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LIBROS

Pablo García Baena: «El placer ahora, sin prohibiciones, es más vulgar»

El poeta recibió a ABC en 2016 en su casa de Córdoba

Pablo García Baena fotografiado en su casa de Córdoba Roldán Serrano
Hughes .

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En pleno festival Cosmopoética , García Baena, Pablo a secas, recibió en su casa de Córdoba a ABC. El poeta de « Cántico », solitario grupo - tercera España poética - entre la oficialidad neoclásica de Garcilaso y la poesía social de «Espadaña» , quizás sea el mayor poeta vivo.

¿Cómo se encuentra?

Teniendo en cuenta los 93 años, me encuentro bien. La vista es lo que más me flaquea y lo más necesario para un poeta visual como yo.

¿Sigue usted escribiendo?

Sí. Y las dificultades aumentan el afán. Yo que he sido un poeta vago y que he escrito poco, ahora, de cuando en cuando, siento ganas. Mis sobrinos me compraron una grabadora, luego lo pasamos al folio con la letra grande y yo puedo corregir, nos apañamos.

¿Y lo anterior al primer libro, «algo entre JRJ y Conchita Piquer»?

Eran Lorca, pero a través de Rafael de León. Eso espero que no aparezca nunca. Si apareciera, qué horror. A mí me daría algo. Se sabe que existen, pero no dónde están. Debe tenerlos Liébana, porque eran para los cuadernillos que le hacíamos a su hermana. También el «Libro de homenaje D. Carlos», un precedente de lo que iba a ser «Cántico». D. Carlos era un profesor al que habían cesado del conservatorio por liberal. Estaba muy aburrido en su casa y tenía una gramola, y nosotros íbamos para oír música clásica. Esa tertulia fue el germen de la revista «Cántico», luego las tabernas, lo que llamábamos la Peña Nómada. De esos cuadernos algunos pasaron a «Rumor Oculto».

¿Todo estaba ya en «Rumor Oculto» (1946)?

Mi mundo ha cambiado poco. He ido envejeciendo, pero hay cosas que no han cambiado nunca. Y una es Gabriel Miró, y otra es Juan Ramón y otra San Juan de la Cruz, y esos yo los conocía ya en aquel tiempo.

Juanramoniano militante.

Sí, militante. Yo admiro mucho a Antonio Machado, pero cuando quieren hacer de Machado el poeta del siglo me indigno. Porque Juan Ramón es el más grande. Lo que pasa es que es el andaluz universal, y Antonio es más seco, más castellano. En eso me gusta más Manuel, el hermano, se ve Sevilla; se ve también en Antonio, pero Soria puede sobre Sevilla, quizás el amor de Leonor. También creo que le perjudicó la cosa política.

Habló usted de la sequedad castellana.

En poesía se nota claramente lo que es andaluz. Hay una luz, un lujo de palabras, que no tienen los castellanos, quizás por ese tópico de lo castellano que es más enjuto, varonil quizás, más tieso. No sé a qué viene. Es una poesía que también es bella, como es bello un castillo en medio de la llanura castellana.

¿Usted pensó alguna vez ir a Madrid a hacer carrera literaria?

No, por Dios. Nunca lo pensé. Ninguno de nosotros. Nosotros estábamos en nuestra provincia, nuestra Córdoba de siempre.

«Cántico» fue puente entre el 27 y los 70.

Sí, eso es lo que nosotros pretendimos, que la poesía no fuera la sequedad de los Ridruejo, Vivanco… No queríamos perder ese jugo andaluz que tenía la generación del 27, que en realidad es andaluza, cosa que no se le podía decir a don Jorge Guillén porque se ponía como un gato, muy estirado. Andalucía era una centralidad que no se reconocía. Los poetas del sur éramos una especie aparte. Luego Celaya nos puso como trapos, como si fuéramos del régimen. No sé qué se le infundió...

«El recuerdo en España, ¿qué es? En otros sitios hay veneración, aquí no»

¿Y eso que dijo Vicente Núñez, que «Cántico» realmente era puente entre el modernismo y el 27?

Sí, sí. «Cántico» es anterior a la generacion del 27. Ellos aprenden de «Cántico». Está entre Machado, Juan Ramón y el 27.

¿Cómo era Vicente Núñez?

Era como nadie. Yo no he conocido una persona más distinta a todo y más impensable en lo que iba a decir, era subyugante. Había esas peregrinaciones a Aguilar, desde Carmen Romero a Carlos Castilla, para verlo en la taberna del Tuta. Era como la Lourdes de Aguilar.

¿Juan Bernier fue el padre de «Cántico»?

Sí, claro. Tenemos una amistad anterior a «Cántico» en que se hacen muchas otras cosas. Ya en el 42 se monta, con decorados de Liébana, el «Cántico espiritual» de San Juan de la Cruz. El cántico de «Cántico» es indudablemente de San juan. Considerando también a Guillén, pero eso nos hubiera traído la ira de Cernuda, que no quería saber nada porque nos creía apasionados de Jorge Guillén. Cuando se le propone el homenaje al principio se niega por eso. No conoce la revista y al principio se niega.

¿Cernuda era muy dificil, no?

Yo no lo he conocido. No tengo cartas de él, algo de lo que todo el mundo presume. Yo le mandé «Antiguo muchacho» y no me contestó nunca y luego supe el motivo. Según me dijo Paloma Altolaguirre, al ir a recoger en Correos un paquete tenías que pagar, y el pobre andaba bastante mal. Cernuda es un poeta inconmensurable, pero muy difícil como persona. La mejor persona que he tratado es Bernabé Fernández Canivell y Cernuda, que se habían conocido antes de la guerra, le da dinero cuando se va al extranjero, bueno, pues llegó un momento en que se peleó con Bernabé. Se peleaba con todo el mundo. ¡Hasta con Concha Méndez! Lo tenía en su casa y no se hablaban. Concha contaba eso: «No nos hablamos, él llega, come, se va a su habitación...». Él tenía pasión por Paloma, la hija de Altolaguirre, y por sus niños. Los llevaba al colegio, los traía. Eso es muy tierno en él.

«Cántico» fue a contracorriente, ni con unos ni con otros.

Sí, nos combatían por dos frentes. Pero nunca nos importó. Porque nunca pretendimos llegar a ser los cabecillas de la poesía española, eso quedaba para los vascos, catalanes y castellanos. Pero el caso es que «Cántico» estaba abierto. Porque Blas de Otero publica allí. Lo mismo los poetas de «Garcilaso». Pero luego no sé qué pasó, empezaron las rencillas políticas. Fernando Quiñones me dijo una cosa muy divertida que explica muy bien cómo veía la gente a los poetas de «Cántico». Vino con Caballero Bonald a conocernos y al verme dijo: «yo me he llevado contigo una desilusión porque esperaba que fueras muy elegantemente vestido y con la raqueta bajo el brazo y estuvieras en los chalets de la sierra jugando al tenis».

«Cernuda era un exquisito. De raya de pantalón, de zapatos conjuntados. Yo nunca ejercí de dandi»

Usted no exteriorizó el dandi como Cernuda...

Luis Cernuda era un exquisito. De raya de pantalón, de zapatos conjuntados. Cuando vivían en Londres le hacía planchar las camisas a Gregorio Prieto, que como lo admiraba tanto estaba dispuesto. Yo nunca ejercí de dandi. No creo tener el tipo, si yo tuviera su altura a lo mejor me hubiera dado por eso del dandismo

En su poesía hay motivos religiosos, eros y carnalidad.

Los poetas de «Cántico» eran relativamente religiosos, pero la carnalidad entra en ese mundo fascinante de lo que está fuera de la ley. De lo que es pecado. Algo que no te van a perdonar como no te arrepientas. Eso es como acariciar un desnudo, las palabras se hacen a la vez carnales. Pero en mis poemas siempre hay un tono que no olvida que el paraíso no es la carne, que estamos fuera porque la hemos descubierto y eso nos ha enriquecido a todos. Yo creo que Adán y Eva hicieron muy bien en probar la manzana.

¿Sin pecado no hay placer?

El placer es más vulgar, eso es indudable. Hombre, un chico que despierta a la carnalidad tiene la riqueza de lo nuevo, de la carne de otro ser. La novedad. Pero a la larga… La vida de ahora ha perdido mucho de ese misterio, de ese secreto, de esas prohibiciones, todo eso hace más grande el deseo. Lo que no se ve, lo que se tapa. Tú ansias más conocerlo y entrar en ese mundo. Ahora solo los que despiertan a la carnalidad que acaban luego de mayores divorciados 14 veces son los que pueden disfrutar como nosotros, porque claro, para ellos no es pecado, ni está prohibido nada, salvo cuatro cosas verdaderamente deleznables.

«Lo que podían hacer ya lo han hecho, debo estar agradecido; lo que tengo es que morirme»

¿Qué piensa al ver una Cabalgata del Orgullo?

Qué cosa más tonta. ¿Qué diría Cernuda de eso? Qué horror, qué horror.

¿El gran enemigo sería lo vulgar?

Ya lo es. La poesía que hacen los chicos de ahora es totalmente vulgar. «Poesía es todo», era el lema de la Cosmopoética del año pasado.

Volviendo a la religiosidad. Cristiano y pagano. Usted ha desconcertado.

En realidad, yo siempre he considerado esos poemas carnales, por ejemplo «Viernes Santo», ese poema que es mezcla de pasión carnal y de la Pasión de Cristo. Una España en que todo era alrededor de la Iglesia, en un día tan sagrado como el Viernes Santo, con la crucifixión, las cofradías, la Dolorosa por la calle y tú en ese momento estás en una cama con alguien. Todo ese revoltijo… Estoy gozando de estar pecando, y a la vez me estoy arrepintiendo. ¿Pero cómo te puedes acordar en ese momento de la Pasión de Cristo? Porque estaba en la calle, estaba pasando. Era una cosa plástica, a la vez. No tenías que volver a Fray Luis de Granada o al «Kempis», estaba allí.

En su lenguaje hay algo místico, cierto éxtasis.

Sí, un éxtasis que se queda más en la palabra que en el éxtasis mismo. Yo he intentado siempre usar las palabras más justas, no me he asustado porque fueran difíciles o anticuadas. Yo quería encontrar lo que estaba viendo, yo siempre he dicho que soy un poeta visual. Lo que yo he escrito lo he tenido que ver antes. Como un cuadro del que tú luego haces la descripción. Y el sentido religioso es una cosa que tienes dentro desde niño, lo tienes para siempre.

Torremolinos en los 60, ¿cómo era?

Lo primero es que mi cariño a Málaga viene de atrás. Era un niño endeble y el médico recomendaba baños de mar y de sol, yo iba con mi madre con 8 años y me encantaba lo que no había en Córdoba: pasaban los tranvías tocando la campanita, y luego, como siempre íbamos en agosto, ese monte de Gibralfaro que domina la plaza, lleno de gente para ver los toros. Nada que ver con Córdoba. Aquí por la hora de la siesta se oía pasar a los Zuritos, el casco del caballo y te asomabas, que eso Córdoba lo ha perdido, todo se ha vulgarizado de tal manera, toda España, pero Córdoba especialmente porque era ciudad de silencios. Y luego las biznagas, el olor a jazmín, esos ramos pinchados en la penca de churumbos que llevaba el vendedor por la calle con un perfume tremendo.. Luego, una amistad con los poetas de Málaga desde los 50. Bernabé Fernández Canivell, Canales, María Victoria Atencia, Rafael León, Pérez Estrada... Me llamaba mucho la atención que todos los matrimonios estaban separados. ¿En Córdoba en los 50 un matrimonio separado? Estaría arañándose en la cosa, pero otra cosa no. Esa libertad de Málaga la veías en la playa. Ibas a Cádiz y tenías que ponerte una toalla atada a la cintura porque era impropio pasear en bañador. Pero en Málaga no, no había guardas por la playa para vigilar quién llevaba la toalla o no. Y luego empieza el «boom» de Torremolinos, yo voy con Vicente alguna noche, empiezan las suecas a venir, que no intervinieron para nada en mi vida, pero también daban un aire a aquello. Y en los 60 podía aparecer por allí Brigitte Bardot o Soraya de Persia. Cuando Pepe de Miguel me propone hacer una tienda de antigüedades, afición mía de toda la vida, vi el cielo abierto. Torremolinos era un poco de agua en un día de sed.

Y por allí iban muchos poetas.

Aparecía Damaso, los poetas de Málaga más jóvenes, El último poema que hago en Córdoba es el «Soneto a la niña de los peines» y me despido y me voy a Málaga, pasan 18 o 20 años y no se me ocurre volver a hacer otro, pero de pronto empiezan los Novísimos a hablar de «Cántico» en Madrid. Como no tenían otra referencia cordobesa que Manolo Álvarez Ortega, le preguntaban sobre nosotros; Villena le imitaba poniendo voz cordobesa: «Poetas muy beatos, muy mariquitas todos, pero muy buenos». Torremolinos era una isla en la misma Andalucía. Otro mundo. Con el turismo llegaban los extranjeros. Las suecas -siempre hay que volver a las suecas- despoblaban los pueblos de los alrededores por las noches, los Churriana, Alhaurín... Habría que hacerles un homenaje a los mocetones de los 50 que hicieron que las suecas no dejaran Torremolinos.

Fueron ellos y no Fraga.

Seguramente, seguramente.

«Admiro mucho a Antonio Machado, pero Juan Ramón es el más grande»

¿Y el «Diario de Bernier»?

Es un libro especialísimo todavía en España. Lo único que le encuentro es que al final, lo último, lo hace muy a la ligera, parece que se cansa. También, en ese diario que parece una confesión hay mucha invención literaria. Es un libro extraordinario, todo «Cántico» lo es. ¿O no es extraordinario que a los 14 o 15 años Ricardo Molina le escribiera a André Gide y Gide le contestara?

Un Torremolinos de la literatura

Sí, porque había una libertad total, por ejemplo en los autores extranjeros. Parece imposible en esa España, pero como no había nadie que supiera nada les daba igual. Louis Aragon, comunista cerrado, publicaba en «Cántico». Hicimos un extraordinario de poesía gallega y otro de catalana. Conocimos a Vinyoli, Perucho... y de alguna forma se relacionaban con «Cántico».

Málaga y el mediterráneo. Lo de González Iglesias: «Cántico, momento romano».

Es el que mejor me ha entendido. Carnero también, nos estudió mucho, y cuando estábamos completamente olvidados contribuyó a ese pequeño relumbre. Siendo jovencísimo apareció un día por la tienda. Pero en mí mundo penetra más González Iglesias.

¿Y el duque de Alba y su influencia en el Príncipe de Asturias?

Hay ahora un escritor americano que tiene relaciones amorosas con una señora de la alta sociedad (ya sabrá usted de quién le hablo) que llegó a decir que yo era un servidor de la Casa de Alba, y yo no veo a Jesús Aguirre. Le veían alguna vez los poetas de Sevilla y Carlos Castilla, que le da mi libro de sonetos. El premio de aquel año estaba amañado para Ángel González, y el duque de Alba lo que hizo, que fue mucho, fue proponer a un desconocido que para más «inri» tenía una tienda en Torremolinos. Pero el que en realidad decidió fue Dámaso Alonso.

¿Pensó en salir?

No, yo soy muy de Córdoba, muy afincado aquí. La verdad es que a mí me hubiera gustado seguir viviendo en Málaga, pero mi familia veía que ya hacía falta cuidarme. Han pasado trece años desde que me vine y estoy como cuando vine, quizás por lo que me cuidan. Yo allí me defendía bien, tenía muchos amigos. Aquí los tengo, pero los de mi época han muerto todos. Yo he ido mucho a Nueva York, bueno mucho, cinco veces. Es la capital del mundo. París es otra cosa, es para los románticos, los stendhalianos, los balzaquinos. Yo soy más Stendhal de «Rojo y Negro», de los «Cuentos italianos», sigo fiel a él. París para mí es «Los miserables», el folletín, Alejandro Dumas. Tras uno de mis viajes hice el poema sobre el coche de punto, que tenía un aire parisino, de folletín.

Después de «Cántico», desde el 57, ¿qué pasó?

En el primer número de «Cántico» hay un ángel y en el último, el número 13, otro ángel al que están arrojando a las tinieblas del paraíso. Se acababa «Cántico».

Se dedica a vivir...

Yo soy bastante vago y estaba entretenido con otras cosas. Hacía aquellos tapices, luego la tienda, el mundo de Torremolinos y Málaga... No me importó dejarlo. Había visto tanta indiferencia en todo, a la gente le daba igual todo aquello, todo el esfuerzo que supuso «Cántico», que luego se reconoció, pero en su momento... Y fue inútil también aliarse con los del norte, o los Blas de Otero, o los de «Espadaña», o los de «Garcilaso», porque todos publicaron en «Cántico»... Ricardo era muy abierto. Claro, él tenía más idea de escritor que nosotros. Él era el verdadero escritor. Yo he sido un aficionado que ha escrito, no lo he hecho mal del todo, pero yo no me he sentido escritor nunca. Me gustan los poemas cuando los leo, unos más, otros menos, pero yo no he sentido nunca esa necesidad que dicen que sienten los escritores. Ni he tenido la voluntad de escribir a diario para hacer un poema. Yo he hecho un poema cuando ha hecho falta. Y cuando vuelvo es igual. Los poetas de Málaga jóvenes, me organizaron un homenaje y Pepe Infante me decía: «No irás a leer los poemas de siempre, "La niña de los peines..."». Bueno, pues haré un poema.

A nadie le interesa nada.

A nadie. Y además si han pasado unos años ya es el olvido total. Al principio todavía me llamaban para algo, para leer un poema con una poeta del Líbano, cosas que no interesaban a nadie. Ni Pablo, ni la poeta del Líbano.

Las poetas escriben bien: Rosetti, Chantal, Atencia...

Eso no es lo que ha dicho Visor (risas). Sí, son muy buenas. ¿Pero hay alguna más? Están las Lanseros y todo eso, una cursilería. En la novela se han hecho las dueñas. Escriben lo que la gente quiere, la vulgaridad. Lo de la mujer es muy justo y está muy bien, pero como haya en un jurado dos mujeres y el resto sean hombres, hasta que no premian a una no hay manera de callarlas. Da igual que el otro libro sea mejor.

¿Qué recuerdo espera?

El recuerdo en España, ¿qué es? En otros sitios hay veneración, aquí no. Ojalá me leyera -que no me han leído- un adolescente y notara que en el poema están sus mismos problemas. Tengo una calle. Lo que podían hacer ya lo han hecho, debo estar agradecido, lo que tengo es que morirme.

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