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LIBROS

Sombras y quimeras de Luis Mateo Díez

El académico afronta en «Juventud de cristal» una nueva historia de adolescencia con la novedad de que una mujer es la protagonista

Luis Mateo Díez Maya Balanya

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Si la infancia había sido territorio explorado por la fértil narrativa de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942), la juventud lo está siendo con mayor asiduidad en los últimos años como reflejan sus novelas «La cabeza en llamas» (2012) y « El hijo de las cosas » (2018), que tienen a jóvenes como protagonistas. En «Juventud de cristal» aparecen dos novedades en el tratamiento del tema que implican, con igual peso, la continuidad de ciertos elementos y un cambio bastante radical en otros . El más evidente de los cambios es que esta narrada por una chica, de nombre Mina, que en etapa incierta vuelve sobre cuadernos que traen sus recuerdos y en primera persona (otra novedad) da cuenta de su vida adolescente y juvenil en Armenta, ciudad de sombra del reino de Celama , en la que vuelve a aparecer el río Margo, compañero de obituarios suicidas.

Tanto la pulsión suicida como los desvaríos que pueden provocarla son asuntos nada ajenos a los dos antecedentes novelísticos que he señalado. Pero la principal novedad, siendo notable el uso de la técnica narrativa de la primera persona y que sea mujer, es el carácter coral de la historia porque si la novela, en las partes mejor realizadas, que son la primera y la tercera, cuenta la historia de la relación de Mina con sus padres y hermanos y finalmente su amor frustrado, en la parte central, titulada «Corazonadas», contempla un verdadero desfile de disparatados varios, como una danza a la que comparece una galería de personajes, cada uno dotado de su peculiar rareza e idiosincrasia.

Destinos azarosos

Como ocurrió ya en la que considero su obra maestra de los últimos años, «Vicisitudes », es tanta la inventiva imaginada que la novela se concibe como mosaico coral, si bien a mi juicio la deriva dada aquí a historias distintas a la de Mina ha dificultado la percepción de una unidad emocional con la que la novela comienza y termina, que nos ha regalado imágenes hermosas del amor (besos en la lluvia) entre sus padres y ella misma con el imaginario novio en la parte de cierre.

De hecho, las partes primera y tercera se comportan como una excelente novela corta de naturaleza amorosa, del tipo de las dadas en sus «Fábulas del sentimiento», con la singularidad de que el tema de abnegación de alguien entregado a ser paño de lágrimas de los demás y que parece oculto o casi anónimo, posee una fuerza notable, y menos las anécdotas superpuestas de muchos otros. Eso sí, le han servido a Luis Mateo Díez para el despliegue de un sesgo estilístico que camina hacia la realización de un expresionismo irrealista que atrapa imágenes insólitas (la más notable: la liebre, que parece salida de un cuadro surrealista) en contextos donde el humor y la tragedia caminan juntos.

Esa es otra condición acentuada en el estilo del último de Luis Mateo Díez: la subordinación de toda historia a un simbolismo donde desarrollar imágenes casi poéticas. Resultan especialmente logradas la metonimia de los trenes y estaciones para decir los destinos azarosos, imágenes que conviven con la broma o el disparate, como si la vida fuese esa combinación tonal de risa e infortunio , compañeros inevitablemente fundidos sin otra solución de continuidad que la magia del relato.

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