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La tabarra del libro electrónico

LLEVAN algo así como quince años dándonos la tabarra con el libro electrónico; y para finales de este año se anuncia una ofensiva en toda regla de los mercaderes, empeñados en convencernos de las ventajas del cacharrito de marras. Ventajas que se resumen en una: ... por fin, nos aseguran, «el saber no ocupará lugar»; por fin, mediante la posesión del cacharrito, podremos descargarnos de forma casi instantánea cuantos libros deseemos, evitándonos la invasión de papel impreso que amenaza con expulsarnos de casa. Aquí se demuestra, una vez más, que los mercaderes olvidan ese mecanismo psicológico irreductible llamado «factor humano»; y es que si los libros nos gustan es, precisamente, porque ocupan lugar, porque hacen de nuestra existencia un lugar, porque son el nido en el que se empolla nuestra vida. Si dejasen de ocupar lugar dejarían de interesarnos, pues habrían perdido su condición de «abrigo del espíritu». Porque en los libros que uno ha leído se refugian los hombres que hemos sido; y cuando llega el invierno, cuando la vida nos araña de secretas melancolías, la permanencia sigilosa de los libros nos vincula con el pasado y garantiza nuestro porvenir.

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