El matrimonio español que manda en el Dakar

La gesta de Juan y Lidia tiene el mérito añadido de que este solo es su segundo Dakar. Debutaron el año pasado, donde consiguieron llevar a la meta un Fiat Panda 4x4 que les dio mil y un quebraderos de cabeza. Con todo, ahí ya lograron terminar segundos en una de las etapas, lo que les sirvió de aliciente para afrontar este año con otra perspectiva. El coche elegido para la edición 2023 es un Toyota HDJ80, el más numeroso entre los inscritos. El cambio ha sido sustancial. «El año pasado pagamos ir con el Panda, aunque también la novatada del estreno», explica a ABC Juan Morera. «Al principio nos costó mucho interpretar las viñetas del 'roadbook' y penalizábamos mucho. Luego, con el coche no podíamos correr en las etapas en las que te encontrabas piedras gordas, y también nos hundíamos cuando había arena». También se quedaron sin repuestos a mitad de carrera, lo que les obligó a tomar muchas más precauciones hasta el final. Ahora todo es distinto. El Toyota les ha dado muchos menos problemas mecánicos, y la adaptación del vehículo a todos los terrenos es evidente: «Es otra historia, no tiene nada que ver», cuenta Lidia Ruba. «Al menos no vamos panceando todo el camino».

El Dakar Classic no es una lucha contra el cronómetro. O sí, pero de una forma distinta a la que libran las grandes estrellas de la carrera. Morera y Ruba no tienen que ser lo más rápidos, sino los más regulares. Los coches deben ir siempre a velocidades regladas, con puntas que no superan los 130 km/h. Se les penaliza tanto si van más rápido como si van más lento de lo que les marca el 'roadbook'. Al margen, cada especial cuenta con varios puntos de control por el que los participantes deben pasar obligatoriamente. Si no, más puntos de penalización. Gana el que menos suma.

«Hay que estar muy concentrado y conservar la mecánica. Cualquier rotura te deja fuera de la carrera», dice Juan, que aprovecha para lanzar un piropo velado a su mujer: «Es muy importante no perderse, y nosotros no nos perdemos nunca. El copiloto tiene más del cincuenta por ciento de la responsabilidad, porque te va cantando las medias de velocidad y a la vez te va guiando. De hecho, todos los equipos que están arriba tienen copilotos muy buenos. Están muy preparados. Al final, conducir somos muchos los que lo hacemos bien o regular, pero un gran conductor sin un buen copiloto no hace nada«.

En esta pareja, el apasionado del Dakar, del motor en general, es Juan. Creció en un taller de coches viendo los resúmenes que echaban por la noche en televisión y soñando con poder ir algún día. Ya tenía experiencia en carreras de resistencia en circuito, y el año pasado, aprovechando la creación de la categoría Classic, decidió dar el paso. Hizo la inscripción y puso a su mujer como copiloto, aunque no se lo dijo hasta tres meses después, aprovechando una cena con amigos. A Lidia el debut le dejó un sabor agridulce. Los fallos del coche, el estrés psicológico durante las etapas y el cansancio físico se sumaron a la tristeza por dejar en Barcelona a sus tres hijos pequeños. «Lidia juró el año pasado que no volvería nunca más», relata Juan. ¿Qué cambió, entonces? «Él tenía muy claro que quería volver, pero yo no me fiaba de que se subiese al coche con otra persona. Está muy loco y ante la duda tiende a acelerar. Pensé que si iba con cualquier amigo se iba a pegar un tortazo bueno. Yo quería que no viniese, pero claro…».

Pese a lo dicho, ella es la más competitiva de la pareja, la que sufre cuando se escapan los minutos antes de alcanzar un 'waypoint'. «Yo el año pasado me conformaba con llevar el primer Panda a la meta de un Dakar, pero ella quería ganar», cuenta el piloto. «Y ahora que vamos líderes aún hay días que termina cabreada. Incluso si un día acabamos sin penalizaciones aún buscará un motivo para enfadarse«.

En la pareja aún hay otro punto de fricción: el aspecto económico. El Dakar Classic no maneja los presupuestos de los coches más competitivos, pero aún así supone un desembolso importante. «La base del coche es bastante barata, y luego ya es lo que te quieras gastar en ponerlo a punto, en recambios… Si quieres hacerlo bien necesitas meterle dinero. Pero el presupuesto no lo puedo decir porque Lidia no lo sabe. Y si lo supiera no estaría aquí«.

Lo que no ha cambiado del año pasado a este es el objetivo de la aventura. Decidió que tendría un carácter solidario y que quería hacerlo en colaboración con Bicicletas sin Fronteras, una ONG que cede bicicletas a niños senegaleses para que puedan ir a la escuela. Si aprueban, se la quedan. Morera, ingeniero industrial y dueño de su propia empresa de fabricación de bicicletas, llegó a diseñar una bicicleta específica adaptada a los difíciles terrenos senegaleses, la Baobike. Todo el dinero de patrocinadores que recaude la pareja irá destinado a la compra de más bicis. «Es un proyecto que de verdad cambia vidas. Niños y adolescentes que antes no iban al colegio han empezado a hacerlo, y gracias a ello muchos han ido también a la universidad».