Lang, al otro lado del espejo
Ningún otro cineasta -ni probablemente, artista- sabría combinar como lo hace Tim Burton dos elementos tan ajenos e incompatibles como la ternura y lo tétrico, la negrura y lo delicado. Su cine es una ventana abierta a un mundo sin tiempo, tan infantil como añoso ... y lejano: el presente no le interesa a Burton y, por lo tanto, su cine no le presta la menor atención. Lo que le interesa a este hombre de aspecto lúgubre y de melena y poesía negras y disparatadas es el «sentimiento frankenstein», ése que une al creador y la criatura, al padre y su hijo (o resultado), y lo busca de un modo poético y obsesivo, entre líneas retorcidas y formas ingenuas.
«Eduardo Manostijeras», «Big fish», «Charlie y la fábrica de chocolate», «Sleepy Hollow», «La novia cadáver» y hasta «Ed Wood», ese cineasta huérfano de talento, son algunos de los alfileres en el mapa de su desmadejada poesía del hombre vulnerable y a merced del tajo progenitor. Y en sus personajes desvaídos, góticos y de ojos saltones y tristes se detecta el ADN de Lang o Murnau visto al otro lado del espejo de Alicia. «Pesadilla antes de Navidad» podría ser la gota-zumo de todo su océano creativo, que empuja al adulto al País de Nunca Jamás, y al niño, a una madurez con el aspecto de la radiografía de Johnny Depp.
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