocasión de blindarse en el poder sin someterse al control parlamentario. Iglesias, de revitalizar a Frankenstein. Arrimadas, de abrir espacios de colaboración con el PSOE. Casado, de escorarse al centro. Abascal, de madrugar al PP. Pincho de tortilla y caña a que a los ciudadanos, si esto sigue así, se les acaban inflando las narices y mandan a esparragar a la clase política. La gente está que arde. El aire apesta a gasolina.
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