Sólo los diputados españoles de IU plantan al Papa Francisco en Estrasburgo

Desde la tribuna del Parlamento Europeo de Estrasburgo, el Papa ha recordado la visita que hizo su antecesor Juan Pablo II hace 26 años, cuando por ejemplo Polonia todavía no era miembro de la Unión Europea y se vivía todavía bajo la sombra de la guerra fría. La Europa que ha recibido hoy al Jefe de la Iglesia Católica «más amplia y más influyente pero parece acompañada de una Europa un poco envejecida y reducida», «que no es fértil ni vivaz».

A su llegada a la sede parlamentaria de Estrasburgo, el Papa fue recibido solemnemente por el presidente del Parlamento, el alemán Martin Shultz, quien le obsequió con una edición especialmente encuadernada de las Memorias de Jean Monet traducidas al español y prologadas por José María Gil Robles, que, como se sabe, también fue presidente del Parlamento Europeo. Después de la interminable fila de dignatarios a los que tuvo que saludar, a Francisco le esperaba un entrañable encuentro con Helma Schmidt, de 97 años, que le alojó en su casa de Boppart (sureste de Alemania) durante dos meses en 1985 mientras el entonces sacerdote aprendía alemán.

En su discurso ante la Eurocámara recordó que el proyecto europeo se basa en una concepción del hombre «como persona dotada de dignidad trascendente», «contra las múltiples violencias y discriminaciones» y que se expresa «en la promoción de los derechos humanos» como elemento esencial de la cultura europea. Frente a los bizantinos –y a veces estériles- debates sobre el origen de ese humanismo europeo, el Papa lo definió con sencillez como «caracterizado por un rico encuentro cuyas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germanos y eslavos y del cristianismo que los marcó profundamente dando lugar al concepto de ‘persona’».

Según el Papa, «promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y mucho menos en beneficio de intereses económicos». «Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida corre el riesgo de perder lentamente su propia alma», aseguró al afirmar que «el patrimonio que el cristianismo ha aportado para la formación cultural del Continente y el que pretende aportar hoy para su crecimiento no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino un enriquecimiento».

Los diputados aplaudieron al Papa cuando se preguntó «¿qué dignidad podrá encontrar una persona que no tienen qué comer o el minimo necesario para vivir, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad ? También recordó las terribles persecuciones que sufren los cristianos en distintras partes del mundo, «asesinadas, decapitadas, cricificadas y quemadas vivas bajo el vergonzoso y cómplice silencio de muchos».