iluminaciones
La eternidad en Giverny
La serie 'Nenúfares' de Claude Monet expresa la esencia de una Naturaleza que se disuelve y abstrae en manchas de color
Al iniciar esta serie en el suplemento cultural de ABC, quería transmitir a nuestros lectores los libros, los cuadros, la música, la arquitectura y el arte que no sólo me han producido deleite y satisfacción, sino que también han dejado una huella en mi interior. ... Tras barajar varios títulos, encontré el que mejor encajaba con mi propósito: 'Iluminaciones'.
Una iluminación surge de la contemplación de algo, es un sentimiento que nace de la percepción de algo imprevisto que puede transformar nuestra visión de la realidad. Es como si, de repente, pudiéramos acceder a la cara oculta de las cosas.
Si hay algún trabajo que puede reflejar esta sensación que tan difícil resulta de formular con palabras porque apela a la intuición y no a la razón, ése podría ser la serie 'Nenúfares' de Claude Monet, pintada entre 1898 y 1926, el año en el que murió su autor.
Cuando vivía en París en la década de los 70, había dos lugares que me atraían como un imán: el museo Rodin y las salas de L'Orangerie y el Jeu de Paume, cerca de las Tullerías, donde estaban expuestos los impresionistas. En la época de Mitterrand, se transformó la antigua estación de Orsay en un gran museo, al que trasladó la obra que se podía ver en las Tullerías.
L'Orangerie, que antaño era un invernadero acristalado de naranjos, es un espacio relativamente pequeño, pero es el lugar donde se exponen ocho paneles de gran tamaño en las paredes de dos salas dedicadas a la serie 'Nenúfares', compuesta por cerca de 250 cuadros pintados a lo largo de casi 30 años. Estos trabajos son conocidos en francés como 'Les Nymphéas' y como 'Water Lilies' en inglés.
Con esta serie pretendía crear una impresión de tranquilidad y quietud
Monet había alquilado una casa con un gran jardín en Giverny (Normandía) en 1880 para vivir con su segunda esposa y sus dos hijos. El pintor pasaba allí gran parte de su tiempo, pero también viajaba por los alrededores, la costa mediterránea y la campiña para descubrir paisajes para sus pinceles. Diez años después, cuando ya era un artista consagrado, compró la propiedad y remodeló el jardín. Construyó un puente japonés y llevó plantas exóticas que provocaron el recelo de sus vecinos.
Es a partir de 1898, cuando Monet, que se hallaba cerca de los 60 años, comenzó a pintar la serie de esos nenúfares que crecían en el estanque de su jardín en Giverny. Pretendía crear una impresión de tranquilidad y quietud, como él mismo expresó en una carta por esas fechas.
Liberado de cualquier atadura normativa y en la fase final de su larga vida, Monet llevó al extremo su forma de concebir la pintura para plasmar una naturaleza que se disuelve en manchas de color, lejos de la pretensión de cualquier realismo. Y, sin embargo, la armonía cromática de los lienzos parece exorcizar el tiempo y reflejar la esencia oculta de lo que se halla a la vista.
Fuerza hipnótica
Hay que permanecer largo tiempo sentado en las salas ovales donde se exhiben en una visión panorámica que genera la ilusión de estar en medio de un jardín para captar esa sensación de intemporalidad y de eternidad. No se distingue en los cuadros ni la orilla del estanque ni la línea del horizonte, sólo un aspecto fragmentario del paisaje. Ello acrecienta la fuerza hipnótica de estos paneles, en los que, si uno cierra los ojos, sólo percibe la mancha predominante de un color.
Estos paneles fueron donados por Monet al Estado francés en 1918, al acabar la Segunda Guerra Mundial, al igual que hizo Rodin con su obra escultórica. El pintor se hallaba en el cenit de su reconocimiento. Había pasado su juventud con graves estrecheces económicas, debido a las demoledoras críticas de su tiempo. Su forma de pintar, como la de Renoir y Degas, era un anatema para la Academia francesa. Pero Monet fue el primero en abrir el camino a una generación de artistas que cambiaron nuestra representación del mundo.
La serie 'Nenúfares' no es sólo una creación disruptiva en la Historia de la pintura. Es, sobre todo, la expresión de una evolución personal que culmina en una purificación de su arte tras prescindir de lo no esencial. Es a través de ese viaje interior como Monet llega a lo sublime ante lo cual nada podemos decir.