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Nada de nada

Todo es mezquino y triste en él y en su invento

Luis Ventoso

La gente común está harta, saturada. Ha contraído tantos méritos para hacerse aborrecible que hoy se puede decir la verdad sin envolverla en el celofán del eufemismo: las personas normales no pueden con él, mueven el dial en cuanto oyen su voz redicha –está estudiado ... por alguna cadena– y pasan la página del periódico si ven su foto. No soportan tanta soberbia, ese soniquete petulante de superioridad, en el fondo tan provinciano y xenófobo. No aguantan el desprecio perdonavidas con que insulta a sus compatriotas de más de seis siglos. Ni su porte a lo vendedor de Saldos Arias con ínfulas de estadista. Ni las mentiras y medias verdades que jalonan su cansino discurso, utópico y mendaz. Ni su arrogante burla de las leyes que nos obligan a todos, que debería ser a estas horas asunto penal si viviésemos en una democracia más sólida y menos acomplejada. Ni el disparate económico que supone su fantasía, que nunca triunfará, porque se apellida atraso, como bien se ha visto en Escocia. Tampoco es ejemplar su lamentable gestión del día a día, que ha obligado a una comunidad que nos dio lecciones en casi todo a sobrevivir con la respiración asistida del Estado. Ni su cuestionable papel en la máquina de robar montada alrededor de CiU, donde copó los más altos cargos y fue delfín del patriarca santurrón que inoculó la mugre de la corrupción y el virus del independentismo.

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