«Gordos» y, encima, Michael Moore
Si no eres Bush o su familia, si no eres republicano (de los USA, claro, no de los de aquí) y si no eres quisquilloso con que te manipulen y te manoseen las ideas, Michael Moore te resultará un tipo con cierta gracia, ingenioso, que ... sorbe información como un chino su cuenco de tallarines y que hace documentales con muy mala leche. En cambio, si te apellidas Bush o vas de digno con tu propia cabeza, Michael Moore lo que es, esencialmente, es un tío gordo y feo, y será de eso, de «Gordos», de lo que ha de tratar esta crónica.
En fin, ayer presentaba Moore «Capitalismo: una historia de amor», una riada de datos sobre cómo se cocinó la crisis mundial, pero la gracia del asunto es que también era el día de «Gordos», la película de Daniel Sánchez Arévalo. Una coincidencia, si es que alguien cree que tal cosa existe.
«Gordos» es la primera película de Sánchez Arévalo tras su brillantísimo estreno con «Azuloscurocasinegro», y es un carrusel de emociones y personajes que se debaten entre la comedia y el drama, muy hinchados física y sentimentalmente, cuyas vidas se tocan, se alteran y se separan como una extraña reacción química. «Gordos» sería algo así como un «Crash» cheli en el que los complejos y las metáforas son otras y en el que se mezclan no los prejuicios raciales, sino las salsas con los credos y la catarsis con el rumbo genital...
Cada personaje, y son muchos y variados, se abre en canal para que la película lo exponga, y el resultado es un complejo y hasta exótico muestrario de interiores; curioso hecho para una película que ya en su título parece enfocar sólo a los exteriores, «Gordos». Tiene Sánchez Arévalo, como alguno de sus personajes (en especial, el más «controvertido», que es el homosexual al que interpreta un Antonio de la Torre recién comido y que ha hecho el esfuerzo también extremo, como su trabajo, de engordar más de treinta kilos), un afán impúdico en el modo de contar las situaciones dramáticas y hasta de revestirlas de un raro tono de comedia. Personalmente, creo que quienes mejor consiguen dar el «tono «Crash»» a la película son la pareja que interpretan Roberto Enríquez y Verónica Sánchez, cuya historia es de una profundidad abisal.
«Zote Bush»
Pero tenemos que hablar de gordos de verdad, y no de recién comidos... Michael Moore es un espectáculo y hace un asalto documental a Wall Street, el malo de su película junto a los villanos habituales, empezando por el «zote Bush», al que siempre pilla papando moscas. Mezcla, como es habitual, la explosión de datos con su opinión, con imágenes divertidas y malintencionadas, con entrevistas a «gente» afectada y con sus «shows» cámara en mano.
El resultado es demoledor (suena gracioso y hasta familiar cuando denuncia que el último año de Bush lo dedicó a no pronunciar nunca la palabra «crisis»): señala las incongruencias del sistema y la voracidad de algunos políticos y personajes públicos, no elude ni la comedia (coloca una cinta policial de «no pasar, lugar del crimen» alrededor de todo Wall Street) ni la tragedia, pues ese lado humano, de familias que tienen que abandonar sus viviendas y de trabajadores condenados al paro y la indigencia, es lo que le da peso y sentido a la ironía de su título: «Capitalismo: una historia de amor».
Delirio y seriedad
Otras dos películas se hicieron hueco en la amazacotada competición: «White material», de la francesa Claire Denis, y un delirio japonés titulado «Tetsuo the Bullet Man», de Shinya Tsukamoto, que es la última de una peculiar saga de películas sobre este Tetsuo. El cómo un comité de gente de cine admite en su sección oficial algo tan absurdo es mucho más misterioso que el protagonista de la cinta, al que le salen unas protuberancias férreas tan chungas y le ocurren una cosas tan ridículas que uno piensa que han vertido algo ilegal en el bombo del agua de la entrada.
Lo de Claire Denis es otra cosa más seria, incluso demasiado seria. Trata de una mujer francesa, propietaria de una plantación de café en Camerún, atrapada en una revuelta entre guerrilleros armados y el ejército regular. Denis se esfuerza en darle estilo a la narración mediante una estructura diversa de tiempos y situaciones, aunque lo que le ocurre es que despoja su historia de toda la tensión, la angustia y la fortaleza que tienen de por sí.
Se embelesa en el rostro de la actriz Isabelle Hupert, se diluye entre idas y venidas de esta mujer y entre circunstancias imprecisas, y ya sin pulso pierde por completo el timón de un material destinado a secarte la boca, no la cabeza.
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