José Luis Garci - TELEGRAMAS CINÉFILOS
Fernando
Artista poliédrico y singular, Fernán Gómez dejó memorables películas, interpretaciones y libros
José Luis Garci
El cine de Fernán Gómez es tan personal como el de Nicholas Ray o el del otro Ray, Satyajit . Está lleno de extraordinarias películas, desde ‘El extraño viaje’ , mi preferida -uno de los doce o quince mejores films ... del cine español de siempre- a ‘La vida por delante’ , ‘Mi hija Hildegart’ , ‘Yo la vi primero’ o ‘El viaje a ninguna parte’ . En cambio, nunca he formado parte de los cinéfilos admiradores de ‘El mundo sigue’ , demasiado crispada para mí, con respiración asistida en cada secuencia, sin la serenidad y sencillez de ‘El mar y el tiempo’ o ‘La venganza de don Mendo’ .
Fernando fue una persona muy preocupada por la cultura (obtuvo el Príncipe de Asturias de las Artes, como Woody Allen o Berlanga ) pero, aunque resulta sorprendente, ningún movimiento cultural influyó para nada en su obra cinematográfica, teatral, poética o narrativa. En las películas de F.F.G. no ves la huella de la Nouvelle Vague, del Neorrealismo italiano ni del ‘clasicismo’ del Hollywood dorado. Amaba por igual a John Ford y William Wyler , que a Rossellini , Renoir o Carol Reed . De ningún cineasta adviertes influencia en sus planos.
Fernando era un original. Lees su poesía y por allí no aparecen Lorca o Aleixandre , Blas de Otero o Celaya , los Machado o Ángel González . Lo mismo ocurre con sus novelas, ‘La Cruz y el lirio dorado’, ‘El vendedor de naranjas’, la que he leído con mayor simpatía y atención, ‘¡Stop!, novela de amor’ o ‘El ascensor de los borrachos’. Escribió más de veinte obras de teatro, capitaneadas por ‘Las bicicletas son para el verano’ (donde se dan la mano el más emocionante Bueno Vallejo y el más brillante Neil Simon ), que sobresale sobre el resto de sus ‘experimentales’ comedias. Ni ‘teatro de la crueldad’ ni de ‘Boulevard’ ni ‘comprometido’. Teatro a secas, que a veces respira como Jardiel o Eduardo de Filippo .
En radio, ahí tenemos ‘El viaje a ninguna parte’, que nos trajo el recuerdo de Antonio Calderón y Eduardo Vázquez . ‘Tiempo amarillo’, sus recuerdos, su vida, es una de las cimas de la creatividad de F.F.G., que hoy ya sabemos que juega en la misma liga de ‘Memorias de un pequeño filósofo’ ( Azorín ), ‘Desde la última vuelta de camino’ ( Baroja ) o ‘Tiempo presente’ ( Julián Marías ).
Como actor, no sé cómo lo haría el gran Máiquez allá por mil ochocientos y pico, tampoco alcancé a ver a Emilio Thuiller o Ricardo Calvo sobre las tablas, aún así, creo que Fernando ha sido, de largo, el mejor intérprete español del siglo XX. Una mezcla perfecta entre Rex Harrison y Alberto Sordi . F.F.G. era un Bentley sobre el escenario. Algunas palabras las sacaba adelante con un ligero titubeo, las rodeaba con una leve duda, igual que Orson Welles . (Esa vacilación no es otra cosa que el pensamiento.) Fernando fue un sociólogo de verdad, nada de esos comunicólogos de cercanías, un sabio de su entorno; un tipo divertido, ameno, educado, también arrastrando su buena ración de nihilismo; un cómico de la legua y de la lengua, en fin, un Ortega y Gasset de las tertulias.
Le gustaba, además del frenesí, el Café Gijón , leer, mirar y las mujeres, tanto como a Lope de Vega ; un poco de queso y un vaso de Rioja, tinto, a media mañana en los rodajes de exteriores, y un whisky doble al anochecer. Siempre atesoraba una flecha de melancolía clavada en su mirada azul vacaciones.
Como articulista, atesoraba la retranca de Camba . Para mí fue un privilegio formar parte del jurado que le concedió, en 2000, el Cavia. En algunas ocasiones le escuché comentar, sin acritud alguna, «lo nuestro no es un oficio, somos vagabundos». Filmando ‘El abuelo’ en Oviedo, durante un cocktail con que nos agasajó el gobierno del Principado, un conocido artista local se le acercó y le dijo, con razón, que era la persona más culta que había en España. Tras darle las gracias, Fernando, a punto de entrar en la Real Academia Española, le contestó: «De ser así, el mérito es del bachillerato, que me lo sé de memoria» . Hizo una pausa y, sonriendo, continuó: «desde las Fanerógamas y Criptógamas, a Wamba, aquel noble godo a quienes los señores feudales de su época le nombraron rey sin ser él muy partidario».
Fernando Fernández Gómez era eso que se llamaba un Grande de España, pero esta vez de verdad.
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