«El bebé estaba un poco inerte, empapado y yo no sabía si vivo o no»

«Voy hacia ella, recojo al bebé y mi compañero me auxilia y hace lo mismo con la madre. El bebé estaba un poco inerte, empapado y frío y yo no sabía si vivo o muerto. No podía ni mirarlo, no había tiempo». No lo dice abiertamente pero de sus palabras se trasluce que más pensó en lo segundo que en lo primero. Otra cosa era el deseo de equivocarse. Y aun así: «Lo cogí y la forma más adecuada y más rápida con las aletas era nadar de espaldas hacia la playa. Me colgué del codo el salvavidas y puse en alto a la criatura para que no tocara el agua y no se mojara más. Nadé todo lo rápido que pude. Esa zona es de rocas, hay que esquivarlas y tener mucho cuidado para entrar en la playa».

Él y sus compañeros habían empezado a trabajar a las ocho de la mañana el lunes. No sabe si estuvieron quince o veinte horas seguidas en el agua sin tregua. «Cuando llegué a la playa entregué al bebé al personal sanitario que estaba trabajando allí y volví al agua. No había tiempo de pararse a nada», continúa el guardia civil.

Ni fue consciente de que salvaba tantas vidas ni de que alguien le había hecho una foto icónica que tras publicarse en la cuenta oficial de Twitter de la Guardia Civil se ha convertido en un símbolo de lo mejor de su Cuerpo y lo mejor del ser humano. Su gesto serio, concentrado, sosteniendo el cuerpecillo en pijama todo lo que sus brazos entrenados dan de sí a ras del agua, y con ese salvavidas enganchado con delicadeza.

Ni haciendo un esfuerzo es capaz de precisar la hora a la qué ocurrió, a qué profundidad podía estar, a qué distancia. Esa mañana de lunes los geas, los militares, los agentes del Servicio Marítimo, los policías, todo el que asistía atónito a esa invasión silenciosa y necesitada de ayuda, tuvieron momentos de tregua, de entrar y salir a descansar un rato, pero a partir de media mañana, los geas ya no volvieron a salir del mar. «Estuvimos hasta las tres o las cuatro de la madrugada sin parar. Hay compañeros que tienen la piel afectada, arañazos y golpes en las piernas» , cuenta Valle.

Su relato, pese al cansancio extremo acumulado, espeluzna. «No sabían nadar, casi ninguno podía mantenerse a flote. Los veíamos tirarse de una roca y algunos intentaban volver a ella y ya no podían. Fue muy duro. Había personas mayores, otras que se abrazaban al que tenían cerca y lo hundían. No había tiempo, no podíamos perder ni un minuto. Estamos preparados para todo tipo de situaciones pero fue tan caótico que no dábamos abasto» . Valle, a punto de retirarse por fin a descansar unas horas, pide que no se le ponga como héroe ni como ejemplo y apela al equipo y a los compañeros. «Fue un trabajo de todos», insiste. Lo que no dice es que casi seguro fue el trabajo de sus vidas, las vidas que salvaron.