En perspectiva
Emociones y comunicación
El líder de opinión que se expresaba en los medios como experto o como un intelectual respetable ha perdido hoy gran parte de su poder
El príncipe Harry confesó estar sometido a la rigidez victoriana
No les va muy bien a los moderados en estos tiempos de desbordamiento pasional y mensajes virulentos en las redes. Los políticos que no apelan a las emociones y los gobiernos tecnocráticos, resultan aburridos para esa parte de la ciudadanía que goza con la ... controversia y la confrontación apasionada en la conversación pública. Y es que hay estudios que demuestran que los que se expresan con odio, rabia o indignación al tomar partido en las redes, son los que sienten la mayor felicidad. No son esos sentimientos, tan perturbadores para el individuo, lo que más lo excita: es expresarlos en público. Eso le hace sentirse participativo, exhibir su postura moral, y de paso asociarse con sus pares. Porque sabemos que los sentimientos grupales cohesionan, ya sea en el concierto, el fervor de la protesta social o el mitin político.
Resulta muy interesante que muchas disciplinas que se ufanaban de expresarse solo desde la razón han tratado de incorporar en su lenguaje el componente emocional; y también es loable la cruzada para desterrar el tabú de lo afectivo en nuestra cultura. Oír al príncipe Harry confesar que a los doce años no pudo llorar en público la muerte de su madre, es una prueba de la cruel rigidez de los códigos del mundo victoriano. Pero no sólo la realeza ve con malos ojos los desbordamientos emocionales; para la gente «culta» la «falta de control» de los afectos sigue siendo considerado un comportamiento inapropiado de grupos sin educación.
Caótico parloteo
Tampoco podemos negar que la opinión masiva en redes y foros sociales es un factor que aviva la democracia y permite que la ciudadanía incida en los procesos políticos. Infortunadamente el caótico parloteo que produce, al no tener dirección ninguna, a menudo se queda en ruido sin consecuencias o en escándalos efímeros rápidamente desplazados por otros nuevos.
Todos nos sentimos con derecho a opinar sobre temas con peso moral como el suicidio, el aborto, o el adulterio. Pero durante años las mayorías sólo pudieron expresar sus creencias o posiciones éticas en ámbitos privados, y con temor a ser juzgados por los jueces de la moral del momento. Y he aquí que en las democracias liberales de repente se abre la compuerta de la opinión masiva, y que su consecuencia es el quiebre de la tradicional verticalidad de la información periodística, que a menudo fue involuntariamente autoritaria. Si a eso añadimos que la verdad de los hechos también ha sido erosionada por la proliferación de 'fake news' y de teorías conspiratorias, tenemos que hoy pareciera más importante lo que se opina de los hechos —con hipérboles, simplificaciones y lenguaje agresivo— que los hechos mismos.
Todo esto para decir que el líder de opinión que se expresaba en los medios como experto o simplemente como un intelectual respetable ha perdido hoy gran parte de su poder. Mucho más si es sereno, moderado, racional en su argumentación. Y que —tal vez— únicamente los que sepan insuflar a sus palabras la dosis de pasión que le permite el lenguaje, pero conservando el punto de objetividad que le dé sustento a su discurso, podrán hacerse oír en medio del bullicio colectivo.