Los retratos de Pepe Castro: Ángel Nicolás
POR MARÍA José muñoz
Ángel Nicolás. 52 años. Constructor. Presidente de la Confederación de Empresarios de Castilla-La Mancha (Cecam). Aunque algún amigo de juventud dice que se las llevaba de calle en aquel Toledo de los años 70, él responde que sería sin querer, que era muy tímido ... y que nunca ha sido guapo. Y puede ser verdad, porque en el fondo de sus ojos cuando posa en el estudio del fotógrafo se adivina una cierta turbación de niño bueno y sencillo, ese que muy pronto marchó a vivir a un Toledo que le cautivó.
El ahora jefe de los empresarios de Castilla-La Mancha nació entre Madrid y Lisboa, en algún punto de aquel tramo de carretera que adjudicaron a su abuelo constructor —el bisabuelo también lo fue—, y que obligó a toda la familia a trasladarse de Salamanca a Maqueda, en Toledo, ese día en que una vecina atendía dos partos en la misma calle y, casualmente, en la casa de enfrente nació una niña a la que llamaron Ángela.
De su indumentaria destaca en primer plano una pulsera de plata y cuero regalo de Lola, su esposa, esa chica con la que una noche confundió cazadora en la discoteca Sithon´s, en aquellos días en que ya dirigía la empresa familiar porque le había cuadrado sentar cabeza. Atrás quedaron las juergas adolescentes, las actuaciones por los pueblos con «Kabulete», aquel grupo de música brasileña que formó con los amigos y donde asía las baquetas y tañía el ukelele con maestría;o las noches de tuna ataviado con las cintas del colegio mayor Hernán Cortés de Salamanca.
Después de mucho trabajo y ayudado de un carácter tolerante, un saber adaptarse a todo y la fuerza del eterno adolescente, pasó a presidir la patronal toledana y más tarde la de Castilla-La Mancha, porque la política empresarial la lleva en los genes: su padre dirigió el sindicato vertical franquista de la construcción.
Aunque en casa nunca se habló mal del dictador, el paso del tiempo, la habilidad para el negocio y su encontronazo con la realidad política le adentraron por sendas más eclécticas, pero alguno confunde su cercanía con adhesión al gobierno de turno. Él le quita importancia y cuenta que lo mismo le pasa a sus homólogos de todas las provincias españolas. En sus cargos, por los que no cobra un euro, no siente la erótica del poder, y dice haber en ellos cierto altruismo nacido del consejo que hace tantos años le dio su padre: dedica siempre algo de lo tuyo a los demás. Ha hecho amigos en política y habla de Juan Pedro Hernández Moltó como «buena gente» o del cariño que siente por Vicente Tirado. Hasta se confiesa amigo del «enemigo» ugetista Carlos Pedrosa.
A veces, se inventa una reunión y escapa lejos con Lola, como si fuera el mismo día en que le dijo: «¡Oye, que te llevas mi cazadora!».
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