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Así era la Semana Santa de Martín Cartaya

Jesús Martín Cartaya, la mirada elegante y discreta, es dueño de esa dignidad que no necesita de títulos ni de fanfarrias

Manuel Jesús Roldán

El año 1983 se estrenó en los cines una curiosa película de Woody Allen titulada Zelig. Su protagonista, una misterioso Leonardo Zelig, tenía la sorprendente capacidad de colocarse en grandes apariciones públicas y adaptarse en perfecta mímesis al medio en el que se ... desenvolvía, una cercanía que lo hacía transformarse y pasar absolutamente desapercibido al convertirse en un personaje más de la escena. Su mirada a la cámara formaba parte de la historia que se desarrollara, siendo guionizado y guionista al mismo tiempo.

Año 1975. regreso de la Mortaja el Domingo de Resurrección / MARTÍN CARTAYA

Treinta años antes, un joven quinceañero de los de antes, recibía el regalo de su primera cámara, una Kodak de fuelle, en una Sevilla pretérita y de siempre, la de los márgenes del río confundidos con las gabarras que se dispersaban por la orilla entre brumas de amaneceres, la de las procesiones sacramentales en blanco y negro de señoras arrodilladas al paso de su Divina Majestad y la de caballeros que portan faroles para acompañar a Dios que pasa por las calles. El joven quinceañero era ya el caballero que sería toda su vida, viendo y sabiendo ver, estando y sabiendo estar, presenciando y estando presente. Pero nadie diría que estaba, porque aquel joven era parte de una escena en la que se había integrado perfectamente, conformando, pero no protagonizando, atendiendo al guion de la escena, pero no protagonizando. Deberían ser lemas para bordar con hilos de plata en el banderín de la Semana Santa sevillana.

Jesús Martín Cartaya / JOSÉ ANTONIO ZAMORA

Aquel joven había nacido en la Sevilla de 1938, en la calle Reyes Católicos, entre la puerta de Triana y el puente que le uniría al más manso de los Nazarenos, el que, no podía ser otro, más inclina la cabeza, pero más grandeza guarda en su humildad. Dios no escribe torcido en renglones que están bien derechos y Jesús, el hijo de Reyes y de Antonio, el quinto de siete hermanos nacidos en torno a una espartería, tenía escrito desde su nacimiento un guion derecho de presencia en una ciudad de cuyo reparto coral acabaría formando parte. Hijo de una espartería, como el torero que recibió el apodo, ya estaba el guion escrito para su afición a los toros, como lo estaba para su mirada a la Semana Santa y lo estaba para su comunión con la ciudad. Porque lo de Jesús Martín Cartaya con Sevilla va mucho más allá de la fría acta notarial del que está presente y da fe del instante, porque él es testimonio callado y silencioso. En sus décadas de mirada a la ciudad ha estado siempre en el momento justo y, lo que es mucho más difícil, en el lugar exacto, algo que deberían aprender las generaciones posteriores en todos los campos de la vida. Del cardenal al Papa usurpador, del niño que pide cera al niño grande que fuma puros y forma parte de la banda sin tocar, del sacerdote con bonete que sonríe a la cámara al gesto serio del capataz, del costalero anónimo a los pies del guardia civil, del silencio del traslado a la bulla de la madrugada.

Nazareno dame cera / MARTÍN CARTAYA

En su extensa y prolongada mirada a la Semana Santa ha logrado crear auténticos iconos fotográficos, imágenes que trascienden del mero testimonio y que se convierten en verdaderos tratados de antropología de tiempos ya perdidos. Su mítica foto de Bartolomé y del “Gabardina”, los dos costaleros de la cuadrilla de Máximo Castaño asomados a una realidad de botas relucientes de Guardia Civil, es todo un tratado de la verdad de la Semana Santa, más allá de dogmas teológicos o de análisis históricos: adoquines, autoridad, costaleros que ven con el costal puesto, miradas perdidas tras el esfuerzo, camisetas interiores ajenas a uniformes, respiraderos neobarrocos y mano tendida de un contraguía que sostiene un faldón. No hace falta más, ni color, ni tatuajes, ni escudos, ni poses. Encuadre perfecto para un autor silencioso y silenciado, que si hubiera tenido apellido centroeuropeo estaría mitificado por la agencia Magnum y que si hubiera nacido en la capital habría dado su nombre a numerosas cátedras de fotografía.

Procesión de la Sacramental del Sagrario / MARTÍN CARTAYA

Pero lo suyo era y es la discreción. Como modo de vida. La elegancia. Por actuación y por omisión. El reflejo de la Belleza con mayúsculas y de las pequeñas bellezas cotidianas y ocultas. Cuando en la Semana Santa de 1975, la hermandad de la Mortaja tuvo que resguardarse en la Catedral por la lluvia, el Domingo de Resurrección se organizó un traslado de la Virgen de la Piedad que no fue acompañado por multitudes. Máxima discreción en los seis caballeros y veintisiete señoras que acompañaban a la imagen barroca. Por la Plaza del Pan, adoquines en el suelo, jaramagos en el Salvador, y coche sin letra en la matrícula, se vivió una escena que ya habría querido filmar cualquier director del neorrealismo italiano. Allí estaba Jesús. En la distancia y en la presencia, dejando constancia de que el recogimiento se pude captar con una cámara y que el silencio puede ser el más expresivo de los discursos.

Años sesenta. Santa Genoveva y el tren / MARTÍN CARTAYA

Todos somos Semana Santa. Todos cabemos en ella, sin exclusiones. Así lo entendió Martín Cartaya, y por eso aparecen en sus fotos las señoras del Tiro de Línea viendo pasar al Cautivo en sillitas de playa o el mismísimo Pali viendo pasar nazarenos en la puerta de su casa. No es la Sevilla oficial tantas veces retratada, es la Verdad que sale al encuentro en forma de talla en madera o en forma de figurante anónimo, en los niños que se suben al puente de San Bernardo para pregonar cuál fue el origen de la cofradía del barrio o el pintor que porta a la Virgen de la mirada perdida. Porque en Semana santa casi nada nuevo hay bajo el sol. ¿Escándalos? ¿Actitudes irreverentes? ¿Rincones que ensucien la Semana Santa? También los fotografió Jesús y su destino final, a pesar de los millones que ofrecía un todopoderoso Interviú de la época, fue un cajón olvidado y la destrucción. A Sevilla todo menos ensuciar su imagen. Eso no queda para los caballeros.

El Gabardina y Bartolomé de la cuadrilla de Máximo Castaño en el misterio de la Exaltación, sin fecha / MARTÍN CARTAYA

Pasados los ochenta, ya incluso con cámara digital y hasta con un teléfono móvil en la chaqueta, el caballero ha recibido un nuevo homenaje con la entrega de una simbólica bandera de Andalucía. La labor Álvaro Pastor y de Pepe Morán permitió otro justo homenaje en CICUS con una exposición de su obra y diversas recopilaciones de sus imágenes. Todo lo que se añada en los próximos años, anoten administraciones retóricas, será bien merecido. La Semana Santa tiene sentido porque su centro es el Señor, en la acepción que queramos, y se mantiene por el triunfo de algunos señores que todavía permanecen, frente a señoritos y señoritingos que tanto pululan. Jesús Martín Cartaya, la mirada elegante y discreta, es dueño de esa dignidad que no necesita de títulos ni de fanfarrias. Gratitud eterna.

1965. El misterio de la Amargura en el Santo Entierro Grande / MARTÍN CARTAYA
1965. Nazarenos de la Amargura en el Santo Entierro Grande / MARTÍN CARTAYA
Antonio González Abato en la presidencia de Santa Genoveva / MARTÍN CARTAYA
Antoñito Procesiones junto a la banda y con un cartel de Fuerza Nueva / MARTÍN CARTAYA
Atención al tren / MARTÍN CARTAYA
El Pali viendo pasar los Estudiantes / MARTÍN CARTAYA
Niños en el puente de San Bernardo / MARTÍN CARTAYA
1975. Traslado del Museo a la Catedral / MARTÍN CARTAYA
Los Estudiantes en la Puerta de Jerez / MARTÍN CARTAYA
El pintor Francisco Maireles porta a la Virgen del Valle a su altar de cultos / MARTÍN CARTAYA
Nazarenos del Valle en el Santo Entierro Grande de 1965 / MARTÍN CARTAYA
La hermandad de Santa Genoveva atravesando el paso del tren / MARTÍN CARTAYA

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