LIBROS
Los diarios de Susan Sontag
Los años de madurez como escritora son los que recoge «La conciencia uncida a la carne», segundo volumen de los diarios de Susan Sontag. En él aborda además su bisexualidad, sus relaciones amorosas y la manipuladora figura de su madre
anna caballé
Hay escritores que al morir se extinguen delicadamente, mientras que en otros su fallecimiento puede verse como una especie de punto de partida hacia la posteridad. ¿De qué depende? A menudo no tanto de la calidad de la obra como de la capacidad de gestión ... de los albaceas encargados de administrarla. Unos quedan paralizados y bloquean, temerosos, cualquier iniciativa, mientras que los hay que tiran con todas sus fuerzas del legado, sabiendo que la muerte de un artista es una oportunidad única de recapitulación y encaje.
En este último grupo se halla David Rieff, el hijo (único) y heredero de Susan Sontag. Desde la muerte de su madre, su actividad viene siendo infatigable: escribió un artículo denunciando el costoso abuso de los tratamientos oncológicos ( «Nadando en un mar de muerte» , «Letras Libres», febrero de 2006); publicó un libro necrológico, «Un mar de muerte» (Debate, 2008); preparó la edición de un volumen recopilatorio de ensayos y conferencias («Al mismo tiempo», Mondadori, 2007) y es el editor de sus diarios, previstos en tres volúmenes.
Sontag no pedía disculpas, no daba explicaciones
«Una de las emociones que me domina desde la muerte de mi madre es la culpa, culpa sobre lo que hice y sobre lo que dejé de hacer», reconocía Rieff ante una experiencia que podrían suscribir muchas personas que han perdido a un ser querido. ¿Pero es ese sentimiento de culpa el que conduce a Rieff a mantener tan presente el recuerdo de su madre? ¿Una forma de negar su desaparición tal vez?
Sin risas estúpidas
En todo caso, el primer volumen de su diario, «Renacida», se publicó en 2008 y ahora ve la luz, en castellano, el segundo, centrado en los años de madurez de la escritora (1964-1980). Sontag, en esta etapa, ha abandonado ya sus estudios de doctorado, que cursaba en Harvard; se ha divorciado de su marido, Philipp Rieff, con el que se casó a los diez días de conocerlo; ha obtenido la custodia de su hijo; asume su bisexualidad y se instala en Nueva York para hacerse un espacio como escritora.
No caben dudas acerca del éxito de su empresa. En poco tiempo se convirtió en una intelectual brillante y famosa que llamaba la atención, como mujer, por su actitud ante el mundo. Ella no pedía disculpas, no daba explicaciones, no se reía estúpidamente de sí misma. Se convirtió en un símbolo feminista de independencia, un espíritu libre que se imponía por sus ideas y opiniones, sin contar con ninguno de los paraguas que suelen cobijar el ejercicio de la intelectualidad.
El lector se tambalea: ¿tiene sentido leer palabras sueltas, ideas esbozadas?
Sorprendentemente, Sontag murió sin haber escrito su autobiografía y sin que trascendieran muchos detalles de su vida personal. En el prólogo a «La conciencia uncida a la carne» , Rieff menciona que su madre declinó siempre la tentación autobiográfica. ¡Había tantas cosas que despertaban su interés! Por todo ello sus diarios, vendidos en vida a la Universidad de California, despiertan una notable expectación. Pero en realidad no son diarios, son cuadernos de notas sueltas, algunas de ellas reducidas a palabras, frases inacabadas, lugares comunes, las típicas listas de cosas pendientes o ya cumplidas, nombres propios de los que nada se dice, etc., y de las cuales su hijo y editor ofrece una amplia y generosa selección. De ahí que Rieff se vea obligado a señalar la frecuente ausencia de fechas.
No las hay porque Sontag no concebía esos cuadernos como diarios, sino como apuntes de uso exclusivamente personal. El día a día de la escritora queda fuera de ellos y eso puede irritar a los lectores que esperen encontrar una narración, por inconexa que sea, de su vida cotidiana entre 1964 y 1980. En especial, el primer tercio del libro plantea serias dudas acerca de su viabilidad como texto. El lector se tambalea: ¿tiene sentido leer palabras sueltas, listas de vocabulario o ideas apenas esbozadas, por más que su autora se llame Susan Sontag? ¿Por qué unas meras notas personales merecen esta consideración?
El pulmón de acero
Pero lo cierto es que a medida que avanza la lectura las notas adquieren mayor envergadura y de ellas emerge un poderoso autorretrato de la escritora neoyorquina. En su mente no deja de ocupar un espacio fundamental y recurrente su madre, Mildred Rosenblatt, una mujer bella y alcohólica que se desentendió de la educación de sus dos hijas, pero a las que tiranizaba con su feminidad y su narcisismo.
Sontag solo puede estar cómoda en la distancia que fomenta la cultura
La inquieta y vivaz Susan se convirtió en una experta manipuladora del afecto materno –si quería algo de amor tenía que adularla, compadecerla, protegerla («yo era el pulmón de acero de mi madre»)–. De modo que la amaba al tiempo que la despreciaba por su debilidad e ignorancia, por no ser capaz de hacer nada sustancioso con su vida, por ser tan sensible a la admiración ajena. Y eso determinaría su ser adulto.
Definido interiormente como un ser opuesto al que era su madre, le bastaría con elegir siempre el camino contrario al suyo. Para ello tendría que renunciar, sin embargo, a cosas importantes: a su propio sexo, a tratar de ser atractiva, a sentir interés por la ropa o el aspecto personal, a ser frágil o irresponsable; no quiere decir que no lo fuera, pero se odiaba por ello: «Todo lo femenino está para mí envenenado a causa de mi madre».
Sontag se centraría en poblar aquel mundo materno, perezoso e inmaduro, distraído de cualquier verdadera motivación. En llenarlo de cultura: libros, películas, ciudades, pinturas, fotografías, teatro, música, filosofía, política… Una necesidad profunda y avasalladora de dar a su existencia las cualidades –densidad, seriedad, distinción espiritual– de las que carecía Mildred.
¿Quién soy yo?
Es curioso observar cómo la misma voracidad intelectual que presidiría la vida de Sontag –ahora podemos comprenderla mucho mejor–, y que en un primer momento la hizo brillar intensamente («Contra la interpretación», «Bajo el signo de Saturno»), a la larga la dispersaría. Al tener que interesarse por todo, la inteligencia se limita a ejercer en fogonazos –«el futuro de la prosa narrativa está cada vez más en decirlo todo», observó proféticamente en 1976–, pero no consigue vertebrarse orgánicamente en una obra.
Su madre, bella y alcohólica, la tiranizaba con su feminidad y su narcisismo
Junto a esta idea-fuerza en torno a la madre, el diario acoge la intimidad de sus relaciones amorosas, con las que mantiene, cómo no, un pulso identitario: la duda sobre ¿quién soy yo para merecer la atención de los otros, si mi madre nunca me vio? convive con la necesidad, igualmente ansiosa y absorbente, de que sus amantes le presten toda su atención.
Emergiendo una y otra vez, en la línea de flotación de sus notas, aparece su hijo, y la posibilidad que le ofrece de ejercer como una verdadera madre, no como Mildred. El título del libro, siendo poco atractivo, no puede ser más acertado: una conciencia que quiere ser moral, pero al mismo tiempo es incapaz de aceptar la soledad, el fracaso, la muerte. Que se afinca en el sexo, todo el sexo (hombres y mujeres), para sentirse a sí misma, pero en realidad solo puede estar cómoda en la distancia que fomenta la cultura. Se diría que no hubo mucha felicidad en su vida.
Los diarios de Susan Sontag
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