Los meses duros del Gurugú

El invierno se echa encima de los cientos de emigrantes que esperan en el monte de Melilla el momento de saltar la valla

Los meses duros del Gurugú luis de vega

luis de vega

«Sólo pienso seguir hacia delante, adelante hasta la muerte si es necesario», insiste decidido Wilfried Ismael , un camerunés de 23 años. Es uno de los habitantes más veteranos del monte Gurugú, asomado a Melilla y de infausta memoria tras la guerra que España libró con las cabilas rifeñas hace un siglo. En la muñeca de su mano derecha lleva todavía la marca profunda y sucia que le dejaron las alambradas de la valla hace tres semanas . Pero se lamenta más de las heridas del alma. «Estoy atrapado por la miseria», añade este joven que asegura que ha superado varias veces la verja y que siempre ha sido echado para atrás una vez que había pisado territorio español. « Los guardias civiles nos entregan a los agentes marroquíes, que lo primero que hacen es pegarnos. Después nos llevan al hospital y después a Uxda », a unos 150 kilómetros de la ciudad española.

Junto a él, otros se levantan los pantalones y muestran sus heridas de guerra. Enganchones y desgarros en las piernas mal curados o que las infecciones no han dejado cicatrizar bien. Como si fueran toreros, van acumulando más marcas cuantos más son los intentos de pasar al otro lado.

Llueve y Wilfried ocupa junto a una veintena de subsaharianos una cueva en una de las faldas del Gurugú. Algunos suben la empinada pendiente embarrada con algo de pan y garrafas de agua que traen de las últimas casas de Beni Ensar. Van abrigados con lo que pueden. Las capas desordenadas de ropa sucia y raída se acumulan sobre sus cuerpos. Todo lo que tienen para comer es una cazuela de arroz que preparan en una improvisada cocina hecha con unas piedras y algo de leña. Entre ellos hay un joven chadiano de catorce años, Housseini , que apenas responde cuando el periodista le pregunta: «Mi madre está en Uxda».

Da igual el viento y la lluvia. Como cada día, decenas de agentes marroquíes rodean en la mañana del domingo este monte que acoge desde hace más de una década a una población fluctuante de emigrantes subsaharianos que ansían pasar al lado español por el vallado fronterizo. Este día no hay detenciones, pero todos los habitantes del bosque están alerta. Hay varios puestos fijos de las Fuerzas de Seguridad a lo largo de la carretera que sube desde Beni Ensar. Las carreras campo a través impiden a menudo caer en manos de los agentes, que para no irse de vacío queman las mantas y los plásticos que sirven de refugio entre los árboles a los emigrantes.

Valdini , un marfileño de 28 años, ha intentado ya tres veces saltar la valla desde que llegó a Marruecos en el mes de abril de este año. Asegura que la ha superado, pero que los guardias lo echaron al lado marroquí. Lleva el brazo escayolado por una fractura en un dedo. Por eso decide pasar estos días durmiendo con una manta a la intemperie en los jardines del Hospital Hassani de Nador, a una decena de kilómetros del Gurugú, porque no puede correr si hay redadas en el monte.

El viernes se produjo el último salto de la valla. Más de un centenar de los acampados en el monte trataron de entrar en Melilla y unos cuarenta lo consiguieron, según la Delegación del Gobierno. Fue a plena luz del día por el lugar conocido como arroyo de Farhana, cerca del campo del golf de la Ciudad Autónoma y del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI).

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