DESDE MI RINCÓN

Inseguridad contra libertad

JOSÉ LUQUE VELASCO

Se atribuye al historiador inglés Thomas Macaulay la frase «los políticos tímidos e interesados se preocupan mucho más de la seguridad de sus puestos que de la seguridad de su país». Esta no sólo se refiere a la seguridad física de bienes y personas, sino ... a esa seguridad jurídica que se nos puede estar escapando de las manos en España, arrastrándonos a un estado de inestabilidad y desconfianza que impide cualquier visión optimista del futuro. De esa seguridad jurídica, garantizada por nuestra Constitución -art. 9.3- quiero comentar en esta columna. Y nada más necesario que conceptuar de qué hablamos. La seguridad jurídica es la garantía que debe darnos el Estado, que inicialmente fue creado para eso, de que nuestra persona, nuestros bienes y derechos no serán violentados y, caso de serlo, la sociedad en general y nosotros en particular, recibiremos una adecuada reparación. Sólo queda hacernos una pregunta: ¿cree el lector que hay una adecuada seguridad jurídica en nuestra vida diaria?

Lamentablemente, en un «estado de recaudación» como en el que nos estamos viendo inmersos, deberíamos cuestionarnos si se está vulnerando el principio de seguridad jurídica que nuestra Constitución ordena. Porque si estuviese en entredicho, podríamos estar haciendo un camino que nos aleja de la paz. Personalmente estoy convencido que existe una inseguridad manifiesta que genera una profunda desconfianza en el sistema. La obsesión recaudatoria de toda la clase dirigente, está creando una peligrosa suspicacia. Son demasiadas las veces que nuestros legisladores complican las cosas más que las solucionan. Parece que buscan el enredo para sancionar. Demasiadas leyes, demasiados centros de producción normativa e innumerables e inmoderadas leyes que, como cajón de sastre, entrelazan los asuntos más diversos. Estas cosas, como afirma el profesor Enterría, deterioran la seguridad jurídica al verse «ante un callejón sin salida al que nos conduce el legalismo desbocado». Si a esto sumamos unas actuaciones inconcebibles, observando como nuestros responsables buscan y atacan al pequeño contribuyente por diminutos errores u omisiones, al tiempo que se tragan al gigante defraudador que, ante sus ojos, birla importantes sumas o hace descomunales fortunas, la inseguridad se convierte en miedo. Miedo que nace de la percepción de impunidad de determinados hechos. Cuando a lo anterior añadimos asuntos tan sensibles como «las preferentes» o «los desahucios», no es que los ciudadanos se sientan inseguros, es que empiezan a sentirse extraños en un sistema que les quita la libertad y los trata como delincuentes.

Sin seguridad, no hay libertad. De ahí que el culpable de su deterioro lo es también del daño que se está haciendo a la democracia.

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