Catedrático de Inmunología y exrector de la Universidad
José Peña: «El mundo está gobernado por la ambición»
Dice que nunca se jubilará de las ganas de vivir. Ese es el motor, quizás, que le ha empujado a culminar una biografía inabarcable que aún hoy, a sus 70 años, se mantiene a pleno rendimiento
ARIS MORENO
Este señor que llegó a ser rector y es dueño de un currículo portentoso se crió en un pueblo donde los niños solo iban a la escuela cuando llovía. En los días de sol se quedaban en las cortijadas cuidando cabras. Lobras era un pueblo ... minúsculo de la Alpujarra granadina y se tenía por una ofensa cerrar la puerta de casa con llave. Tus propios vecinos te regañaban por la calle si era necesario y sonreír era considerado un signo de opulencia. «Ver a tus amigos venir bajo la lluvia, cruzando los ríos descalzos para recibir educación en la escuela, es algo que se te queda en la retina para toda la vida», proclama sentado en un despacho ya medio desnudo desde que se jubiló.
-Hablamos de una forma de vida ya extinguida.
-Solo queda en las personas mayores. La gente joven tiene una forma de vida muy distinta. Lo de aquel pueblo era un esfuerzo enorme de adaptación a unas limitaciones absolutas de información, de educación, de subsistencia.
José Peña (Serón, Almería, 1943) no nació en Lobras pero allí pasó la mayor parte de su infancia, después de que su padre, maestro de escuela, hubiera sido desterrado tras la guerra. En aquel mundo crudo forjó un carácter que ya le acompañó durante toda su biografía. Estudió Medicina en Granada y se especializó en Inmunología, donde ha centrado su dilatada trayectoria investigadora. «Para mí, la carrera de Medicina supuso una apertura al mundo y a la vida. Desde el primer año me incorporé como alumno interno en un laboratorio de Fisiología. Me gustaba ese afán por descubrir los secretos de la enfermedad».
-Sin curiosidad no hay ciencia.
-Obviamente no. Y sin voluntad tampoco.
-Y era usted un chico listo.
-No. Siempre he tenido una gran capacidad de esfuerzo y he sido consciente de las limitaciones que te da vivir en un pueblo donde nunca se escuchó una canción, por ejemplo. Nunca he sido inteligente.
-Su biografía lo desmiente.
-He tenido sentido común. Y eso te lo da el pueblo: saber que si tienes un huerto con manzanas, estupendo. Si pones otro huerto, magnífico. Pero si pones un tercero se te secan los tres.
-El sentido de las escalas.
-Eso siempre lo he tenido. Saber medir dónde se encuentran las posibilidades.
-Y el mundo contemporáneo se sale de las escalas.
-La globalidad es buena para la humanidad si no fuese porque está gobernada por la economía, no por la razón ni por la humanidad.
-¿Desconfía de la economía?
-Desconfío de la economía de mercado en los términos en que se está llevando a cabo sin considerar los valores humanos. No podemos sobreponer la economía a todo y esta economía de mercado es agresiva e inhumana.
Tras unos 70 años espléndidos, emerge un hombre rebosante de vitalidad y entusiasmo. Tanto que mantiene una actividad intelectual y profesional poco común para alguien que acaba de jubilarse con una hoja de servicios admirable. Nos recibe embutido en su bata blanca en el área de Inmunología, a cuyo cargo ha estado durante años.
-¿De qué no se va a jubilar nunca usted?
-De las ganas de vivir. La vida se nos da gratis y tenemos la responsabilidad de mantenerla no solo para nosotros sino para las personas que nos rodean. No somos nada de forma aislada.
-La palabra jubilación viene de júbilo. Menudo sarcasmo etimológico.
-Pues sí, porque el trabajo es lo que nos mantiene.
-El rector Roldán Nogueras declaró: «Me cuesta creer que al final de la vida nos vayamos al éter». ¿A usted también?
-Eso podría ser injusto con las personas, pero debemos de aceptarlo. No es tanto que tú te mueras y otros nazcan como la continuidad de la humanidad.
-¿Usted qué espera?
-Que alguien me recuerde con cariño.
-¿La medicina es la lucha contra la muerte?
-En la antigüedad, sí. Ahora es la lucha en pro de la vida y se avanza en la medicina predictiva. El diabético ya ha destruido todas sus células beta pancreáticas al 85 por ciento. ¿Por qué esperar a que eso ocurra?
-¿En qué traje se siente más cómodo: en el de médico, profesor o científico?
-No sabría decirle. Los tres van unidos. No se puede ser buen profesor sin ser buen investigador ni ser médico sin investigar.
-¿Qué le ha enseñado a sus alumnos?
-Más que conceptos, que podrían cogerlos de los libros o de internet, les enseño a racionalizarlos y a enclavarlos en el mundo en que se vive.
-¿Podemos decir ya, en pleno siglo XXI, que la ciencia ha vencido a la superchería?
-No. En algunas partes del mundo sí, pero en conjunto no. Antes había un trecho muy amplio entre ciencia y cultura y hoy día van simultáneas.
-¿La razón gobierna el mundo?
-Debería. Pero está dominado por las ambiciones, el instinto de defensa y el poder.
-¿Y el poder está en el gobierno?
-Hoy día, no. Es ese ente global que dirige el mundo y como un río arrastra muchas cosas.
-La primera vez que vino usted a Córdoba no fue directo a la Mezquita sino a Veterinaria. No me diga que no: lo suyo es provocación.
-Yo era universitario y me atraía la importancia de la Facultad de Veterinaria de Córdoba. Probablemente después me fui a ver la Mezquita.
-¿Qué le emocionó más?
-La Mezquita. Es una obra humana impresionante y hay que agradecer que se haya mantenido y sea símbolo de la ciudad.
Transición política
-Usted fue rector con solo 38 años de edad. ¿No tenía nada mejor que hacer?
-Tenía una ilusión muy grande por transformar la Universidad de Córdoba. Eran tiempos de transición política y había un extraordinario debate con violencia verbal incluso. Me propuse buscar canales de comunicación entre todas las tendencias.
-Fue usted la tercera vía.
-Probablemente porque había algo atípico: llevaba en Córdoba poco más de un año y no estaba en ninguno de los dos bandos de confrontación. Quería hacer una Universidad más científica y unida a la ciudad.
-¿Lo ha conseguido?
-Mi impresión cuando terminé mi mandato de rector es que se había avanzado poco. Pero actualmente está girando mucho. Está participando de los problemas de la sociedad y haciendo una labor importante.
-¿Esta es la Universidad que soñó?
-En general, sí. Pero me gustaría que fuese menos burocratizada, más científica, más útil y que la docencia no sea tan retórica.
-La suya fue una elección de máxima tensión entre conservadores y progresistas. ¿Las dos Españas nos persiguen?
-Yo creo que ya no. Es cierto que quedan restos porque son precisas varias generaciones para que desaparezcan. En lo sustancial, hoy hay un diálogo y un respeto al contrario. Todos somos necesarios.
-¿El sida es hoy una lacra derrotada?
-No. Ni mucho menos. El sida es uno de los grandes problemas de la humanidad. Han muerto más de 30 millones de personas por el sida en el mundo y cada año hay tres millones nuevos de infectados, cien de ellos en Córdoba. Hoy en los países desarrollados el sida es una enfermedad controlada, crónica, pero el 70 por ciento de los enfermos se encuentran en África.
-¿Qué epidemia se cobra más vidas: el cáncer o la voracidad de la industria farmacéutica?
-La industria farmacéutica trabaja en su propio beneficio y no tiene entre sus planes una acción sanitaria ni social.
-¿Tiene usted antídoto contra el derrotismo?
-La ilusión.
-¿Y cómo se inyecta ese antídoto?
-Con hábitos de vida que se llevan innatos pero que también se cultivan.
-¿Cómo los ha cultivado usted?
-Viendo la dura vida que llevaban mis conciudadanos en las Alpujarras.
-Díganos su teoría sobre la vida.
-Lo importante no es la vida de una persona sino la del conjunto. Vivimos una vida compartida.
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