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Los supervivientes de la tragedia en Ceuta: «Vamos a seguir intentándolo»
Haber sacado los cadáveres de sus amigos del agua no frena los deseos de algunos subsaharianos por cruzar a Europa a cualquier precio
Los supervivientes de la tragedia en Ceuta: «Vamos a seguir intentándolo»
Jean Jacques, un camerunés de veinte años, recuerda la horrible mañana del pasado jueves 6 de febrero sin un solo amago de venirse abajo. Ni media lágrima y, a veces, hasta con una sonrisa en los labios. Aquel día una quincena de emigrantes subsaharianos murieron ... en las aguas que separan Ceuta de Marruecos en la frontera del Tarajal después de que varios centenares trataran de entrar nadando desde la playa o saltando la valla y fueran rechazados por la Guardia Civil.
«Dos colegas del bosque de Castillejos, Martin y Roger, murieron en el agua. Compartimos cabaña durante semanas y cenamos juntos antes de bajar todos en grupo sobre las cinco y media de la mañana», relata Jean Jacques a ABC en el piso de unos amigos de Tánger donde vive estos días acogido.
El optimismo y la esperanza son el escudo con el que se defiende. No quiere fotos para «que no me reconozcan cuando llegue a España» y solo se deja retratar a contraluz. Sobrevive con poco más que la fe en la seguridad de que el destino le va a premiar con «el otro lado». Un pantalón de chándal gris, un polo rosa, una gorra negra y unas chanclas en las que no le caben los pies, todo prestado, es cuanto posee en estos momentos junto a su teléfono móvil.
Regresar a la zona de Melilla
Junto a Jean Jacques están sentados en un sofá de tres plazas otros dos cameruneses, Dani, de 22 años, y Hervé, de 25, también supervivientes de la reciente tragedia. Los tres responden a coro al reportero sin dudar: «Vamos a seguir intentándolo». Unos, como Jean Jacques no descartan regresar de inmediato a la zona de Nador, donde ya estuvo, para hacer nuevas tentativas por Melilla, adonde ya logró entrar dos veces saltando la valla antes de ser devuelto por los agentes españoles. Otros, como Hervé, van a necesitar más tiempo después de lo vivido el otro día en la playa. «Tengo que descansar. De momento, me quedo en Tánger», la gran ciudad marroquí del estrecho de Gibraltar, a unos sesenta kilómetros de Ceuta.
«A mí me sacaron inconsciente del agua dos alís», como se refieren a los agentes de las Fuerzas Auxiliares marroquíes, explica Dani haciendo gestos de cómo le picaban los ojos y la boca al tragar por los gases que asegura les lanzaron los agentes de la Guardia Civil. También los subsaharianos que se encontraban con más fuerzas tiraron de los cuerpos de los ahogados hasta la playa. Allí se improvisó una ceremonia con oraciones cristianas y musulmanas y el himno nacional camerunés por la nacionalidad de la mayoría de los fallecidos.
Algunos teléfonos móviles registraron el momento antes de que las Fuerzas de Seguridad marroquíes los llevaran a la comisaría de Tetuán. Para sorpresa de muchos de ellos, las autoridades locales no ordenaron esta vez su expulsión hacia la frontera argelina, por la que la mayoría han entrado en el reino alauí. Muchos se encuentran ya desperdigados de nuevo por el país, en ciudades como Tánger, Rabat o Casablanca. Los menos aguantan en el bosque, donde están más a mano de la valla pero donde la vida es muchísimo más dura.
«Aquí me siento en prisión»
Jean Jacques fue de los pocos que logró pasar al lado español aquella mañana. Entre veinte y treinta dicen que lo consiguieron. «Quince minutos después los guardias me devolvieron al lado marroquí», cuenta. Pero tanto él como Dani y Hervé, los tres cristianos, insisten en que el reino alauí es un «país árabe con una mentalidad totalmente diferente a la nuestra». «La libertad es lo más maravilloso que hay y aquí me siento como en prisión», añade Jean Jacques refiriéndose a que en ocasiones les piden que se conviertan para poder trabajar o ser ayudados.
Ni la actual crisis que se vive en España, ni los índices de paro, ni el coste de la vida les echa atrás. «Tengo amigos en Ceuta, en Melilla , en España… y se ganan la vida, pueden llamar a sus familias», dice el joven que en 2012 acabó su formación profesional como soldador industrial y al que la falta de oportunidades en Camerún le empujó al norte. «Si pudiera quedarme en mi casa, en Duala, me quedaba».
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