Nadal firma otra exhibición para agrandar su leyenda

El partido tenía más dificultades que las que anticipaba una final entre uno de los mejores deportistas de la historia y el hasta ayer número 32 del mundo, con solo tres títulos en su carrera y que hasta el momento su mayor logro en un Grand Slam era llegar a cuartos de final en este mismo escenario en 2015.

Anderson se mostró durante todo el torneo como un jugador rocoso, que apenas comete fallos con su saque poderoso y que había mostrado gran consistencia desde el fondo de la pista. Es, además, un jugador metódico, preocupado por los más mínimos detalles por mejorar su juego. Su carrera ha estado lastrada por lesiones —la más grave, de cadera, le mantuvo casi un año fuera de las pistas hasta la temporada pasada—, pero ha encontrado manera de exprimir al máximo su potencial: maniático de las estadísticas, de mejores técnicas en su juego y de llevar a cabo rituales mentales en la pista para no perder la concentración. Se le ha visto incluso cambiar el grip -la cinta adhesiva que se coloca en la empuñadura de la raqueta- en los descansos entre sets para ganar un pelín más de agarre. Los espectadores de Nueva York también han comprobado estas últimas dos semanas como grita ‘Come on!” -el ‘¡Vamos!’ anglosajón- cada vez que se anota un punto, para mantenerse con la concentración al máximo. «Converso con el hombre que siempre va conmigo»; decía el poeta, y Anderson lo ha hecho más que nadie en este Abierto de EE.UU., con gran resultado.

Nadal, sin embargo, cortó este soliloquio a mitad del primer set. Caminaba el partido atrancado, lento, con un 3-3 que había tardado tres cuartos de hora en suceder. El tenista español despachaba los juegos con su saque con cierta facilidad, con un gran promedio de primer servicio, y con contundencia desde el fondo. A Anderson le costaba mucho más. Hubo juegos eternos, de ventajas que se rompían una y otra vez. El sudafricano encadenaba errores no forzados con grande saques para mantenerse a flote. Nadal buscaba moverle, desplazarle del confort de su manotazo de derecha, agujerearle en el revés o hacerle correr en dejadas. Por fin, una doble falta de Anderson y un error en una bola a media pista muy asequible regalaron a Nadal el primer ‘break’.

A partir, de ahí el partido fue cuesta abajo para el número uno. No porque Anderson no fuera rival, sino porque Nadal hizo siempre lo necesario para imponerse. «Tengo que cambiarle los ritmos, las dinámicas de los puntos», dijo sobre las claves para ganar a Anderson tras su victoria en semifinales contra el argentino Juan Martín del Potro . Y le salió a la perfección. Buscó intimidar el temible saque del sudafricano, que desde sus 2.03 metros de altura coloca pelotazos de forma habitual por encima de los 200 kilómetros. Nadal, que empezó recibiendo sus cañonazos desde muy atrás en la pista, con el trasero casi en la nariz de los jueces de línea, cambió su posición a mediados del primer set. En el primer saque de Anderson, se colocaba tres o cuatro pasos más adelante, para recibir casi sobre la línea. Si el sudafricano fallaba, volvía a su posición original. ¿Buscaba Nadal intimidar, achuchar, confundir a su rival? Lo cierto es que funcionó. Pero fue mucho más que eso. Nadal no dejó que la supuesta inferioridad de su rival le desconcentrara y fue eficiente al máximo en los momentos clave. En las dos primeras mangas, aprovechó la primera bola para llevarse el set. En la bola definitiva de partido, solo falló una vez y remató la victoria con un excelente saque colocado que sacó a Anderson de la pista y remató con una volea de revés en la red. Fue un final perfecto para una noche perfecta en ese capítulo: no falló una sola pelota en la red. Además sacó con mejor porcentaje que un especialista como Anderson y restó de maravilla.

Nadal ha demostrado en Nueva York que no se ha cansado de gloria. Este es su segundo grande de esta temporada (también ganó Roland Garros), el tercer Abierto de EE.UU. y el decimosexto de su carrera . Consolida su número uno y un momento de forma excelente a sus 31 años. Y le queda mucha hambre. «Nos vemos aquí el año que viene», dijo desde la pista nada más levantar su trofeo.