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Portugal, tan lejos, tan cerca

Aunque nuestra situación no sea la portuguesa, Zapatero debería entender que obcecarse contra los intereses generales suele conducir al abismo

A través de una comparecencia televisada, el primer ministro portugués reconoció anoche que su país necesita recurrir a la financiación europea para hacer frente a la crítica situación económica y liberarse del creciente acoso de los mercados. Aunque en Bruselas se discutía desde hace varias semanas sobre la cuantía y la forma de canalizar el rescate de Portugal, valorado en 75.000 millones de euros, el Gobierno luso ha demorado su decisión para evitar —en plena precampaña electoral, abierta tras la dimisión de Sócrates— el peso que para la opinión pública tendrán las severas condiciones y los ajustes que el próximo Ejecutivo tendrá que asumir y trasladar a los ciudadanos tras aceptar la ayuda comunitaria.

La situación portuguesa era insostenible, porque los intereses sobre su deuda soberana no han dejado de aumentar, de forma vertiginosa, llegando a superar ayer el 10 por ciento, una sangría insoportable. La política y los intereses de partido no han contribuido precisamente a dotar de estabilidad a un país en estado de provisionalidad, tras la dimisión del primer ministro y la convocatoria de elecciones, pero quienes pretendan justificar que la continuidad de Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno nos blinda ante una situación de rescate como la de Portugal se equivocan. Y ello, precisamente, porque lo ocurrido allí debería servir de ejemplo de que cuando un Gobierno es incapaz lo peor es empecinarse en el poder, que es lo que le ocurrió a Sócrates hasta que se dio de bruces con la dura realidad.

España, ciertamente, no es Portugal, y nuestro sistema financiero y empresarial, con sus defectos, no resta, sino que aporta musculatura y fortaleza. Pero la gestión económica del Gobierno luso encuentra su reflejo, incluso multiplicado, en la nefasta actuación del Ejecutivo de Zapatero. Transcurridas ya 104 semanas desde que Elena Salgado pronunció su famoso «esperemos unas semanas y veremos los brotes verdes» (mayo de 2009), el Gobierno no ha hecho otra cosa que enmendarse a sí mismo. La última vez, ayer, cuando se vio obligado a dar otro bandazo y aumentar en medio punto la previsión de paro para este año (hasta el 19,8 por ciento, lo que supone 138.000 parados más), además de rebajar dos décimas el crecimiento que espera para 2012 y 2013. Con un presidente en una peligrosa huida hacia ninguna parte y con este calamitoso horizonte, España necesita con urgencia otro Gobierno. Y aunque nuestra situación no sea la de Portugal, Zapatero debería aprender que obcecarse contra los intereses generales suele conducir al abismo.

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