PUES DICES TÚ
El amigo invisible
En esta ocasión, las dos personas 'normales' se encuentran en el metro y hablan de casualidades y regalos. Y hasta asoma 'El Quijote'
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Iniciar sesiónLas dos personas normales se encuentran en un vagón normal del metro, ni de los de delante, ni de los de detrás. La primera persona normal está a sus cosas, con la mirada perdida. La segunda persona normal se sienta a su lado y estira ... las piernas.
—Qué casualidad, ¿no?
La primera persona normal parpadea varias veces, desconcertada. La segunda persona normal insiste.
—Qué casualidad, ¿no?
—¿El qué?
—Coincidir aquí, en el metro.
—No sé quién es usted.
La segunda persona normal se baja brevemente la mascarilla. La primera persona normal asiente. No parece impresionada.
—Ah, ya.
La segunda persona normal vuelve a decir:
—Qué casualidad, ¿no?
—Sí, sí.
—Hay cosas que son una casualidad enorme. Hay cosas que son inexplicables.
—Pero serán otras, ¿no?
—No, no. Esta misma. ¿Tú adónde vas?
—A fin de línea.
—Y ¿dónde vives?
—Pues en el fin de la línea.
—Pues como yo. Qué casualidad.
La primera persona normal mira fijamente a la segunda, tratando de averiguar algo. Finalmente pasea la mirada por el vagón.
—Pues dices tú casualidad, pero mira a todos esos, leyendo todos a la vez, que ya me contarás. Que parece que no tengan otra cosa que hacer.
—Pero el móvil, ¿no?
—Sí, menos mal. Serán noticias. Pero están leyendo igual, si lo piensas. Ellos sabrán. Y luego está esa chica…
—¿La de la tablet?
—Creo que es un libro eléctrico.
—Ah, sí, que es más pequeño. Un libro eléctrico, pero un libro.
—Y mira aquel. —La primera persona normal señala ahora a un hombre maduro de pelo cano y gabardina clásica, ojeras marcadas, aspecto fiable. La segunda persona dice:
—Eso es un libro libro, ¿no?
—Un libro libro. Eso es peor.
—Es que en Navidad se venden libros libros, me lo ha dicho el pequeño. Será porque no hay noticias. Será porque hay que vender papel.
—Será porque interesa. Serán cosas de la extrema derecha, que está de auge. Serán los comunistas.
—Son los mismos, me parece.
—Eso me parece a mí. Será que los extremos se tocan, como digo yo. Será gente de esa que no para de leer palabras y luego, claro, se le acaba yendo la cabeza.
—Como a don Quijote.
—Igualito.
—Pero ¿tú te has leído 'El Quijote'?
—Yo no, pero he visto los dibujos.
—Ah, menos mal. Yo igual.
Las dos personas normales se quedan pensando en don Quijote, cada una en el suyo, según recuerdos. Y un poco en Sancho Panza. Y un poco en la posadera guapa, de cuyo nombre no quieren acordarse.
—Pues ahora hacen listas, me parece —explica sin venir a cuento la segunda persona—. De libros y cosas, creo. Para las Navidades.
—¿Listas de boda?
-Serán. Listas de los más recomendados y de los que bastante bien y de los malos malos. Y de los de más poesía y más intriga. Y de los de amor. Y de los que hay regalar para el amigo invisible.
—¿Hay que regalar libros, ahora?
—Pues por lo visto sí. Pero a gente que no conozcas. A gente que no sepas quién es.
—Ah, bueno.
—¿Tú haces lo del amigo invisible?
—No sé qué es eso, yo los veo a todos bien.
—Pues eso es que no. Tú cenas con gente, por ejemplo. Y cada uno lleva una cosa…
—¿Cómo los reyes magos?
—Antes de reyes, suele ser.
—Como lo de llevar oro, incienso y mirra, digo.
—Ah, ya. Pues sí, cada uno lleva una cosa, y se la da a alguien que no sabe quién es. Y todo tiene que costar lo mismo. Y al final te toca una taza de 'Juego de Tronos'.
—¿Eso hicieron los reyes magos?
—Eso mismo.
—Pues qué vergüenza el de la mirra, ¿no?
—No harían lo de fijar precio.
—¿Y ahora se regalan libros?
—Si salen en las listas, sí.
—Pero esas listas las hacen los amigos, ¿no? Algo le he oído al pequeño. Las hacen los de los periódicos para los escritores que les caigan bien. Para que les deban cosas.
—Es que, si no, para qué.
—Si no lo veo mal. Lo digo por saber. Lo he dicho un poco por decir.
—Por decir lo decía también yo, pero si me lo confirmas tú…
—Si yo no he confirmado nada.
—No, si al final lo habré dicho yo.
La segunda persona normal se ha perdido, o esa impresión tiene. Frunce el ceño, como si tratara —en vano— de entender. Decide cambiar de tema.
—Pues dices tú, pero, para lista, esa. Que mira qué gafas tiene.
Una joven estudiante lleva, efectivamente, unas gafas grandes y rojas, como de anuncio, que le quedan, la verdad, muy bien. La mascarilla es roja también. Al sentirse observada, la joven compone una mirada reprobatoria muy bien ensayada y gira un poco el cuerpo. Sigue consultando el móvil. Las dos personas normales bajan la vista.
—Si es que señalar es de mala educación, te lo digo yo —dice la primera persona normal—.
—Si no he señalado nada —se defiende la segunda, ruborizada—. He apuntado un poco con la barbilla. Y muy poco.
—Mira, nuestra parada ya. La última.
—La última seguro, ¿no?
—Pues sí.
—Pues menos mal que es ya.
—Pues sí, al final del todo. Mira qué casualidad.
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