Cómo parar a esa multitud llamada Carmen Machi
Carmen Machi es una de esas actrices que se sube por las paredes del plano, una atleta de la expresión , alguien que exterioriza aún debajo de una manta... ¡Lo que habrá que tenido que trabajar el director Javier Rebollo para desactivarla por completo ... en «La mujer sin piano»! Carmen Machi interpreta como si fuera una mujer de Bergman a Rosa, que sí es una mujer, pero «de su casa» y que se dispone a abandonarla. Entre la aventura y la escapada (también, curiosamente, entre Antonioni y Dino Risi) de una noche de esta mujer sin piano, Rebollo nos da una lección del otro modo de hacer una película: acristalándola, impidiéndole al espectador entrar en ella de modo carnal, emocional, afectivo, dejándole como única puerta de entrada la intelectual, o mejor, la especulativa: entiendes la desesperación de esa mujer dentro de esa vida en la que las únicas teclas que suenan, y en estéreo, son las de la monotonía y el eclipse progresivo; una mujer sola con marido e hijo, sola con un pitido en el oído desde hace años, sola con una maleta y ningún sitio al que ir. Zambrano hizo una película titulada «Solas» en la que tras sentirlo absolutamente todo, algo comprendías. Javier Rebollo busca lo contrario: analízalo, entiéndelo, pero no intentes sentir y emocionarte con ese personaje porque lo que se pretende es otra cosa, emociones controladas, papel secante.
Esta película lleva, pues, el sello Rebollo («Lo que sé de Lola») pero también el antisello, por decirlo de algún modo, de Carmen Machi . Rebollo busca y encuentra la «circunstancia» de Rosa, su casa, el taxi de su marido, el cuadro de encima de su cama, su falta de piano, sí, y contruye con cálculo y sopor la soporífera vida de esa mujer. Y uno lo entiende, pero lo padece en la butaca. Si en vez de desactivar a Carmen Machi, la activa, le abre la puerta de la verja, nos hubiéramos muerto de risa y de pena con Rosa, y todas las rosas del jardín habrían sabido cómo colocarse en ese jarrón... El que no hubiera estado cómodo allí es el propio Rebollo, más atento a la duración del plano que al sentimiento que produce.
La película turca «10 to 11», de Pelin Esmer, es un magnífico retrato también de un personaje, un anciano que vive rodeado de todo lo que ha ido coleccionando a lo largo de su existencia y que han convertido su casa es un bazar de objetos, trastos, papeles y recuerdos. La relación de este hombre con su tiempo, con sus vecinos y con su memoria permiten una buena cavilación sobre lo lleno y lo vacío.
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