Gota a gota
Canela y clavo
Hay capataces que sin tocar el martillo estarán ahí hasta que el universo se acabe
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Iniciar sesiónANTES de que abran las puertas, el Santuario se ha convertido en la fiesta de los aromas. Cuando cerraron las puertas después de la puesta de las flores los olores salieron de la sustancia de la que forman parte para tocar palmas a compás. Allí ... estaba la cera tan pura que parecía un frasco de miel derramada. Y las rosas y los jacintos y los lirios y la madera de cedro del paso del Señor. De lo limpios que están, huelen hasta los metales; la plata de la Virgen desprende el perfume de un tocador y el pan de oro que recubre el trono del Cristo de los Gitanos trasmina olores de las candelas como las que hay en las fraguas. Pero en los dos respiraderos hay más que brillos tallados por cinceles y gubias. Desde hace tiempo entre las volutas y las columnas salomónicas viven dos voces enganchadas que van camino de fundirse con la materia en la que un día se quedaron prendidas. Son voces que durante años sirvieron como una proa para marcar los caminos de la Madrugada del los Dios de los calés y de su Madre.
Juan Manuel no es solo nombre para un bordador. Hubo en la historia reciente otro genio homónimo con la voz modelada por el relente de las mañanas en el mercado del pescado que llevaba en la palma de la mano la silueta del llamador que levanta delirios al alba del Viernes Santo. Juan Manuel Martín y su voz de bronce son ya la serpentina que recorre las molduras sobre las que pasea el Señor de la Salud. Hoy no estará con el traje negro y la camisa blanca custodiando con esa mirada el trabajo de su hijo y de su nieto. Esta noche andará mirándolos desde el respiradero del que ya forma parte. Para encontrar la otra voz fundida con el metal habrá que seguir la línea de los aromas que nos llevan al palio. Acaba de cumplir 80 años pero su garganta, de tantas madrugadas vividas, está repujada ya en los paños del respiradero. Es Alberto Gallardo que tiene los ojos azules de tanto mirar el cielo donde está su Madre.
Son capataces que sin tocar el martillo estarán ahí hasta que el universo se acabe: Alberto es la plata, Juanma el bronce; Alberto una rosa, Juanma el clavel; Alberto en un zanco, Juanma en el otro; Alberto la canela, Juanma el clavo.
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