Atletismo

El sorprendente Karim: llegó a España en los bajos de un camión y corre maratones descalzo

El Hayani compite sin zapatillas y en abril acabó así los 250 kilómetros del exigente Marathon des Sables: «Correr es la única manera de estar bien conmigo mismo»

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Karim El Hayani, al acabar una de las etapas del Marathon des Sables Marta Bacardit

Javier Asprón

Llegó a la meta exhausto y con la mirada perdida, casi deambulando. Pero, a pesar de la desorientación, su sonrisa le delataba. Era plenamente consciente de la proeza que acababa de lograr. Karim El Hayani, atleta nacido en Tánger hace 27 años y nacionalizado español, ... se convirtió el pasado 2 de abril en la primera persona en acabar descalzo el Marathon des Sables , una carrera de 250 kilómetros a través del Sáhara que pone a prueba los límites de resistencia del ser humano. Su reto iba más allá que el de cualquier otro participante, para quienes el calor, la falta de alimento o el penoso trayecto a través de las dunas de Merzouga son más que suficientes. A todo eso él sumó el hacerlo con los pies desnudos. Ahora jura que no lo repetiría. «Habría que pensarlo mucho para volver a hacerlo descalzo, porque es una locura», explica en una larga conversación con ABC. «Tal vez llevase sandalias».

El Hayani es un atleta casi único. Su vida da para un buen guion cinematográfico. Llegó a España con 12 años agarrado a los bajos de un camión y vivió hasta la mayoría de edad en un centro de acogida de Aldeas Infantiles en San Lorenzo de El Escorial . Allí estudió Cocina y se aficionó a correr, dos hobbies que ha convertido en su modo de vida. Hoy reside en Lake Louise, Canadá. Trabaja en un hotel y sale a diario a trotar por parajes idílicos. Casi de la nada ha construido su vida perfecta. «El atletismo me lo ha regalado todo. Desde mis amigos hasta la oportunidad de viajar y conocer diferentes sitios. Me gusta tener objetivos y siempre los encuentro en el deporte. Correr es lo que me hace feliz. Es la única manera de estar bien conmigo mismo».

Karim recuerda una infancia «muy bonita» en Tánger . Callejera y rodeado de amigos. «Ahí ya estaba descalzo todo el día. Solo tenía unos zapatos para las bodas. Subíamos montañas, saltábamos, jugábamos al fútbol... Aunque hubiera dinero para zapatillas, que no era el caso, un padre tendría que comprar un par prácticamente cada semana». De cuando en cuando aparecía por su barrio alguna familia procedente de España , y ahí es cuando empezó a crecer en su interior la idea de cruzar la frontera. «Ves que vienen bien vestidos, con coches... Obviamente, uno quiere lo mismo. Llevar esa vida también. Ir a España acaba convirtiéndose en un sueño para cualquier chaval».

Apenas tenía 12 años cuando lo intentó por primera vez. «Es un viaje en el que te juegas la vida. Vi a otros chicos morirse a mi lado. Cuando la policía marroquí te atrapa, te pegan en la cabeza para que no lo vuelvas a hacer». Pero ni los golpes le hicieron desistir. En la tercera tentativa por fin alcanzó el puerto de Algeciras agarrado a los bajos de un camión, junto al depósito de gasolina. «Llegamos varios chicos. Lo primero que haces es pedir ayuda a algún paisano. Al final sabes que al ser menor la Policía te va a llevar a un centro de acogida. A mí me trasladaron a Madrid, estuve dos semanas en Hortaleza y de ahí pasé al centro de Aldeas Infantiles. En El Escorial me acogieron como mi propia familia. Me han dado siempre todo lo que he necesitado para llegar a ser quien soy».

El agobio de las zapatillas

Su destino dio otro giro el día que decidió apuntarse a un cross escolar. Sin experiencia y con unas botas de fútbol prestadas como calzado acabó tercero ante una multitud de chicos. Se enganchó y empezó a entrenarse en el club Las Ardillas. De nuevo le acompañó el paisaje. Hizo del Monte Abantos su pista de atletismo particular y tomó la decisión de correr sin zapatillas. «Al final me di cuenta de que era un agobio, que disfrutaba mucho más con el contacto directo con el suelo. Una vez que te acostumbras es muy complicado volver a correr con zapatillas. Aprendes a poner el pie donde sabes que no vas a hacerte daño».

El Hayani sigue una tradición que comenzó el etíope Abebe Bikila, campeón olímpico de maratón en Roma 1960 , y que ha ido ganando adeptos en los últimos años. En su caso le ha permitido lograr éxitos importantes, como la Copa de España júnior de carreras de montaña, pero también alguna decepción mayúscula. «Después de esa victoria tuve un problema con la Federación. Empezaron a prohibirme correr descalzo o con sandalias sin darme nunca una explicación. Pero, claro, las grandes marcas de zapatos son las que patrocinan esas carreras... Es algo que no pasa en ningún país del mundo. Al revés, en cualquier otro lugar valoran muchísimo que haya atletas que corran de esa manera. Llegué a sentir mucho rechazo e impotencia».

El Hayani es seguidor acérrimo del Barcelona y siente devoción por la figura de Rafa Nadal . «Da igual todo lo que ha conseguido, el reconocimiento que tiene. No ha perdido la humildad y sigue trabajando y luchando por el deporte que ama. Esa sencillez es la que persigo yo también». Entre sus próximos objetivos están el Campeonato de España de 100 kilómetros en ruta y el ascenso al Pico de Orizaba, la cumbre más alta de México (5.675 metros): «Me llama mucho la atención. Al final he corrido en nieve, en hielo, sobre dunas y barro... Y hace poco pensé, '¿qué me queda?'. Pues ir hacia arriba, así que eso haré».

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