De capa | madrugada del viernes santo
Una pantera nos miró fijamente
Algunos estaban en la calle en la Madrugá de las carreritas pero no se enteraron de nada hasta el domingo
Sevilla
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Iniciar sesiónEl «saber estar» es uno de esos conceptos típicamente sevillanos inaprehensibles para el forastero, como la «categoría». Lo que sí resulta evidente es que nadie supo estar en la famosa Madrugada de 2000, la de esas «carreritas» cuyo diminutivo no hace sino agravar la sensación ... de pánico –como cuando una película de terror está protagonizada por un niño–. Y algunos, ni siquiera estuvimos. Hay aborígenes, sí, que hemos pasado un lunes del pescaíto comiendo cabrillas en el Parque Alcosa hasta muchas horas después del alumbrado y a quienes, pese a que ya nos dedicábamos al periodismo, nos pilló aquella Madrugá en el sótano de un bar clandestino. Tomábamos, disimulando las arcadas, el Domingo de Resurrección el aperitivo de salchichón y huevo duro que prescribe la Pasqua italiana sin poder seguir la animada conversación sobre los sucesos del resto de los comensales.
Hace un cuarto de siglo, apenas el 20% de la población disponía de móvil y alboreaba en Internet, al que había que conectarse entre el chirrido mareante de un artilugio llamado módem que funcionaba a costa de ocupar la línea de telefonía fija de casa. La fiesta del jueves por la tarde, ha quedado dicho, se prolongó hasta las claritas del día, un Viernes Santo robado por entero al sueño y del que conservo el recuerdo brumoso de haber abandonado la comodidad del butacón de escay de un pub desactualizado para ver pasar al Nazareno de La O. Por qué desperté a mediodía del Sábado Santo en casa de unos amigos al final de la calle Arroyo y cómo llegué hasta allí son preguntas aún hoy sin respuesta.
Sin periódicos como manda la tradición ni, de haberse publicado, ganas de leerlos por la descomunal bajona, el estrambote de la aventura fue cruzar por María Auxiliadora, qué puntería, cuando entraba la Trinidad. Después de la larga sobremesa pascual, enlacé torpes excusas para encerrarme en mi cuarto con el ABC, a tratar de enterarme qué demonios había pasado en la Madrugá para que no se hablase de otra cosa. En 1996, Juan Bonilla había publicado 'Nadie conoce a nadie', una novela sobre nazarenos asesinos ambientaba en la Semana Santa sevillana cuya versión cinematográfica (Mateo Gil, con guion de Alejandro Amenábar) se había estrenado tres meses antes. Las crónicas del periódico no describían escenas muy distintas a las de la película…
En la efeméride redonda del vigésimo quinto aniversario, Juan Miguel Vega ha vuelto a aquellos sucesos con una –denominada– docunovela (El Paseo) que abunda sin demasiado detalle en la hipótesis que más aceptación tuvo entonces: un sabotaje, a modo de huelga encubierta, de algún colectivo profesional que se le fue de las manos a sus promotores. Entre el grupo de amigos que salimos aquel Jueves Santo, por si acaso, nunca hemos hablado con honestidad del asunto. «Yo creo que nosotros no fuimos porque no me suena que hubiese cofradías cerca», es todo lo que acierta a explicar el más lúcido, «pero tampoco me cuadra que hubiese una pantera suelta por la calle y, sin embargo, recuerdo con total claridad cómo me miraba fijamente a los ojos».
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