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Los etarras sin causas pendientes en España optan por seguir en el «exilio»
Más de 30 individuos han regularizado su situación, pero ya tenían la vida resuelta

Más de una treintena de individuos que en su día pertenecieron o colaboraron con ETA en distintos niveles y que se encontraban dispersos por diferentes países, sobre todo de América, aunque también de Europa y África, han regularizado en los dos últimos años su situación y pueden regresar a España porque ahora no tienen causas pendientes. Sin embargo, según fuentes conocedoras de la situación, «el 90 por ciento de ellos han declinado, al menos de momento, su vuelta al País Vasco y Navarra, porque tienen sus negocios o empleos en los lugares que los acogieron cuando huían de la Justicia». Se desmonta así la farsa de la «izquierda abertzale», cuando exige, dentro de su «hoja de ruta» para la «resolución del conflicto», la presencia activa en el «proceso de paz» de los «refugiados políticos».
En España, de la misma forma que no hay «presos políticos», tampoco hay «refugiados», sino huidos de la Justicia que buscan la impunidad para no ser condenados. Es difícil precisar su número, ya que se sospecha que, además de los etarras que figuran en busca y captura, hay elementos «legales», es decir, no fichados, detrás de los 320 asesinatos de ETA aún sin esclarecer. Sin embargo, la Guardia Civil y la Policía están convencidas de que acabarán siendo identificados y puestos a disposición judicial. Cifrar la composición de este grupo en unos 300, según fuentes antiterroristas, «no es descabellado». Otra cosa es el número de etarras actualmente operativos, que no superan los 30.
Luz verde
Al margen está otro colectivo, mayoritario, integrado por unos 600 individuos, que desde hace ya muchos años están operativamente desvinculados de ETA, aunque mantienen sus simpatías hacia ella. La mayoría podría regresar a España, bien porque han prescrito los delitos de los que se les acusaba, bien porque las penas pendientes eran poco relevantes. En este último caso, probablemente, deberían pasar por la Audiencia Nacional. De estos 600, unos 30 ya han realizado los trámites administrativos oportunos en los consulados de aquellos países en los que residen . Por tanto, tienen luz verde para regresar a España.
La mayoría de ellos, «más del 90 por ciento», según fuentes de la lucha antiterrorista, prefieren, no obstante, seguir en aquellos lugares que les acogieron cuando huían de la Justicia española. Al no estar sujetos a órdenes de busca y captura desde hace años vienen haciendo allí una vida normal, tienen trabajo y, en algunos casos, son propietarios de prósperos negocios. La idea de regresar al País Vasco o Navarra, en plena crisis económica y desarraigados, no les satisface en exceso.
Sí, en cambio, han decidido regularizar su situación porque de esta forma pueden desplazarse temporalmente a sus municipios de origen para visitar a familiares y amigos, e incluso disfrutar de vacaciones. Pero van con poco equipaje. Ya ha habido casos de estos antiguos etarras que han viajado a Ondárroa, Éibar, Hernani, Bilbao o San Sebastián, entre otros municios, con billete de vuelta. La mayoría de estos individuos que, de momento, rechazan la posibilidad de regresar a sus pueblos, residen en Francia, sobre todo en el sur y en la región de Bretaña. Pero también son muchos los afincados en México, Uruguay y Argentina.
Puerta de atrás
La actitud de estos antiguos miembros o colaboradores de ETA desmonta el discurso abertzale que incluye entre sus reivindicaciones la participación de los «refugiados» en lo que llaman «proceso de paz» y culpan al Gobierno de que no puedan regresar.
Han regularizado su situación en los consulados «por la puerta de atrás». Tradicionalmente la banda criminal ha prohibido a sus «exiliados» que busquen salidas personales para regularizar su situación. Pero en la actual coyuntura, con una banda que agoniza, los cabecillas optan por el «silencio administrativo». Es decir, no les dicen que pueden volver, pero tampoco se oponen. Así que, a los pocos que fijan de nuevo su residencia en el País Vasco o Navarra, ni les reciben con «ongi etorris» ni les tributan homenajes. Tampoco ellos lo piden. Regresan tras años de «exilio», algunos de «clandestinidad», sin lograr ninguna de las reivindicaciones por las que se abonaron al tiro en la nuca y al coche bomba.
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