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Nagore: La película real de una mala muerte

Cine de carne y hueso Helena Taberna ha reconstruido el crimen de Nagore, a la que mató un médico en los sanfermines, en un depurado documental contra el olvido

CRUS MORCILLO

A lo mejor le tocaba morir ese día, pero no así, no de esa manera». Son palabras de Asun Casasola, que arrastra su pena desde que una mañana luminosa (7 de julio de 2008) un ertzaina la llamó para preguntarle si su hija Nagore se mordía las uñas y llevaba pelo corto y «brackets». A ella solo se le ocurrió que la niña había perdido el bolso. Pero no; lo que le habían arrebatado a golpes y estrangulándola con furia había sido la vida. Acababa de cumplir 20 años. Los sanfermines de Pamplona se escribieron ese año con prólogo de muerte.

Asun, sin rastro de odio y con un aplomo que desarma, se dedica desde entonces a que se haga justicia con Nagore. En noviembre del año pasado la Audiencia de Navarra condenó al autor a 12 años y 6 meses de prisión por un delito de homicidio, muy por debajo de la petición fiscal y de las cinco acusaciones que habían solicitado una condena por asesinato. «Si lo de mi hija no fue un asesinato, ¿qué es un asesinato en este país? ¿Por qué no se consideró un caso de violencia de género si la mataron por decir no?», se pregunta cada día la madre, que mantiene encendida la mecha de la memoria. El caso Nagore, como fue conocido, está ya en el Tribunal Supremo.

El azar a las siete de la mañana

La directora Helena Taberna («Yoyes», «Extranjeras» y «La buena nueva») ha llevado al cine esta historia, en una espléndida película documental, a modo de reportaje periodístico donde no asoma ni una pincelada de ficción; ni una voz en «off», ni un rótulo. Son los protagonistas en carne viva los que guían la historia y el material probatorio del juicio el que la sustenta, incluida la recreación del crimen con el autor y una figurante como víctima.

Nagore Lafagge Casasola vivía en Irún con su familia. A los 18 años se fue a estudiar Enfermería a Pamplona y allí, en la Clínica Universitaria, hacía sus prácticas. Igual que el hombre que la mató: José Diego Yllanes Vizcay, 28 años, que trabajaba como médico residente en el Departamento de Psiquiatría. Ambos eran buenos estudiantes, guapos, jóvenes y de familias estructuradas. Ambos salieron la víspera de San Fermín con sus respectivos amigos a celebrar el chupinazo. Solo se conocían de vista. No habían cruzado una palabra en su vida hasta que el azar los cruzó a ellos, entre las siete y las ocho de la mañana de ese maldito 7 de julio. José Diego volvía a su casa cuando se encontró en la calle a las compañeras de piso de Nagore; al poco apareció ella. Apenas un saludo y la noche de alcohol y juerga agazapada en las palabras de todos. El médico la cogió por la cintura y caminaron enlazados hacia el piso de él, en la calle Sancho Ramírez, a un paso de la Clínica. Una cámara de seguridad les grabó cinco minutos antes de ese lugar como a una pareja de enamorados .Ya en la casa, según la sentencia, José Diego desnudó de manera violenta a la chica, le rompió la trabilla del pantalón y le desgarró la ropa interior. Nagore dijo basta, no quiero, pensó que quería violarla y le amenazó, según él, con destruir su carrera y denunciarlo. Ahí se desató el infierno de Nagore.

El psiquiatra le propinó una brutal paliza que le partió el labio y le amorató los ojos, le causó gravísimas lesiones internas, la apaleó y siguió, no se sabe cuánto tiempo. Ella, en ese terror que pudo durar dos horas, hizo una llamada de auxilio al 112 de Navarra. «Estoy muerta, me mata», se adivina en un susurro que desgarra. A continuación, la estranguló e intentó descuartizarla; le llegó a cortar un dedo. El chico bueno, que apareció en el juicio cabizbajo y formal con aspecto impecable, la metió en bolsas de plástico, limpió el piso a conciencia y buscó la ayuda de un amigo para deshacerse del cadáver. «¿Has visto la película “Very bad things”?», le preguntó para contarle lo que acababa de hacer. Cuando su compañero le aconsejó que se entregara a la Policía, amenazó con suicidarse. Pero no, no lo hizo.

La mente planificadora buscó otra opción: cogió el coche de su padre y condujo 45 minutos hasta un monte de Olondriz con el cuerpo de Nagore empaquetado. Allí lo ocultó cuidándose de esconder los objetos de la chica que lo delataban. Esa misma noche llegó la detención y la cárcel, de donde ya no ha salido. «Pero con buen comportamiento y sin antecedentes, en unos años tendrá permisos y nosotros no veremos más a Nagore», se duele Asun Casasola.

La directora Helena Taberna decidió contar una historia que la sacudió. «El piso donde ocurrió ese horror está a menos de 200 metros de mi casa y durante meses seguí las noticias y el juicio, veía anonadada a la madre, las manifestaciones...». Taberna estrenó la película hace dos semanas. A más de uno se le encogió el corazón al ver en una pantalla el cuerpo de la niña que quería ser enfermera en la mesa del Instituto Forense, o al oír el desconsuelo de los que crecieron con ella.

«¿Era muy ligona?»

«Siempre había pensado en tener dos hijos, pero ahora quiero tener tres por si pasa algo como esto que no se quede uno solo», cuenta Javier Lafagge, hermano de Nagore, mirando a la cámara descarnada. No hay lágrimas en esta cinta dura como un bofetón; ni falta que hacen: las suplen las imágenes y las palabras con murmullo de futuro robado. «Nosotros seguimos con nuestra vida y ella no va a volver», reflexiona uno de los amigos de su cuadrilla de Irún. «Era muy enamoradiza y romántica», añade con inocencia María su compañera de residencia.

La inocencia que faltó en algunos momentos del juicio, en manos de un jurado popular. Un miembro le preguntó a Asun que si su hija era muy ligona. «¿A quién se estaba juzgando?», se rebulle la madre. Con todo no es ese su mayor reproche. La película plantea varios debates subterráneos y trata de interpelar al espectador sobre cuestiones espinosas: la conveniencia y preparación de los tribunales del jurado y las estrecheces de la ley de violencia de género, que no amparaba este caso.

La ley, tan cuestionada estos días por la contaminación política, proclama en su artículo primero que el objeto de protección son las mujeres que sufren violencia a manos de hombres que «sean o hayan sido sus cónyuges o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia». La sentencia recoge el abuso de superioridad, pero nada más porque el autor y su víctima no se conocían y no habían mantenido ninguna relación. En la película subyace la crítica a esas miras tan cortas.

Y no es la única. La familia, el entorno, los abogados creen que Diego tuvo que ser condenado por asesinato y no por homicidio después de ver el juicio grabado y emitido, la frialdad y el orgullo del autor. Dos peritos declararon que Yllanes mató a Nagore al ver atacado «su honor de chico diez». El fiscal desató las lágrimas del público con una de sus afirmaciones: «Nagore esa mañana del 7 de julio era la persona más indefensa del mundo». Su familia cree que lo sigue siendo hasta que se le haga la justicia que ellos anhelan. La última palabra la tiene el Tribunal Supremo.

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