El santo Job y los troyanos
Me chafó parte del título la semana pasada mi vecino de arriba en esta página; rápido que es sacando. Pero me recelo yo qué andaría magullando Mariano Rajoy su comparecencia tras el Comité Ejecutivo, mientras Francisco Camps asistía disciplinado al espectáculo sobreactuado de los Troyanos ... de Berilos en el Palau de les Arts.
Y puestos a imaginar se me antoja que el Molt Honorable pudiera haber dedicado parte de las cinco horas de la representación a visualizar su propia estrategia renovadora, aparentemente concentrado en el trasiego de carne humana que acompañaba a los magníficos coros evocadores de la gran trampa del regalo equino primero, de la égira de los troyanos después. Ignoro si la idea brillante de hacer coincidir -a la inglesa- la figura del portavoz parlamentario con un miembro del Gobierno, y hacerlo en la personalidad políticamente pura de Rafael Blasco, se pergeñara al dictado de la batuta de Guerkiev, pero estoy seguro de que no fue mientras algunos silbidos de protesta hacían blanco en personal de la Fura dels Baus. (¿Estaría Ripoll dentro del vírico caballo?)
Se han apresurado los socialistas valencianos, y también los de la casi inexistente Izquierda Unida, a protestar acerca del calado de las medidas tomadas por los populares, a intentar ridiculizarlas y hasta ensayar toscos discursos sobre la independencia de poderes confundiendo el culo con las témporas. Ahí les duele; ¡no les iban a gustar!
Como no le ha gustado a Ferraz que en Génova se escenificara una nueva unión, que es reunión y renovación, que ni Job hubiera querido ver demorada. En este caso no hay reorganización; simplemente organización. Que la casa, y la familia, andan alborotados. Hay otras cosas muy graves de las que prefiero no opinar ahora: el caso Faisán y sus numerosos protagonistas que hacen de él un caso coral; la tragedia del Alakrana y el sainete de la mayoría de edad del pirata (si Espronceda levantara la cabeza); el empajinamiento sobre la ley del aborto...
Y no puedo terminar sin recordar a Lala, la abuela de Jacobo, la madre de Mimí, de Sebastián y de María Teresa, que vivió un siglo completo de incansable y modélica actividad en familia.
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