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Rajoy

Sus éxitos significan fracasos del secesionismo, del radicalismo y de cuantos habían predicho su salida de La Moncloa

José María Carrascal

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Mal deben de ir las cosas a Rufián e Iglesias cuando, en la última sesión del Congreso, echaron mano de números de circo y de rancias habladurías para debatir con Rajoy . Claro que tenían motivos: Rajoy acaba de infligir al nacionalismo más agresivo y al posleninismo más pedestre que uno y otro representan la mayor derrota. Sin despeinarse, como suele, lo que enfurece aún más a los dos personajes más asilvestrados del Congreso.

No son los únicos que han desarrollado un odio que en otros tiempos llamaría africano al presidente del Gobierno. De hecho, la entera oposición le tiene una tirria imposible de disimular que la lleva a negar hechos tan evidentes como que sacó España del pozo económico en que la habían dejado y, ahora, que ha logrado quitar la espoleta al nacionalismo catalán. Claro que sus éxitos significan fracasos del secesionismo, del radicalismo y de cuantos habían predicho su salida de La Moncloa innumerables veces. Algo que aumenta la furia de todos ellos. Nada aborrece más el español que hacer el ridículo.

De haberse molestado en vencer sus prejuicios, se hubieran dado cuenta de que su visión de Rajoy -en una hamaca, fumándose un puro o toreando dentro de un barril- era tan superficial como falsa. Hay dos formas de ganar batallas: atacar para vencer al enemigo o propiciar que éste se equivoque y pierda. Aquélla es más brillante y rápida. Ésta, más gris y aburrida. Al contrario que la mayoría de los españoles, Rajoy prefiere la segunda. Si hubiese elegido el rescate cuando se hizo cargo de la economía española al borde de la quiebra, como muchos le aconsejaban, hubiéramos acabado como Grecia. Como si hubiese echado mano del 155 a los primeros síntomas de que el nacionalismo catalán iba a por todas , algo que podía hacer al contar con mayoría en el Senado, la oposición en bloque se le hubiera echado encima, impidiéndole gobernar. Así que prefirió el camino más largo, no ya para cargarse de razones, sino especialmente para que los secesionistas, envalentonados, las perdieran, hasta quedarse sin ninguna. A Puigdemont, en Bélgica, y a Junqueras, en la cárcel , no les ha derrotado Rajoy, les han derrotado sus errores garrafales. Es como Rajoy ha logrado domeñar el tercer intento independentista catalán -el primero, de 1640, de Pau Claris, el segundo, de Capmany, en 1934-, sin disparar un tiro, que tiene más mérito. Aunque nunca se lo reconocerán y ya los tenemos buscándole las cosquillas con los ciberataques rusos para embarrar este éxito. Terminarán echándole la culpa de ellos. Los españoles, como he dicho más de una vez, disparamos primero y apuntamos después. Menos mal que alguno de nosotros prefiere afinar la puntería antes de disparar. En otro caso, España ya no existiría. Se lo pagamos llamándole timorato, amenazándole con las esposas de Rufián y las soflamas de Iglesias. Rajoy no parece impresionado. De ahí su cabreo.

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