En Luxemburgo, Perico saltó una valla y vio a un «extraterrestre»

Perico no pudo defender su título. ABC

LUXEMBURGO. Se sintió agobiado, atrapado en la jaula del estrés. Aquel cajón, aquel reloj y aquel juez que contaba hacia atrás -cinco, cuatro, tres, dos, uno, fuera-. Aquellos directivos de Banesto, que querían presumir de ganador de Tour e inauguraban aquel día la aventura del ... patrocinio ciclista. Cientos de ojos -periodistas, aficionados españoles, televidentes al otro lado de la pantalla-, pendientes de ese dorsal número 1 con los colores azul y blanco del Reynolds-Banesto. Faltaban diez minutos para la salida del Tour 1989, el posterior a su coronación como ídolo de masas. Estaban todos en la rampa de lanzamiento, Breukink, Lemond, Fignon, Kelly, el jovenzuelo Induráin. Pedro Delgado se sintió morir, atenazado por la presión. Y saltó una valla en Luxemburgo. El obstáculo que agigantó su leyenda y le convirtió durante cuatro días en el farolillo rojo. La valla que le hizo perder un Tour.

A 1.200 kilómetros Eusebio Unzué quiso que se le tragase la tierra. No estaba en la salida del Tour. Se casaba su hermano pequeño, Juan Carlos, portero del Barcelona y hasta la temporada pasada del Osasuna. A Eusebio se le atragantó el chuletón. Con la radio en la oreja, no podía creer lo que narraban los locutores: «Perico no sale, no aparece en el cajón. ¿Dónde está Delgado?».

En Pamplona se querían morir

Boda en Pamplona, funeral en Luxemburgo. Perico se había perdido en las calles colindantes a la Avenida de la Libertad, en pleno centro de Luxemburgo. Unzué se levantó de la mesa familiar, lanzó un improperio desesperado y le dio el día a su hermano. Los comensales se volvieron hacia Unzué y en la distancia, hacia el Gran Ducado luxemburgués. ¿Dónde estaba Perico?

El protagonista recuerda una calle estrecha, en cuesta, cerrada al tráfico, mientras el locutor de la prueba, Daniel Mangeas, reclamaba su presencia. Fueron los dos minutos y cuarenta segundos más largos en su vida. Ese tiempo tardó en regresar a la rampa de salida y, a toda mecha, emprender carrera en pos de un Tour que había perdido antes de empezar. Era el 1 de julio de 1989, el debut de Banesto como patrocinador.

Despojado de los nervios, furioso como una alimaña, Delgado realizó un prólogo excelente. Él era un escalador y sólo perdió 14 segundos con el vencedor, el holandés del PDM Erik Breukink. Pero fue, naturalmente, el último, a 2:54 del líder. Delgado, farolillo rojo en el Tour que le esperaba con los brazos abiertos. «Fue demasiado sencillo. Simplemente, se despistó», cuenta Unzué.

Lo peor no había llegado. Dos noches sin dormir, la moral por los suelos, las ganas de irse a casa. Dos días después, la puntilla. Contrarreloj por equipos. Últimos kilómetros en un día nefasto para el equipo de Echávarri. Los nueve de Reynolds, delante. Perico, detrás, solo, sin fuerzas, desmoralizado. Otra vez el último, como su equipo en la crono. Desde ese momento hasta el final en París, Delgado protagonizó la mayor remontada que se recuerda. Adelantó a todo el pelotón menos a Lemond y Fignon, que se jugaron el triunfo en una histórica contrarreloj de cierre con triunfo para el americano.

Tres años después, Banesto se redimió. No con Delgado, sino con la nueva estrella. Induráin ganó la contrarreloj en Luxemburgo con tres minutos de ventaja sobre el segundo, su compañero Armand de las Cuevas. Dobló a seis ciclistas, entre ellos Fignon, que acuñó aquella célebre admiración: «¿Habéis visto? Me ha pasado un avión». Desde entonces pasó a ser el «extraterrestre».

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