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«Hay pruebas de que Juana la Loca estaba psicótica»

Dos psiquiatras consultados por ABC coinciden en sus sospechas de que padeció un síndrome esquizoafectivo

«Hay pruebas de que Juana la Loca estaba psicótica» museo del prado

mónica arrizabalaga

¿ Estaba Juana la Loca realmente loca ? Si algunos historiadores aún albergan dudas sobre la salud mental de la hija de los Reyes Católicos, para los psiquiatras que se han acercado a esta figura histórica resulta evidente que Doña Juana I de Castilla y Aragón padecía una psicosis.

«Hay pruebas de que Juana estaba psicótica», asegura Francisco Traver Torras , jefe de servicio del área de salud mental del Consorcio Hospitalario Provincial de Castellón. «Unos se inclinan hacia la esquizofrenia (pero yo no lo creo) y otros más hacia el trastorno bipolar. Mi hipótesis es que se trataba de un síndrome esquizoafectivo que tiene mejor pronóstico que la esquizofrenia nuclear», añade el psiquiatra.

El psiquiatra del Hospital de los Santos Reyes de Aranda de Duero Luis Mínguez Martín también cree que «Juana tenía una enfermedad mental grave» porque «muchos de los síntomas de Juana parecen claramente psicóticos». En numerosas ocasiones a lo largo de la vida, sufrió una pérdida de contacto con la realidad derivada de sus ideas delirantes.

Dada la dificultad para diagnosticar a una persona que vivió hace seis siglos, Mínguez no asevera si su caso es una psicosis esquizofrénica, esquizoafectiva o, simplemente, afectiva con síntomas psicóticos, aunque, como Traver Torras, se inclina por «un trastorno esquizoafectivo más que por un trastorno bipolar porque hay mucho delirio».

El trastorno esquizoafectivo , explica Traver, es una mezcla de síntomas de la serie esquizofrénica y síntomas de la serie afectiva (depresión y manía). A su juicio, es indudable que «los eventos que vivió Juana pudieron desencadenar esa enfermedad, si bien es cierto que su abuela materna también padeció un trastorno muy similar con el mismo tipo de negación de la realidad que llevó a cabo Juana con su marido» Felipe el Hermoso.

La versión de que la locura de Juana tenía un origen pasional «es la más poética y la más favorable a la ideología de género, pero es falsa», asegura el psiquiatra porque «enloquecer de amor no es una posibilidad». «Antes al contrario, es posible que ciertas personas se enamoren apasionada u obsesivamente por sus parejas movidos por su patología mental», añade en su análisis sobre Juana la Loca.

Tampoco es posible enloquecer de celos, continúa Traver. «Más bien parece que la celotipia de Juana era la expresión de su patología», señala indicando cómo su madre Isabel I también fue muy celosa «(y con razones bien fundadas)», pero sus celos no interfirieron en su gobierno ni en su vida cotidiana y llegó a tener gestos de generosidad con los hijos bastardos de su esposo y con su antigua amante catalana.

Mínguez destaca por su parte cómo «en aquella época de matrimonios de conveniencia las infidelidades reales, frecuentes y asumidas de mejor o peor gana, no solían escandalizar a nadie (sobre todo si las cometía el varón)» y por tanto «no constituían un hecho estresante de tal trascendencia para desencadenar las graves alteraciones de comportamiento que doña Juana protagonizó».

Señales en la adolescencia tardía

Ya antes de los episodios de celos Juana había llamado la atención en su primera estancia en Flandes por su comportamiento distante y apático, al no pagar durante meses los sueldos a sus servidores y despreocuparse de sus deberes al frente del palacio. «Doña Juana tiene duro el corazón, crudo y sin ninguna piedad», le escribiría su confesor a la reina Isabel.

La enfermedad se habría iniciado así en la adolescencia tardía. «Desde un punto de vista psiquiátrico, cabe la posibilidad de que este desinterés constituya una manifestación incipiente de cierto embotamiento afectivo», señala el psiquiatra del Hospital Santos Reyes, que constata cómo los síntomas se acentuaron con su primer embarazo , algo que cuadra con el diagnóstico de psicosis.

«En las gestaciones y puerperios suelen reactivarse los brotes esquizofrénicos en las mujeres predispuestas a padecerlos», apuntaba Juan Antonio Vallejo Nágera en su obra « Locos egregios » en la que concluía que Doña Juana sufrió a su juicio una esquizofrenia paranoide. «Los parientes de doña Juana están convencidos desde 1503 de los episódicos desvaríos de su mente», señalaba el fallecido psiquiatra, padre de Alejandra Vallejo Nágera. También para esta psiquiatra, que continuó la serie con «Locos de la historia», Juana «estaba loca, rematadamente loca» .

En esa juventud temprana, las anormalidades de Juana, con síntomas de melancolía y congoja, con noches sin dormir, días sin comer para de pronto hacerlo vorazmente, en los que alterna la inmovilidad con inesperadas crisis de cólera, según describía Vallejo Nágera, hacen pensar a su madre que Juana ha perdido la razón. «Algunas veces no quiere hablar, otras da muestras de estar transportada, días y noches recostada en un almohadón, con la mirada fija en el vacío», le informaban a la reina sus médicos de cámara Soto y Gutiérrez de Toledo. Isabel I dejaría dicho que si doña Juana fuera incapaz de ejercer en persona las funciones reales, ejerciera la regencia su padre Don Fernando.

Las escenas de seducción, celos y furia de Juana en su segundo viaje a Flandes, seguidas por periodos en los que dice a todo que no, pasando días enteros inmóvil, con la mirada perdida en el vacío justificarían que Felipe el Hermoso encargara a Martín de Moxica que llevara un diario donde registrara el comportamiento de Juana y se lo enviara a los Reyes. «Ese diario que se perdió sería de gran ayuda ahora para diagnosticar con más precisión a Juana», se lamenta Luis Mínguez.

El que los celos estuvieran motivados no contradice el hecho de que Juana sufriera «delirio de celos», a juicio de los psiquiatras, negándose por ejemplo a emprender viaje si alguna mujer iba en los navíos a su regreso como reina a Castilla. En ese mismo viaje, su impasibilidad ante una peligrosa tormenta, interpretada por algunos como muestra de valor, es vista por los expertos en salud mental como una muestra del embotamiento afectivo que también se manifestaría en el fallecimiento de Felipe el Hermoso.

Juana estuvo a su lado atendiéndole durante su enfermedad, pero a su muerte el 25 de septiembre de 1506 quedó petrificada, sin derramar una lágrima. El cadáver fue embalsamado y enterrado en la Cartuja de Miraflores con el consentimiento de Juana, quien «por dos veces hace abrir el féretro para asegurarse de que su esposo sigue allí» en un «delirio de robo», a juicio de Mínguez.

La macabra peregrinación

El 20 de diciembre de aquel mismo año desenterró al marido, según el relato de su cortesano Pedro Mártir de Anglería, y comenzó una larga peregrinación en el invierno castellano hacia Granada vestida de negro, como la retrató Francisco Padilla, estrenando así el luto impuesto por sus padres .

«A juicio mío, ninguna época vio un cadáver sacado de su tumba, llevado por un tiro de cuatro caballos, rodeado de funeral pompa y de una turba de clérigos entonando el Oficio de Difuntos». Anglería constataba así el estupor que ya en la época causó y que, según señala Manuel Fernández Álvarez en « Juana la Loca, la cautiva de Tordesillas », hizo que las gentes de Castilla la Vieja acabaran llamándole «Juana la Loca».

Bethany Aram apunta en « La reina Juana » que con su intento de escoltar el cadáver de Felipe hasta Granada y colocarlo al lado de su madre, Juana probablemente albergaba la esperanza de asegurar sus derechos y los de su hijo mayor, Carlos, sobre ese reino. Puede que así fuera, pero ni siquiera con su marido muerto remitió su delirio de celos. Durante esta macabra procesión con el ataúd se negó a pernoctar, por ejemplo, en un convento de monjas.

Reclusión en Tordesillas

No llegaría a Granada. Tras una entrevista con su padre Don Fernando en Tórtoles, el 15 de febrero de 1509 Juana fue trasladada a Tordesillas donde permanecería casi 47 años recluida hasta su muerte en 1555. El féretro de don Felipe se colocó entonces en el monasterio de Santa Clara para que ella pudiera contemplarlo desde una ventana del palacio.

«Hasta la aparición de los psicofármacos, el confinamiento del paciente era el tratamiento de un enfermo mental», asegura el psiquiatra Luis Mínguez. Traver Torras discrepa en este punto: «El confinamiento en el castillo no era un tratamiento, sino un exilio, se la sacó de la corte para favorecer los planes de su padre y de su marido que pactaron el trono para Carlos».

Juana nunca renunció a la Corona y en su vida tuvo posibilidades de gobernar antes incluso de ser recluida en Tordesillas, pero nunca lo hizo. Su negativa a firmar ningún documento «era un síntoma más de su enfermedad mental», a juicio de Mínguez. No lo comprendieron los comuneros, que pagaron su ingenua interpretación de los comportamientos de la reina.

Es posible que el encierro influyera en el comportamiento de Doña Juana, que en esos años tuvo alucinaciones con un gato gigantesco y como ya había hecho antes, volvió a integrar en sus delirios la religión, negándose a oír misa y ordenando quitar el altar de sus aposentos por considerarlo embrujado, algo escandaloso en la España de la hija de los Reyes Católicos.

Francisco Alonso Fernández, en su « Psicohistoria », resume la locura de Juana como «una psicosis esquizoafectiva, condensada inicialmente en un delirio de celos, con un curso progresivo hasta abocar a un delirio fantasiofrénico en el que inculpaba a un gato de haber devorado a familiares suyos».

«Si Juana hubiera tomado litio , la historia hubiera podido ser otra», concluye Francisco Traver. El tratamiento, añade sin embargo, era impensable entonces porque «aunque el litio se conoce desde la antigüedad (las aguas litiadas), no fue hasta el siglo XX cuando se establece como tratamiento de las oscilaciones del trastorno bipolar». Hoy a los pacientes con este tipo de patologias se trata con una combinación de antipsicóticos y normotímicos (como el litio).

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