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De Cabestany a Induráin pasando por «Perico»

Delgado ganó en Luz Ardiden en 1985, tras un ataque en cadena del Seat-Orbea, y cinco años depués dio allí el relevo al navarro

J. GÓMEZ PEÑA

A veces es mejor que los planes no salgan. En 1990 , José Miguel Echávarri, inventor con Eusebio Unzúe del Reynolds y el Banesto, diseñó la temporada dividida en dos nombres. El joven Miguel Induráin iría a por la Vuelta a España ... y el viejo Perico Delgado, a por el Tour. No atinó. El navarro no se ajustó a la ronda española. Y el segoviano no pudo con la Grande Boucle. Pero no fue un año de barbecho. Algo sucedió. Y fue en la cuesta donde acaba la próxima etapa del Tour 2011, en Luz Ardiden. Aquel día Delgado no iba . Dolor de estómago. «En el equipo manteníamos mi enfermedad en secreto», recuerda el corredor castellano. Entonces, se arrimó a Induráin, su delfín, y le dijo cuatro palabras que resultaron históricas: «No me esperes Miguel». Ceremonia del relevo. Nuevo monarca. Induráin subió el puerto con LeMond, con unos metros de ventaja sobre Marino Lejarreta. Arriba, el navarro llegó solo. Dio tres palmadas y levantó su brazo derecho al cielo. Ya estaba claro: el futuro llevaba su nombre. Ese Tour lo ganó LeMond; los cinco siguientes fueron para el que recibió la orden de no esperar a ‘Perico’.

Delgado cedió el mando en Luz Ardiden, donde lo había cogido cinco años atrás. Esa cuesta le resume. Todo empezó un martes de julio de 1985 . Era la decimoséptima etapa y a aquella tarde se le había olvidado el verano. «La niebla era tan espesa que no se veía más allá de la curva de delante. Los diez kilómetros finales se me hicieron eternos. Sabía que por detrás había saltado Lucho Herrera. Me giraba y no lo veía venir. Tenía miedo de que surgiera de la niebla en cualquier momento. Fue una agonía. Pensaba que no iba a ganar. Pero me dije a mí mismo: ‘No van a cogerme’. Y resistí». Era la primera vez que el Tour acababa allí y Delgado , que venía de birlarle la Vuelta al escocés Millar, ofició el bautizo. Aún se recuerda aquella victoria, la que comparten tres nombres del equipo Seat-Orbea: Pepe del Ramo, Pello Ruiz Cabestany y Pedro Delgado. «Aquel día todo salió perfecto», sonríe Perico.

Era ya el quinto Tour de Hinault, líder total. A los demás les quedaban los restos, las etapas. Txomin Perurena, director del Seat Orbea, trazó en el hotel un plan de ataque. Fácil de decir; tan difícil de hacer en los 210 kilómetros que iban desde Toulouse hasta Luz. Pepe del Ramo cumplió la primera parte y se marchó en el Aspin. Avanzadilla. Hay ciclistas pegados a una imagen. Ésa es la de Pepe. «Cada vez que mis amigos me hablan del Aspin, tiene un kilómetro más de subida, ja, ja», cuenta Del Ramo, que coronó la cima. Detrás, ya había saltado Cabestany . Fue una sorpresa. Perurena había designado para ese relevo a Jokin Mujika. En fin, cambio de cromos. El frío inmovilizaba la etapa. Todos tiesos salvo los del Seat-Orbea. Cabestany atrapó a Del Ramo, que tiró de él. El segundo eslabón ya estaba en marcha.

La primera de «Perico»

Cabestany, acatarrado, había penado en aquel Tour. Pero ese martes fue su día. Pletórico. Era un símbolo en aquel equipo de origen guipuzcoano, gestado desde la sociedad Danena impulsada por Peli Egaña y Patxi Alkorta. Cabestany, ya solo, llegó al pie del Tourmalet con más de tres minutos de ventaja. «Ahí empecé a pensar en ganar la etapa», reconoce. Iba sin cadena. Suelto. Hasta que recibió la orden de parar. Detrás, Delgado acababa de ejecutar la tercera parte del plan: había atacado. Cabestany, pie a tierra en la cuneta y llorando por la oportunidad perdida, obedeció. La orden de Perurena fue cumplida, aunque doliera dentro del propio Seat-Orbea. No fue fácil para el técnico vasco. Se la jugó. Tiempo después, Perurena llegó a confesar que aquel día «Pello podría haber ganado la etapa» . Pero la baza más segura era la de Delgado. Le salió bien. Si no, el director lo habría pagado con su puesto.

Cabestany, ejemplar, esperó y cuando llegó Delgado se vació por él. Un minuto de ventaja sobre Lemond, Parra, Roche y Chozas. Y algo más sobre el pelotón de Hinault y Herrera, aliados en aquella edición. Cabestany tomó de la mano a Delgado y lo dejó en el primer kilómetro de Luz Ardiden, lanzado hacia la niebla. Herrera, el fabuloso escalador colombiano, saltó a por él. No se veía nada. Lo tuvo a dos curvas, a dos palmos de bruma, pero no lo atrapó. «No van a cogerme», se repetía a sí mismo Delgado . Casi nadie lo vio -las cámaras de televisión sólo captaban una nube-, pero muchos se acuerdan de aquella tarde a oscuras en Luz cuando un trío de ciclistas se repartieron semejante etapa, la primera de ‘Perico’. Luego ganó el Tour de 1988 y, dos años después, también pedaleando hacia Luz, le mostró el camino a su sucesor: «No me esperes Miguel». La cima de Luz tiene por costumbre alumbrar el porvenir del Tour. Como puede suceder este jueves.

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