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Allí donde se juntan cine y alucine

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

Esta crónica empieza una vez que se han agotado los adjetivos, las exclamaciones y los halagos. Y empieza con una digresión, con una cuestión indirecta: «Avatar» borra por completo el punto que une (tal vez, que separa) la realidad de su esbozo, la carne de la infografía. James Cameron le pasa la bayeta a la diferencia. Y también le aplica el trapo y frota la mampara a través de la que se miran la tecnología y la corazonada, la intuición... La única duda sería si «Avatar» es el final o el principio de algo, si clausura o inaugura.

En todo caso, cualquier impresión será superficial si sólo la estampa el encontronazo con la epidermis de la película, sin duda, la más fascinante que se haya visto nunca; y también será trivial esa impresión si lo que la produce es, sólo, lo que de convencional o presentido pueda tener una historia que en realidad va de héroes y princesas, y se ha visto y oído tantas veces detrás de un «Érase una vez...».

Tras el precio de una entrada y unas gafas burlonas, Cameron te regala las dos maneras de ver el mundo -un mundo nuevo, lejano y futuro que ni siquiera está en nuestro imaginario, se llama Pandora y es irrespirable-, a la altura de un terrícola, ex marine y en silla de ruedas, y a la altura de su «avatar», el cuerpo biológico de un nativo con el que está unido en emoción y conciencia, y al cual controla desde su sueño.

Dejemos a un lado lo que sabíamos del argumento, del «érase una vez», porque lo hemos visto en cien cuentos y mil películas, el héroe predestinado, la princesa enamorada y fuerte, el mundo que salvar, la solidaridad, el amor, la amistad y el respeto a todo y a todos. Dejemos, también, lo «buenista» y oportunista del mensaje de futuro, sobre las ocupaciones y las guerras preventivas... Dejemos eso que, en efecto, es lo único bidimensional en una película tridimensional, hecha para bucear por ella y viceversa, para que bucee por ti.

Y quedémonos con lo otro, lo esencial, lo intenso y penetrante: lo más parecido a un documental del «National Geographic» sobre un planeta fascinante, poblado por seres de tres o cuatro metros, de color azul, la agilidad de un gato y la sensibilidad de la Madre Teresa de Calcuta, inmersos en una naturaleza tan agresiva como digna..., uno no ha cerrado la boca con las montañas flotantes cuando nota en la comisura el hilo de saliva ante los líquenes lucientes o el alma de las medusas, las galopadas o los vuelos a lomos de endriagos y prodigios.

Grandes batallas para una película tan pacifista (¿espíritu Obama?). Y gracias a Cameron, se sale de allí dos horas y media después ebrio de fantasía, pero entero, porque la película ha tenido la sensatez de mantener el fondo liviano del cuento, el «érase una vez», dentro de un pellejo abrumadoramente perfecto: Otra cosa hubiera sido insoportable.

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