Hazte premium Hazte premium

LIBROS

Títulos que reviven a David Foster Wallace

Aunque murió en 2008, David Foster Wallace no se ha ido. Sigue presente –y creando escuela– en recopilaciones como «En cuerpo y en lo otro» y en biografías como la que le dedica D.T. Max

Títulos que reviven a David Foster Wallace

RODRIGO FRESÁN

¿Hay alguien ahí? Esa suele ser la pregunta/invocación de los mejores médiums. Y esa es una pregunta casi innecesaria si el vivísimo fantasma a atraer es el de David Foster Wallace (Estados Unidos, 1962-2008). Porque está claro –y no hace falta que dé tres golpes para comprenderlo– que Wallace está en todas partes: desde las ambiciosas fantasías de aquel que sueña con ser el próximo joven y sísmico novelista que estremecerá el panorama de su generación, pasando por discípulos ya en camino como el «avant-gardista» Blake Butler o el cronista John Jeremiah Sullivan, hasta consagrados competidores en lo más alto que parecen no poder dejar de pensar en él y de escribir sobre él, como Jonathan Franzen. Y está bien que así sea y, por una vez, el gélido aliento en la nuca de admiradores o seguidores o competidores está justificado.

Wallace –se le ame o se le odie, se le respete o se le cuestione, se asombre uno ante su conservadurismo político o su compulsión «nazi» por el buen uso de la gramática y el respeto a los clásicos por encima de todo gesto renovador– era uno de esos escritores que aparecen de tanto en tanto y una de esas inteligencias que no aparecen casi nunca.

«En cuerpo...» es fondo de cajón. Pero fondo de cajón del escritorio de Wallace

De su breve paso por la tierra y de sus enormes zancadas sobre las páginas de sus libros (y de los de otros, porque Wallace también fue un superlector de cuidado) se ocupa la biografía de D. T. Max. Surgiendo de un perfil publicado por Max en The New Yorker al poco tiempo de la muerte del autor de La broma infinita, con un título tan wallaceanamente largo como wallaceanamente epigramático y aforístico –extraído de una carta de Wallace–, este primer acercamiento biográfico al genio abre el apetito pero tal vez deja con ganas de algo más.

El bromista infinito

Quizás el problema no sea Max o de Max, sino cierta ya incurable deformación del fan expuesto todos estos años al maximalismo radiactivo, las frases serpenteantes y las notas al pie del ahora investigado investigador. Aún así, uno no puede dejar de extrañar una biografía que se pareciese más, estilística y formalmente, al biografiado. O, por lo menos, una de esas exhaustivas autopsias a las que tan bien nos ha acostumbrado Blake Bailey con sus vidas de Richard Yates, John Cheever, Charles Jackson y, próximamente, Philip Roth. Pero también puede que Max haya tomado la única decisión posible: plantear todo el asunto como una suerte de introducción a la materia o, mejor aún, enfrentarse al bromista infinito no con sus armas sino desarmándolo en un destilado vital/mortal claro y conciso.

«Uno no puede dejar de extrañar una biografía más parecida al biografiado»

Más allá de los reparos muy personales –y aunque se extrañe una coda sobre el impacto de su muerte y la vida después de Wallace y su influencia cada vez más fuerte y palpable–, Max cuenta muy bien y con clínica precisión la muy triste historia (depresiones y medicinas y más depresiones y suicidio, así como las estrategias de un manipulador emocional y acosador mental con fantasías homicidas) del que ha hecho y hará muy felices a muchos.

La tercera y póstuma colección de artículos periodísticos y miscelánea de Wallace es, claramente, fondo de cajón. Pero fondo de cajón del escritorio de Wallace. De ahí que lo cierto es que «En cuerpo y en lo otro» hay mucho para festejar y disfrutar. A saber: las espirales de la introducción a una novela de David Markson; una apreciación de la figura de Borges; saltos sobre «Terminator 2» y cabriolas sobre el porno (tema original de «El rey pálido»); las alzas y bajas de sus colegas; y un más que discutible y hasta irresponsable diagnóstico de los efectos del sida en la sociedad.

Visión de rayos X

Se incluye, además, lo que, seguro, es uno de los «greatest hits» de Wallace. Una de las piezas magnas (hasta el veterano y decano del género Gay Talese la señaló como prueba incontestable de que «ese muchacho era uno de los buenos») dentro del canon Wallace: su visión de rayos X clavándose en el tenista Roger Federer enfrentado a Rafa Nadal en la final de Wimbledon 2006. Leyendo la épica de dos tenistas uno lee, también, la gloria de Wallace observándolos.

Y –como sucede con los grandes reportajes de los grandes reporteros en general y en Wallace en particular, maestro a la hora de imponer y contagiar su forma de percibir las cosas– nos hace sentir que ya nunca volveremos a mirar igual un partido de tenis.

Y, también, que él permanece entre nosotros: porque Wallace no va a irse nunca, porque Wallace –esté donde esté– vino y llegó para quedarse en sus libros.

Hay alguien ahí.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación