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Píldoras

ASÍ era el estilo de iniciación sexual de los tiempos aquellos de mis mocedades: silencio absoluto sobre el asunto en casa y en las aulas, y especulaciones variopintas en el seno de la horda viril, rigurosamente escindida de las chicas en la escuela, en la ... iglesia y hasta en la calle, pero en posesión de emocionantes secretos transmitidos por tradición oral desde las cohortes más añosas, que los iban revelando en dosis homeopáticas a lo largo de un impaciente rito de paso. Tales revelaciones tenían sus aspectos sórdidos, quién lo duda, pero, en lo fundamental, preservaban algo tremendamente necesario: la noción de peligro asociada a toda diferencia irreducible, y eso nos volvía prudentes, si bien no templados, pero, al menos, la prudencia es una virtud. Es decir, se trataba de una iniciación educativa, porque la educación consiste en un descubrimiento gradual de los límites, para el que no hay mejores mentores que tus iguales, siempre que éstos no hayan sido previamente corrompidos por una modalidad cualquiera de sexología racionalista. En esta materia, nunca me he fiado de las tres supuestas fuentes de información autorizada: padres, maestros y curas. En cambio, Manolito, el repartidor de la tienda de ultramarinos, jamás me defraudó.

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