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domingos con historia

Las fechas que unen a las naciones

Los momentos que marcaron el nacimiento de varios países muestran lo que piensan de sí mismos

Las fechas que unen a las naciones museo naval

Fernando García de Cortázar

Las conmemoraciones son la conciencia del tiempo. La historia no es sólo recuerdo, sino tradición, memoria hecha viva, continuidad que se confirma en la celebración de acontecimientos significativos. De un pasado en silencio, entre sucesos inmóviles en el olvido, alzamos el acto fundacional, el episodio ejemplar, el instante en que el destino se convirtió en voluntad. Solo la posteridad puede contemplar aquel instante en que se inauguró una empresa común, cuando la idea que inspiró a una nación se puso en marcha. Solo desde el futuro ya realizado puede volverse la vista atrás, a aquel momento decisivo en que el paso rutinario de los días mereció llamarse Historia. El filósofo Walter Benjamin distinguía entre el tiempo vacío e inerte, donde solo consta el paso inconsciente de sucesos en vano, y el verdadero tiempo de los hombres. El tiempo en el que se veneran actos fundamentales, el tiempo en que se reconocen los hechos creativos, el tiempo que nos conmueve al reiterar, en una fecha que destaca entre todas, los motivos que construyeron nuestra cultura.

En el pasado, las naciones buscan los momentos en que el tiempo les da un significado. Una nación no es un grupo aleatorio de seres humanos, ni un puñado de lugares indiferentes, ni una serie de anécdotas triviales. Es la idea que se hace de sí misma, es el conjunto de valores sobre los que se construye, es el sello moral que graba en la conciencia de los hombres. Una nación es la empresa resuelta a hacerse tarea creadora, es la voluntad de sustentar los principios que justificaron su nacimiento. Por ello, las naciones buscan siempre ese momento crucial en el que debieron afirmar su carácter, el hecho fundacional a través del que su voz se emplazó sobre la Historia. La conmemoración da fe de lo que una nación piensa de sí misma, revela aquellos actos y aquellos principios que considera propios y universales. Lo que la enorgullece, lo que alienta su confianza en el futuro, lo que hace de su unidad no sólo el respeto a un texto legal de coyuntura, sino la conciencia de haber vivido una iniciativa común sin la que la civilización entera tendría otro sentido.

Las naciones seguras de sí mismas se afirman en esas fechas que adquieren la calidad de un acto originario. Los estadounidenses se saben herencia directa de una declaración que no expresó solo su voluntad de ser una nación, sino los principios sobre los que debía afirmarse la idea moderna del hombre, aquellas «verdades evidentes» que resuenan aún como base elemental de una sociedad formada por personas libres e iguales, y advertencia severa contra las numerosas ocasiones en que nuestra civilización las ha olvidado. La República francesa ha conmemorado en dos centenarios solemnes los actos fundacionales de una nación liberal, la afirmación de la soberanía popular y los derechos asociados indisolublemente al hecho mismo de constituir una comunidad de ciudadanos. En el final de un ciclo que se abrió con las revoluciones democráticas y se cerró con la caída del último bastión del totalitarismo europeo, Alemania grabó la fecha de su Día Nacional, cuando la división causada por la barbarie nazi y la locura comunista cedió el paso a la reunificación. Ninguna de estas naciones conmemora un momento amargo. Celebran reconocerse en aquellos hombres y mujeres que combatieron por ideas tan difíciles como verdaderas. Desean reencontrarse en aquel impulso decente y vigoroso, anhelan regresar a aquel principio solemne y sencillo, emotivo y racional, en el que la nación fue la causa que defendía, y en el que su causa pasó a ser la de todos los pueblos civilizados.

España ha buscado en tres fechas esa localización de su lugar en el mudo y esa afirmación de su propia conciencia. En el Día de la Hispanidad, los españoles celebramos el momento en que abrimos una empresa universal, que fabricó una comunidad vinculada por los valores de la modernidad cristiana. En el Dos de Mayo, rendimos homenaje a la sangre inicial por la independencia de una nación que deseaba construirse en la libertad que asomaba en Occidente y que en España podía encontrar tradiciones que la presagiaban. En el Día de la Constitución, conmemoramos el momento de lo que hemos creído reconciliación definitiva, afirmación de unidad, deseo de futuro común, cerrando un áspero ciclo de enfrentamientos civiles.

Como estas tres naciones que han liderado la formación de nuestra cultura, España no trata de expresar su carácter en el enfermizo culto de las derrotas o en la temeraria reliquia de una herida abierta. Como ellas, intenta preservar lo que nos ha dado significado común, libertad colectiva, sentido histórico, valor de civilización. Lo que nos ha unido, a través de graves circunstancias, en torno a una realidad que, desde las más diversas posiciones políticas, definió el espacio compartido del patriotismo y la irrenunciable vinculación a la idea de España. La que, incluso en el más duro enfrentamiento fratricida del pasado siglo, los poetas de uno y otro bando cantaron con voces diversas, enemigas, unidas sólo en el mismo fervor por la única nación por la que combatían.

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