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Relaciones inquebrantables

Relaciones inquebrantables

EN la ya copiosa literatura sobre la guerra civil, a la que no son ajenos los trabajos de muchos historiadores, suele establecerse una relación inquebrantable entre el todo y la parte. O sea, entre los bandos enfrentados y quienes en ellos combatieron. Poco importa si en cada frente convivieron las ideologías más dispares. Poco importa si la puesta en práctica de alguna de estas ideologías comportaba la liquidación de casi todas cuantas integraban el mismo bando -como pudo comprobarse, por ejemplo, nada más terminar la contienda, con la suerte de tantos monárquicos y liberales-. Cuando la guerra, o se estuvo en un lado o se estuvo en el otro. Sin medias tintas. Y es eso, al cabo, lo que sigue marcando a unos y a otros.

Del mismo modo, la indiscutible trabazón entre el desenlace de la guerra y la dictadura que le siguió ha establecido otra relación inquebrantable entre los que lucharon en el bando vencedor y los que luego gobernaron durante cerca de cuarenta años. Hasta el punto de que el haber formado parte de este bando le hace a uno responsable, por acción u omisión, de todos los desmanes que el régimen franquista perpetró durante la posguerra. En esa visión genérica y dominante tampoco caben, por desgracia, demasiados matices.

De ahí que no deba sorprender en absoluto la instrucción penal que el bravucón juez Garzón ha emprendido esta semana a instancias de una serie de asociaciones cuyo máximo fin parece ser la abertura de una inmensa zanja, y no únicamente de tierra, de cabo a cabo de España. Se trata de la misma visión, sólo que, en este caso, las víctimas son los muertos. En fin, son los muertos y los casi muertos. Y es que la iniciativa judicial, que incluye una demanda a la abadía del Valle de los Caídos para que facilite la lista de los cuerpos allí enterrados y «las causas del enterramiento», ha traído a las páginas de este periódico una figura felizmente viva, la de Eugenio de Azcárraga. Y no sólo porque este veterano de la guerra civil sigue dando guerra a sus 92 años, sino porque fue dado por muerto en la batalla de Teruel y su cuerpo, a finales de la década de los cincuenta, fue supuestamente trasladado al Valle de los Caídos donde -también supuestamente, por descontado- reposan hoy sus restos.

Pues bien, si todavía no lo han hecho, lean, por favor, la entrevista que le hizo aquí mismo el pasado miércoles Pedro Corral. Y escuchen a Azcárraga. Nada de cuanto dice tiene desperdicio. Es el ejemplo de un liberal que se vio obligado a tomar partido por lo que, a su juicio, era entonces lo menos malo. El ejemplo de un hombre íntegro, como tantos hubo en ambos bandos. Les dejo con él: «Yo (...), que combatí con el bando franquista, siempre condené la terrible represión de posguerra, y algunos hasta me llamaban «rojo» por eso. Hoy no se puede envenenar a los jóvenes con el mismo odio y rencor».

Xavier

Pericay

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