EL TACÓN DE SÓCRATES

Ser alguien algún día

Los tiempos están cambiando, pero el deporte cordobés sigue instalado en un bucle perverso

paco merino

LOS tiempos están cambiando, pero el deporte cordobés sigue instalado en un bucle perverso. Es posible, aunque altamente improbable, que alguna vez se pueda ver a un representante de la capital en alguna de las grandes ligas profesionales del país: la Primera División de fútbol, ... la ACB de baloncesto y la Asobal de balonmano. El Córdoba CF lleva 41 años sin asomarse por la máxima categoría y su presente actual, más bien turbio en lo institucional y discreto en lo deportivo, pasa por ser una especie de edad de oro comparado con tiempos no tan lejanos en los que el titular de El Arcángel peregrinaba por escenarios de tercera fila. De vez en cuando, alguien se encarga de recordarlo con tanta bajeza de estilo como razón: «Lleváis cuarenta años sin ver algo así», sueltan con un deje achulapado cuando llega una buena racha de resultados o se supera una eliminatoria de Copa del Rey. Escuece escucharlo, pero es verdad. Y ahí nos quedamos. Maldiciendo nuestra suerte y buscando culpables a los que señalar en lugar de soluciones. Disfrutando por encima de nuestras posibilidades y pensando, con fundamento, en cuánto puede durar este tinglado en pie y en dónde estaremos pasado mañana. El Córdoba CF aguanta de pie como metáfora viva de una ciudad que vive de su apariencia y de un potencial oculto del que alardea pero rara vez muestra.

En baloncesto y balonmano, qué les voy a contar. Nunca jamás hubo un equipo entre los mejores de su especialidad. Siempre bregando en campeonatos de segundo orden o directamente en ligas abisales, alejadas del foco mediático y del aprecio de los aficionados. Hay que destacar, y es de justicia hacerlo, que ha habido —y hay ahora— formaciones que, con mucho mérito y trabajo sordo, se labraron un sitio en los campeonatos del más alto nivel. Hubo hasta dos equipos locales de voleibol en la Superliga. También un conjunto de fútbol sala que llegó a conquistar un puñado de títulos. Actualmente milita en la División de Honor un equipo de balonmano. Todos ellos femeninos. Sus hazañas tienen un valor extraordinario y, sin duda, suponen una lección práctica de la esencia del deporte: la superación de los propios límites. Pero su impacto pocas veces sobrepasa su círculo de influencia más cercano. Suponen un espectáculo para minorías, un divertimento para gourmets de ese otro deporte que ofrece raciones de gloria clandestina en pabellones medio vacíos. De los equipos que ocupan espacios en la televisión, salen en los cromos, venden camisetas y proporcionan una oferta de ocio atractiva a los ciudadanos, nada. Nunca. Así son las cosas en Córdoba, Ciudad Europea del Deporte 2014. Habría que ver cuántas capitales en el continente con más de trescientos mil habitantes pueden presentar un balance tan descorazonador: ni un solo representante en una de las ligas profesionales. En fútbol, desde los tiempos del blanco y negro; en basket y balonmano, jamás. Cada cierto tiempo, según anden las arcas, el ansia de notoriedad o la necesidad política, se contratan eventos para enseñar lo nunca ha visto la ciudadanía cordobesa (el próximo, España de balonmano en enero). Entonces la gente va, paga y mira. Y al que no le baste, que se abone a un canal de televisión. Los clubes locales, mientras tanto, siguen rumiando su miserable realidad. Sin más expectativas que seguir vivos. Primero, estar. Luego llegará el ser. Y finalmente, ser alguien. Algún día.

Este fin de semana murió Andrés López Ruiz. Tenía 69 años. Treinta y cinco de ellos los pasó tratando de que Córdoba tuviera un equipo en la ACB, el cielo del baloncesto. No lo consiguió. Fundó en 1974 el Club Juventud y durante más de tres décadas esta entidad intervino, sin interrupción, en campeonatos de rango nacional. Siempre como abanderado de este deporte, con medios cortitos y mucho descaro para plantarse donde los demás te dicen que es mejor que no te metas. Estuvo cerca. Ya fuera por operaciones en los despachos —faceta en la que era un consumado artista— o por méritos deportivos, como en aquellos maravillosos años con Frank Lawlor —un periodista de Pennsilvania que sólo estuvo un año en un banquillo— o con el dúo Rafa Sanz & Joe Alonso, dos personalidades que alcanzaron la celebridad local y abrieron, con su marcha, el desplome de un sueño.

El adiós del histórico dirigente cierra una etapa y abre una reflexión. El club que ha heredado su reto, el Bball Córdoba, está en la cuarta categoría nacional y consideraría una hazaña heroica alcanzar siquiera la mitad de los espectadores que acudían a ver los partidos de aquel Cajasur de Andrés López. A su manera, porque él lo inventó, López modeló un club singular, cuyo funcionamiento hacía preguntarse a otras instituciones cómo era posible que no desapareciera. Riéndose de su propia desgracia, aceptando que nunca habría inversiones —como mucho, subvenciones limosneras— y esquivando problemas con fintas maestras, el legendario Juventud —luego Colecor, luego Cajasur…— ya no existe ni volverá. Fue un club de autor, no un proyecto deportivo «de ciudad». Eso no lo ha conseguido nadie. Seguramente porque es imposible más allá de las palabras y las fotos.

Ser alguien algún día

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Tres meses 1 Al mes Sin permanencia Suscribirme ahora
Opción recomendada Un año al 50% Ahorra 60€ Descuento anual Suscribirme ahora

Ver comentarios