Los fantasmas del París de Modigliani

Ni el tachismo, ni el puntillismo, ni el 'macchiaiolismo' de los impresionistas, ni el cubismo; Modigliani huyó de todas las corrientes del momento. La suya era la religión del trazo, siempre en busca de rostros y figuras que moldeaba con sus característicos alargamientos. «Cuando Modigliani sale, sale de caza –anota Barillé–. Un rostro llama su atención, y él lo captura de inmediato. Su método es siempre el mismo: primero la nariz, de un solo trazo; después los ojos, el ojo izquierdo, el derecho; luego la boca y, para terminar, el contorno del rostro. Modigliani en faena es todo un espectáculo. Saca la lengua, hace una mueca, su hermoso rostro se crispa, irreconocible». Así debió de realizar los dieciséis dibujos que regaló a Ajmátova, musa y amante, que solo pudo conservar uno en su regreso a Rusia. El resto se habían convertido en humo por necesidad, tras las revueltas de 1918 y las purgas de los años 30.

Como tantos otros artistas, Ajmátova vio cómo prohibían sus poemas y la acusaban de traición. Para sobrevivir y evitar que fusilaran también a su hijo quemó todos sus papeles, los dibujos de Modigliani y la correspondencia que mantuvo con el artista. Apenas se atrevió a escribir en sus memorias unos pocos detalles de su relación con Modigliani, cuando «el arte todavía no había quemado ni transformado» sus existencias. De esta relación queda, eso sí, una escultura que Modigliani realizó tomándola como modelo. Por ella pagaron 43 millones de dólares en 2010, el precio más alto que se había pagado en una subasta en Francia.

Unos meses después Élisabeth Barillé descubrió que esa cabeza de mujer correspondía a Ajmátova, y a la relación entre ambos artistas dedicó 'Un amor al alba'. Escrita con un lirismo que encaja a la perfección con las almas de los dos protagonistas y que sirve además para cubrir las muchas lagunas que envuelven a la historia, en esta novela Barillé delinea con sensibilidad las trayectorias de dos artistas que supieron acogerse en sus silencios compartidos. El París de antes es el tercer protagonista, «el París caótico lleno de callejones oscuros y misteriosos». Una ciudad y una generación ya perdidas, lamenta Barillé en su bonita evocación de dos juventudes singulares.