«Empapada con el orín de otra mujer supe lo que sienten ellas»
La belleza cambia el mundo. Lo demuestran Debbie Rodríguez y su escuela de belleza en Kabul, y Becky Kiser, la vendedora de consméticos que ha salvado a mil mujeres condenadas a muerte en Etiopía por sufrir fístula obstétrica.
-Parece una estupidez: la estética puede ... salvar a la gente.
-Exacto. Las he visto que hasta muertas de hambre hacían lo posible por estar guapas. Por cierto, ¿Debbie sigue casada con el afgano, señor de la guerra?
-Ya no, si es que alguna vez lo estuvo a los ojos de EE.UU.. Pero volvamos a la belleza. El olor a orín y heces que provoca la incontinencia de la fístula obstétrica (lesión entre la vagina y la vejiga o el recto por obstrucción del parto, violación o mutilación genital), hace malditas a las mujeres que usted recoge. ¿Qué se propuso al verlas?
-Enseñarles a estar limpias. El primer paso para su integración.
-¿Y cómo acaba haciendo eso una jefa de ventas de cosméticos de Colorado Spring?
-En mi empresa, Mary Key, sabemos que estar guapa por fuera es el primer paso para estarlo por dentro. No dudé en que mejorándoles su aspecto y sus condiciones iba a ayudarlas a recuperarse física y psicológicamente. La otra cosa es que para tener poder se necesita dinero, así que había que lograr que estas mujeres lo ganaran. Allí no piensan que la fístula es una enfermedad, sino una maldición. No las abandonan sólo porque huelan mal, sino porque creen que dan mala suerte. No las dejan que les toquen, las encierran hasta que mueren de inanición o las echan de casa y ellas se hacen chocitas para que no se las coman las hienas.
-Llegó a Etiopía de turismo, en África el horror sale a cada paso; éste, otro espanto. ¿Qué más le daba? ¿Por qué se quedó?
-Simple: no había nadie más ayudando. Me fue fácil comprenderlas: una terrible cicatriz recorre mi cuerpo tras el parto de mi segundo hijo y cuando nació tenía un marido que me pegaba. Identifiqué bien su sufrimiento. No podía quedarme en ayudar sólo a una de aquellas mujeres comidas por las moscas... Volví a América conseguí dinero, ayudé a otras cinco, luego regresé otra vez y ya no pude parar.
-En Addis Abeba trabaja con la doctora australiana Cathering Hamlin, fundadora del Hospital contra la Fístula, varias veces nominada al Premio Nobel de la Paz.
-Es una persona maravillosa. Hasta hace un mes y con 84 años operaba dos veces al día, pero ahora está enferma.
-Siempre mujeres ayudando a mujeres.
-Me apoya mi padre, mi marido, mis hijos de 25 y 27 años... Ellos respaldan, pero otra cosa es entender el sufrimiento de una mujer que no tiene nada. Ponerse en su lugar es más fácil para otra mujer.
-¿Los ojos de la primera mujer que ayudó?
-Mi primer recuerdo no es una mirada, ni una palabra. Es la sensación de estar sentada, junto a ella, en las sillas de las salas de espera por las que íbamos pasando en el hospital, sobre la orina y las heces de otras mujeres. Empapada de excrementos sentí en mi carne sus propios sentimientos y pensé que cómo era posible que eso estuviera pasando en 2004.
-Muchas de ellas son sólo unas niñas.
-Las he tenido casadas con 5 años, como Kadiya que alumbró con 12 años un hijo muerto en un parto imposible que la dejó una fístula espantosa. En los mil casos que he tratado, sólo tres bebes vivieron. Para Kadiya, operada cuatro veces, no hay solución. Pero aprendió a leer y a escribir, estudió peluquería y trabaja. Volvió a su casa por un día: quería decirle a su madre que había sobrevivido.
-¿Peor la ignorancia que la pobreza?
-La pobreza es terrible. Con hambre ni siquiera hay sitio para la ética. Pero es verdad que el hambre tiene solución con ciertas medidas y no en mucho tiempo, mientras que cambiar su mentalidad es casi imposible. Mi programa tiene dos fases: alojamiento y comida para las que esperan la operación, con alfabetización y aprendizaje de un oficio, y una segunda para las incurables, que dura un año en que tratamos de cambiar su idea de que no son nada. Es lo más difícil.
-Su refugio se llama «Trampled Rose».
-Por ellas, rosas pisoteadas, que aún no han sido aplastadas. La rosa, además, es la flor de Etiopía y el símbolo de Mary Kay, una emprendedora y mi maestra.
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